Ecologistas en Acción: «El desarrollo del turismo ha contribuido a agudizar las desigualdades sociales»
- En su 40 aniversario, FITUR, la feria de turismo más importante del mundo, contará con la participación activa de la Unión Europea para abordar el papel del turismo en el marco del Pacto Verde, dentro de los esfuerzos para implementar la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
- Para Ecologistas en Acción el turismo ha seguido la misma dinámica insostenible por el que avanzan los sectores más especulativos y globalizados de la economía mundial, muy lejos de estos objetivos.
- Lejos de contribuir a la lucha contra la pobreza, promover un medioambiente saludable o reducir las desigualdades sociales, el sector turístico ha agravado estos problemas en todos los territorios receptores de turismo.
Con motivo del comienzo de la Feria Internacional de Turismo (FITUR), Ecologistas en Acción resalta que el sector turístico se está imponiendo como el de mayor crecimiento a nivel mundial: ya es el 10 % del PIB y se ha encumbrado con la ayuda de inversiones públicas que las empresas del sector nunca podrían haber acometido.
Sin embargo, para la organización ecologista este sector está lejos de contribuir a la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible que este año enmarcan la feria de turismo. A pesar del crecimiento económico del turismo, no existe un retorno de la inversión social que mejore de la vida de la ciudadanía, y en absoluto es una industria amable sin efectos sobre el medio ambiente.
Por ello, Ecologistas en Acción señala que este sector, lejos de suponer una fuente de desarrollo y de bienestar para poblaciones receptoras de turismo, provoca graves problemas sociales y medioambientales ligados a algunos de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, como que se apuntan a continuación:
El crecimiento del sector turístico ha sido a costa de otros procesos nada beneficiosos para las personas. La desigualdad social es el primero y más evidente de estos efectos. El sector turístico está concentrado en muy pocas manos mientras que ha desplazado a poblaciones, ha arruinado a pequeños negocios, ha agotado los recursos locales y ha precarizado las condiciones laborales. Además, este sector ha acarreado otras actividades como la corrupción, la explotación sexual o el dinero negro.
El desarrollo del turismo no ha contribuido a la erradicación de la pobreza. El sector se impone como un nuevo embate colonizador e incluso el denominado ‘turismo verde’, ‘turismo responsable’ o ‘ético’ aparece como un nuevo disfraz de un sector que arrasa con tradiciones, culturas y economías sostenibles.
El turismo en ocasiones ha sido causa de hambre. En algunos países del Caribe y África, las compras masivas de los hoteles provocan escasez de alimentos y crecimiento de sus precios, haciéndolos inaccesibles para la población local.
La salud, el bienestar y la educación universal no van unidos a una redistribución de la riqueza que podría propiciar la industria turística.
La estacionalidad, la baja cualificación y la feroz competencia propician en destinos turísticos tan diferentes como Londres o Cancún la degradación constante de las condiciones laborales. El trabajo precario y los bajos salarios son la tónica de una actividad que no tiene como fin el bienestar de la población local, sino que se abastece de su vulnerabilidad para ser más competitivo. Además, dadas las particulares características de este empleo, no propicia que trabajadoras y trabajadores puedan actuar colectivamente en defensa de sus derechos.
El turismo coloca a las mujeres a la vanguardia de la precarización ya que muchos de los empleos del sector son prolongaciones de las tareas domésticas desvalorizadas y no pagadas. Esto enquista la desigualdad, por lo que la equidad de género tropieza también con el turismo.
La salud ambiental queda supeditada a los beneficios macroeconómicos. La contaminación generada por el transporte, los cruceros o la aviación provoca el aumento del riesgo de cáncer y problemas respiratorios.
La industria turística pone en riesgo el abastecimiento de agua limpia y su saneamiento para la población local. En muchos casos se prioriza el acopio de los establecimientos turísticos frente a los usos de la población local, como ya ha ocurrido en Sudáfrica, Balli o Baleares para regar campos de golf o llenar piscinas.
El consumo responsable es opuesto a las aspiraciones de esta industria. El sector turístico está muy relacionado con el ‘cuanto más mejor’. Los espacios más turísticos generan más residuos, despilfarran más agua, energía y recursos que se orientan a satisfacer los intereses de turistas frente a los de las comunidades receptoras.
El éxito universal del turismo se enmarca en la era del petróleo y no se explicaría sin él. El uso creciente del transporte aéreo y cruceros, así como el abaratamiento de sus costes, no pueden hoy transitar hacia las energías limpias. Supondría poner el freno a una potente máquina turística muy instalada y que deja enormes beneficios. La tecnología de las energías limpias hoy por hoy no puede sustituir a las energías fósiles para este sector y tampoco serán accesibles a los países que tengan que importar esta tecnología.
La acción climática es claramente la más ninguneada por un sector que se vende sostenible. El turismo contribuye al 8 % de las emisiones de CO₂ y aunque los nuevos aviones sean más eficientes su aumento genera un incremento neto de las emisiones. Los Estados, además, están financiando las compañías aéreas al eliminar los impuestos de los billetes y de los carburantes porque el beneficio del sector energético y de la industria turística se impone a la lucha contra el cambio climático.
Al contrario de lo que se pretende, el turismo no protege la vida submarina ni la biodiversidad. La acidificación por emisiones del transporte en el suelo y el mar, el calentamiento al que también contribuye, la alteración de los ecosistemas en esa búsqueda incesante de nuevas experiencias, las 14.000 toneladas de crema solar llena de tóxicos en los océanos, la destrucción del litoral para la construcción de alojamientos e infraestructuras son solo algunos ejemplos.
El sector turístico ha propiciado un incremento desmesurado de las infraestructuras. Los Estados han invertido dinero público en infraestructuras faraónicas mientras desatendían necesidades básicas de la población o sectores productivos que sí hubieran proporcionado equidad y desarrollo sostenible. Sin ir más lejos, las infraestructuras de transporte han sido fundamentales en el posicionamiento de España como el país más competitivo del mundo en el sector, lo que no ha revertido en claros beneficios a la calidad de vida de las personas u otros sectores productivos.
La sostenibilidad de las comunidades y la igualdad son inversamente proporcionales a la implantación de la industria turística. Esto podría no haber sido así si las comunidades y las administraciones, democráticamente, hubieran sido capaces de mantener los sectores productivos tradicionales y compatibilizarlos con un turismo de baja densidad. Nunca se diseñó una oferta equilibrada, sino que se adaptó en todo momento a las demandas del mercado, lo que ha abocado a un proceso de turistificación que, en palabras del geógrafo Ivan Murray, supone “la muerte de las ciudades”.
La justicia social y el objetivo de una instituciones fuertes también se ven muy afectadas por el sector turístico. No parece justo que la ciudadanía abandone sus barrios porque las administraciones no protegen el derecho a la vivienda. Tampoco lo es que el acopio de alimentos o agua pongan en riesgo el suministro de las poblaciones locales o los ecosistemas.