Los Padres de la Constitución de 1978: Antes y después de la Transición
A solo unas pocas horas de que el tiempo alcanze el cuadragésimo aniversario de la Constitución española de 1978, sometemos a un análisis a los siete hombres que la parieron.
Los llaman los Padres de la Constitución. Siete nada menos, pero fueron simplemente los ponentes de una numerosa comisión, la de Asuntos Constitucionales y Libertades Públicas. No se hagan ilusiones los cabalistas, inicialmente dicha comisión iba a constar de nueve ponentes, pero la oposición del PSOE a que el PNV formara parte de esa comisión, estigmatizado todo lo vasco por la, hasta entonces, lucha antifascista de ETA, y nuevamente el rechazo del PSOE a que Tierno Galván, líder del PSP, fuera ponente por la competencia futura, rebajaron el número a siete. La menorá no iluminaría con el fluido prendido de la ilusión del pueblo español, más que iluminar ensombreció con la grasa pestilente del consenso.
Para que nazca un ser, además de padre ha de haber una madre. Esta madre, con pecado concebida, fue la última de las Cortes franquistas. El pueblo español empujaba a rey y Gobierno, las autoridades hereditarias del dictador, con decisión y derramamiento de sangre, hacia un sistema democrático. Vista la experiencia de los hermanos portugueses, lo mejor sería dirigir el cambio inexorable del franquismo hacia la democracia, mejor dicho a un régimen de libertades formales, por un camino conveniente, alejado de veleidades revolucionarias, así que el heredero de Franco a título de rey, Juan Carlos I, y Torcuato Fernández Miranda implementaron la “voladura controlada del Régimen”.
Se necesitaba entroncar al régimen nacionalcatólico moribundo con un sistema de democracia, la arrebatada en 1939, ya olvidado por instinto de supervivencia por los más viejos y desconocido por los más jóvenes españoles, aunque no menos anhelado como lo demostraba su lucha en la calle. Fue lo que definió el astuto Torcuato como de “la ley a la ley, a través de la ley”. Para ello necesitaron a quienes estaban acostumbrados, lo llevaban en el ADN político, a obedecer a su amo; se necesitaba que los representantes de la democracia orgánica votaran una ley que abriera las puertas a la democracia representativa. El 18 de noviembre de 1976 fue aprobada por gran mayoría -435 de los 531 procuradores- la Ley para la Reforma Política. Condicionó la primera votación en democracia. Y la sigue condicionando aún en nuestros días. La última Ley Fundamental del régimen podrido facilita el nacimiento de una constitución redactada por unos comisionados timoratos en unos casos, continuadores del franquismo en otros.
Composición de la ponencia: tres ponentes por UCD (aglutinante de partidos de franquistas convertidos a la democracia); uno por el PSOE (en proceso de abandono del marxismo); uno por el PCE (a la sazón en proceso de abandono del leninismo); uno por AP (el partido de los herederos del franquismo moderado) y uno por Minoría Catalana (grupo parlamentario de los nacionalistas catalanes). Las deliberaciones eran “secretas”, aunque no dejaran de llegar presiones por parte de los poderes fácticos.
Jordi Solé Tura (jefe de filas, Santiago Carrillo): En lo ideológico, quizás su labor como ponente se puede reducir a la palabra eurocomunismo. En la actitud ante el debate con los contrincantes políticos, reconciliación nacional. Este padre provenía de la Organización Comunista Española, de tendencia maoísta, habiendo pasado antes por el FELIPE, como todo buen universitario opositor al franquismo.
A la sazón supuestamente comunista, poco podía hacer en una comisión dominada por los conservadores, aunque tal vez rápidamente asumiera su papel de convidado de piedra, sobre todo si llevaba en el bolsillo la fotografía de su protector Santiago Carrillo en la que aparece con la bandera borbónica tras él mientras acataba la monarquía como forma de estado, es decir, renunciaba a la república sin la menor resistencia. Carrillo intuía que le pasaba el último tren, en el que nunca cantaría La Internacional para darse ánimos, para ser algo en la política española.
