La fundación de Aznar, FAES, apela al miedo ante el posible entendimiento entre Unidos Podemos y el PSOE: «quieren reconstruir al enemigo»
La fundación FAES -al igual que RTVE, la Cadena SER y ABC entre otros medios- se olvida de los procesos electorales que tuvieron lugar durante el período de gobierno democrático de la II República entre 1931 y 36 y bautiza las elecciones de 1977 como "las primeras elecciones democráticas".
En estas cuatro décadas se han sucedido otras muchas elecciones, por más que lo ignoren con el cínico lamento del victimismo los que dicen que no se les deja votar. Pero si aquellos comicios aparecen como ese acontecimiento singular y fundante que hoy recordamos es porque en ese acto, y delante de una urna, los españoles se reconocían por primera vez como iguales, reconocían como legítimas sus preferencias políticas expresadas en el voto, y se comprometían a aceptar la voluntad mayoritaria como desde entonces ha ocurrido.
En aquel día de junio de 1977, los españoles con su voto, y con el respeto al sufragio, deconstruyeron el enemigo que tantos habían visto en otros españoles y se reconocieron como ciudadanos.
En aquel día deconstruyeron la política como exclusión del adversario, tantas veces antesala de la violencia, y dejaron constancia de que no querían heredar ese legado que demasiadas generaciones se habían ido entregando con la turbia esperanza de que la siguiente invirtiera la suerte de la anterior, en esa parte de nuestra historia, no toda, en la que la única alternancia visible era la de vencedores y vencidos.
A diferencia de lo sostenido por Carl Schmitt, los españoles negaron que la clave de la política fuera la relación “amigo-enemigo”. A diferencia de lo que enseña Ernesto Laclau, los españoles negaron que la esencia de la política consistiera en la división antagónica de la sociedad para que una de las partes consiga excluir a la otra. Así que no es casual que tanto Schmitt como Laclau, el brillante teórico del totalitarismo y el enrevesado teórico del populismo, sean autores de referencia para los que hoy desprecian la democracia constitucional y aspiran a acabar con las instituciones democráticas. Por eso, las elecciones del 15 de junio de 1977 representan todo aquello que el independentismo y la izquierda populista detestan porque acabaron con la imagen del enemigo y ellos quieren reconstruirla.
La reconstrucción del enemigo, ya sea en nombre de “la gente” o de supuestos derechos nacionales, es precisamente la operación política para la que se alinean los populistas, los independentistas y los portavoces del terrorismo que hablan en el Parlamento sin rechazar los crímenes de ETA, esa banda elogiada por Pablo Iglesias como adelantada en la lucha contra la Constitución. Si estos son los mimbres de la “mayoría alternativa” que buscan los socialistas, tal vez deberían aprovechar su próximo congreso para pensárselo dos veces.
Reconstruir la imagen del enemigo en otros españoles es deshacer la Constitución, no sólo en su letra, sino en su espíritu más profundo y añorar los episodios más estériles y sangrientos de nuestra historia bien reciente todavía.
Por graves que sean los problemas que afronta la sociedad española, desde los efectos de la crisis económica a la lacra de la corrupción, no son más graves que los que se tuvieron que afrontar en el comienzo de la democracia. Se acometieron y con éxito, dentro y desde la Constitución, con un razonable sentido de comunidad nacional, y con actitudes cívicas, con sensatez y generosidad. Conviene insistir en ello ante la ampulosa pedantería de quien se sube a la tribuna del Congreso con pretensiones de erigirse en juez de la historia de España y, poniéndose campanudo con su característica y ridícula arrogancia, pretende decidir cómo pasarán a la historia este o aquel personaje.
En el debate de moción de censura presentada por Podemos, si algo ha quedado meridianamente claro –no lo decimos nosotros, lo han dicho ellos y hay constancia en el diario de sesiones– es que los que han secundado la iniciativa de Pablo Iglesias –Podemos, ERC y Bildu– y alguno de los que se han abstenido, tienen por objetivo directo dinamitar la Constitución y, como medio para ello, dividir a los españoles, propiciar su ruptura y reconstruir el enemigo; ese enemigo en el que los españoles que votaron hace 40 años decidieron que no se volverían a reconocer. De ahí que el sentido más profundo y real del episodio que hoy se recuerda –y de la Transición en su conjunto–no fuera el olvido del pasado, sino la decisión de quedar liberados de él.
A los que hicieron cola por primera vez ante una urna democrática y a quienes seguimos haciéndolo con ese mismo espíritu, nos toca la responsabilidad de asegurar que el enemigo que vuelve a reclamar su perverso papel en nuestra historia siga fuera, por muy fuerte que aporree la puerta o por muy amenazante que resulte su griterío.