Bono trajina para que se le nombre embajador en el Vaticano
A principios de septiembre de este año que se termina llegó la noticia de que Islandia había procesado a su ex primer ministro por su responsabilidad dolosa en la crisis económica del país. Ahora se sabe que el que fuera consejero delegado del banco Glitnir también ha sido detenido por su responsabilidad en la quiebra de la entidad.
No es la revolución social, no es un gobierno de bolcheviques o desatados anarquistas el que está haciendo esto en Islandia. Es, por el contrario, la más elemental democracia, la aplicación del simple principio de igualdad ante la Ley, pero la mengua de los tiempos en que vivimos, su consustancial corrupción, la podredumbre que apolilla todas las estructuras institucionales que gobiernan el Mundo, al menos el occidental, convierten a esta rutinaria y evidente aplicación del Derecho en un suceso asombroso y si asombrosa es la cosa en general, en España más parecen éstas, historias de un universo paralelo.
No es que no nos quepa ni soñar con ver a un presidente de gobierno sentado en el banquillo aunque sólo sea por su insufrible negligencia, por su canallesca ignorancia, por ser un pasmado recalcitrante en tiempos de urgencia; es que aún los casos de corrupción que han llegado a las audiencias no hacen otra cosa que vegetar a la espera de la prescripción o de la atenuante muy cualificada de dilaciones indebidas.
Así, en España, los responsables de la miseria de cinco millones de personas, los mismos individuos que han atesorado fortunas considerando, alegremente, no ya que el patrimonio público sea una res nulius, sino una res derelicta de la que se podía apropiar el primero que la tuviera al alcance, se siguen paseando por los palacios y alardeando de un poder que consiste, simplemente, en su privilegiada posición en el circuito de las influencias, las zalemas, los favores y los secretos inconfesables.
Y en este contexto de cosas, ahí tenemos a José Bono intrigando, primero para presidir un “gobierno de concentración nacional”, luego para colocar a un famulus o colocarse él al frente de un PSOE despreciado en las urnas por su insolente impostura y ahora para que le nombren embajador en el Vaticano, donde la maquinación aduladora, el poder omnímodo y el mal, contrastan de forma hiriente con la escena del Juicio Final de la Sixtina.
Nada hay que decir del caso Seseña y del demoledor informe del Tribunal de Cuentas o de los evidentes indicios de la presencia de la ‘Ndrangheta calabresa en ese pueblo. Nada importa la ultrajante y multimillonaria estafa del aeropuerto de Ciudad Real, con narcotraficantes incluidos rondando sus lindes. Carece de relevancia los préstamos de CCM a los cabecillas de la trama “malaya”, los favores del Pocero, los cambalaches con Rafael Santamaría, la milagrosa fortuna aflorada a la vista pública, el fiasco causado en una región que tiene la primera universidad pública quebrada… El personaje continúa moviendo sus hilos, mostrándose en público –manifiesto aviso a navegantes– con su amigo el director del CNI, dando por hecho que continuará viviendo de los dineros públicos y exigiendo una canonjía millonaria para su uso y disfrute.
“Vuelven los Borgia”, dice Al Pacino en una escena de “El Padrino III”. No sé si son los Borgia quienes vuelven a Roma, pero el que sí quiere instalarse en el palacio Monaldeschi es Bono, otra cosa es que le dejen.