¿Peleó para que la institución monárquica no apareciera en el título preliminar, con lo que ello acarrearía para un cambio en la forma de estado? La eliminación de la monarquía por el pueblo español en 1931 se convierte en inalcanzable por medios constitucionales en nuestros días. ¿Luchó para que el Ejército no se inmiscuyera en la redacción del borrador de la Constitución? La aceptación de la bandera y el himno borbónicos fue el primer guiño a los militares. ¿Combatió para que la institución dependiente de un estado soberano extranjero, el Vaticano, por más señas Iglesia Católica, no apareciera en el texto constitucional bajo ningún concepto? Todos sabemos que Jesucristo es el emisario adelantado de la propiedad privada, y el PCE de Carrillo ya atisbaba la socialdemocracia, aunque las filas comunistas lo expulsaron a tiempo. Jordi Solé acabó como ministro del PSOE, previo pago de las cuotas como afiliado a ese partido, o tal vez le salió gratis por los servicios prestados al bipartidismo del Régimen del 78.
Gregorio Peces-Barba (jefes de filas, Felipe González–Alfonso Guerra): Aunque su peso en la ponencia era débil, más que nada porque la supuesta izquierda solo sumaba dos ponentes, sus amagos de abandono de la misma estaban respaldados por Bonn y Washington, más que por el numeroso respaldo popular recibido en las elecciones de 1977, falsamente llamadas constituyentes. Como aseguran algunos estudiosos, el casi único constituyente fue el rey, cuyo poder era anterior a la Constitución en ciernes.
Opositor cristiano al franquismo, acaba afiliándose al PSOE en los últimos años del franquismo. En su pedigrí democrático destaca su defensa de los perseguidos por el Régimen en el terrorífico TOP, del que es heredero la actual Audiencia Nacional. Su papel en la ponencia ya estaba marcado desde Suresnes, en 1974. Todo el proceso estaba pactado de antemano entre el franquismo y la socialdemocracia, hasta el punto de que su partido casi centenario se inscribiera como asociación política en las ventanillas del franquismo tardío de Adolfo Suárez. Nada destacable, repitieron como con Primo de Rivera.
Cualquiera que hubiera sido el ponente del PSOE, tal vez Pablo Castellano por su pertenencia al mundo del Derecho, habría hecho el mismo papel y utilizado las mismas palabras y artimañas para cumplir lo pactado. Quizás eligieron a Peces-Barba por la coincidencia con Felipe González en su pasado democristiano. Dicen que también por ser el mejor jurista que tenía entonces el partido, aunque parece que no hay constancia de que hicieran exámenes para comprobarlo. Hasta su abandono de la vida política, siempre fue fiel a su partido y a su línea cada vez más escorada al liberalsocialismo, aserto amparado en que no abandonó sus filas como sí hicieron quienes abogaban por un socialismo democrático.
Manuel Fraga Iribarne (jefe de fila, él mismo, como no podía ser de otra forma): Iba para presidente del Gobierno tras la destitución de Arias Navarro, pero el apodado Tahúr del Mississippi se interpuso en su brillante camino. Tal vez le perdieron sus formas, groseras y fueras de tono en muchas ocasiones.
Pertenecía al ala liberal del franquismo, si es que algún resquicio de liberalidad podía abrirse en el régimen nacionalcatólico. Considerado por todos un hombre de prodigiosa inteligencia, esta cualidad le haría ver que la continuidad del sistema dictatorial se podía disfrazar con un régimen de apariencia democrática burguesa, en un ejercicio de gatopardismo digno del más inspirado Maquiavelo. Cambiar el calificativo de democracia orgánica, en la que tanto creía, por el de representativa, pero con unos condicionantes tan fuertes que, en esencia, todo quedara igual. Mismo jefe de Estado, heredero del Caudillo; mismo sistema judicial; mismos cuerpos represivos, civiles o militar; mismo poder económico, en definitiva, España, su España, lo único importante. La antiespaña, su antiespaña, no contaba para él.
Y bien a fondo que se empleó en la ponencia. No a las nacionalidades, que con toda su razón nacionalista española para qué incluir ese término si era igual que región y solo traería problemas en el futuro; pena de muerte no solo en tiempos de guerra, que “no hay mejor terrorista que el terrorista muerto”, asunto en el que no flaqueaba como demostró a su paso por el Gobierno del dictador; no solo complaciente sino orgulloso de la inclusión del Ejército y la Iglesia Católica, faltaría más, en el texto constitucional. Su designio divino de vigilante de la conservación simulada de la reserva moral de Occidente se vieron cumplidas. En eso ayudó mucho la Ley de Reforma Política.
A diferencia de los demás políticos provenientes del franquismo, este ponente jamás cambió de bando, lo que le honra como persona, pero lo condena como político demócrata. Podría ser que al final lo fuera, sin embargo, como experto en la propaganda, sabía que la hemeroteca iría en su contra.
Gabriel Cisneros Laborda (jefe de filas, Adolfo Suárez): Cambió el traje azul y el cangrejo, el yugo y la flecha para los más jóvenes, por otra chaqueta que iba más con los tiempos. Y como había que seguir la senda ganadora, comenzó el postfranquismo en el lado reformista pensando que la sombra en la que había que cobijarse era la del árbol fraguista. El nombramiento como presidente del Gobierno de Adolfo Suárez (“¡qué error, qué inmenso error!”), el político desconocido designado por el heredero a título de rey, Juan Carlos I, de la terna elegida por el Consejo del Reino franquista, le hizo recapacitar y se arrimó a otro árbol del mismo bosque, pero que prometía mejores frutos. Los azules coparon los mejores puestos en las listas electorales.
Disfrutaba de gran experiencia en comisiones de las Cortes franquistas, aunque es de suponer que en la ponencia constitucional las sesiones no fueran un camino de rosas a pesar de que todo estuviera decidido de antemano, y con el sosiego que debía transmitir el que comisionados externos solucionaran los asuntos que se enconaran por eso de que algún rojillo mantuviera falazmente su empeño. Pero lo que algunos afirman que se valoró fue su interlocución con la Iglesia Católica, es decir, que desde un principio se sabía que los obispos no seguirían la máxima del fundador de su milenaria institución de lo de al césar lo que es del césar y a dios lo que es de dios. Cosas del devenir interesado o por convencimiento, pues era demócrata de toda la vida, acabó su vida política en el Partido Popular de Fraga en vez de haber contribuido al afianzamiento del CDS de Suárez.
José Pedro Pérez-Llorca Rodrigo (jefe de filas, Adolfo Suárez): Letrado por oposición de las Cortes franquistas; miembro del grupo Tácito, que propugnaba la reforma del franquismo, no la ruptura. Y a ello contribuyó este padre, como los otros seis. Como todo tácito que se preciara, unos más, otros menos, fue un cómodo opositor al franquismo, cuya muerte como régimen político atisbaba que sobrevendría en el mismo momento que el dictador expirara. No debió vivir con placidez esos años oscuros de España, pero tampoco lo debió pasar tan mal cuando entró de lleno como funcionario en la institución más representativa de la democracia orgánica, teniendo que asesorar por su cargo funcionarial a los de los tercios naturales (familia, municipio y sindicato), con lo que no tendría que estar muy a disgusto con las leyes nada democráticas del Régimen, o tal vez opositó porque de alguna forma tenía que sobrevivir un hombre alienado.
Se pudo haber decantado por la Alianza Popular de Fraga, pero eligió enrolarse en las filas de UCD, esa amalgama de franquistas redimidos a la democracia y de algunos que rozaban esa frontera como el padre Pérez-Llorca. El Gobierno formado por el presidente designado por el rey dos días después de las elecciones, aún predemocrático en 1977, intentó colar su propio anteproyecto de constitución sabiendo que la oposición democrática no aceptaría tal engendro. Entonces no es muy lógico la posición en las listas de UCD por Madrid para el Congreso de uno de los que serían llamados a ser ponente de la ley de leyes que marcaría el destino del país en las próximas centurias; estuvo a las puertas de no ser elegido diputado, el puesto undécimo y once fueron los que entraron en el Congreso por Madrid de UCD.
Esto hace pensar que, dado el caso, habrían elegido a otro de los de procedencia independiente o del Partido Popular (no confundir con el actual del mismo nombre o con la Alianza Popular de Manuel Fraga); qué más daba si lo importante era contentar a todos los grupos integrantes de la formación que aseguraba el poder. Llevaba el encargo de Suárez de que de la ponencia saliera un borrador de constitución digna del consenso, pero el PSOE veía cómo avanzaba el proceso y las votaciones se resolvían cinco a dos sin excepciones. Poco podía hacer Pérez-Llorca si el propio socialismo le regaló uno de sus dos puestos a la derecha nacionalista. Tuvo la dignidad de dedicarse a su profesión cuando UCD desapareció hecha pedazos ante la ignominiosa derrota electoral de octubre de 1982.
Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón (jefe de filas, Adolfo Suárez): Tenido por todos como el representante en España de la derecha civilizada, ocupó diversos cargos en la administración franquista, lo que no le evitó tener tiempo para escribir en periódicos de la época sin que haya noticias de que fuera perseguido, ni siquiera molestado, por la Brigada Político Social, lo cual no puede dejar en buen lugar a un demócrata de toda la vida. La muerte del dictador le pilla en el Ministerio de Justicia a las órdenes de Landelino Lavilla. Entre los dos prepararon el borrador de la Ley para la Reforma Política, la octava y última de las Leyes Fundamentales del Régimen de Franco, ya sin Franco. El prestigio conseguido por ello le sitúa en la categoría de los elegidos por UCD como ponente de la futura Constitución de la monarquía. Y, como con Pérez-Llorca, no se puede tragar con lógica que fuera en el puesto décimo de la lista por Madrid; solo se consigue entender si se acepta que o la coalición de centro tenía por seguro que arrasaría en Madrid, o que con poco favorable que le fuera el resultado de las elecciones, el heredero del dictador a título de rey nombraría nuevamente presidente del Gobierno al diputado Adolfo Suárez, que ya presentaría su borrador de constitución, ¡proveniente del poder ejecutivo predemocrático!, para debatir en el Congreso.
Tras la negativa del PSOE a que los nacionalistas vascos formaran parte de la ponencia, situación que parece que en su fuero interno no disgustó mucho al PNV, Herrero aportó alguna satisfacción a ese colectivo, como la de incluir el término nacionalidades. Tal vez lo hizo no por convicción foral, sino dirigido a su posible electorado nacionalista, ya que este padre no conocía cuál era su electorado natural. Abandonó UCD antes de la debacle de octubre del 82, siendo tildado de traidor por Adolfo Suárez. Su carrera en Alianza Popular fue tan brillante que a punto estuvo de ser su presidente si la joven promesa Hernández Mancha no hubiera aparecido en su camino. Aún andará preguntándose cómo sus correligionarios pudieron tenerlo en tan baja estima.
Miquel Roca i Junyent (líder de filas, Jordi Pujol): Hijo de exiliado catalanista, militó en el FELIPE catalán, y sufrió la represión franquista. En 1974 fue cofundador de la pujolista CDC. Les demostró pronto a los vascos que ser catalanista no implica defender todos los nacionalismos. Partidario de una constitución larga en la que había que dejar escritas las resoluciones de las graves carencias democráticas que sufrió el país durante los anteriores cuarenta años. Por manifestaciones propias y de diputados de su grupo parlamentario se deduce que no fue a la ponencia con ánimos nacionalistas sino más bien regionalistas, no se sentían incómodos en una España autonómica para la tres nacionalidades históricas. Esto queda corroborado con su intento de articular un partido centrista para todo el Estado español, con el decidido apoyo del nacionalismo catalán encuadrado en la CiU de Jordi Pujol. El fracaso fue rotundo, no consiguió un solo diputado.
Su segundo fracaso político le vino de la apuesta de Jordi Pujol de usar el prestigio personal de Roca para desbancar a Pasqual Maragall de la alcaldía de Barcelona; no lo consiguió, pero se mantuvo como concejal los cuatro años preceptivos. Dejó la política para dedicarse a la profesión de abogado, cuya práctica durante su trabajo político poco tiempo le daría para ejercerla, pero buen profesional debe ser cuando la propia Casa Real le encomienda la defensa de uno de sus expulsados miembros.
No se puede acabar un recorrido de los parentescos relacionados con la Constitución sin nombrar a sus abuelos: Fernando Abril Martorell y Alfonso Guerra González. Pero estos monstruos políticos merecerían ensayo propio. Y que nadie tome monstruo en el mal sentido de la palabra.