Coge el dinero y corre: La minería de tierras raras, el sustancioso negocio a corto plazo de quienes venden a España como el nuevo Congo
17 elementos químicos «que la UE necesita urgentemente». Así publicitan comerciales de la industria minera en medios digitales como 20minutos.es o el ultraconservador Libertad Digital la necesidad de explotar yacimientos de escaso rendimiento a nivel mundial como los existentes en Galicia o Castilla-La Mancha.
Coche eléctrico, revolución energética, lucha contra el cambio climático, energía verde. Cualquier excusa es buena para aprovechar los vientos dominantes en épocas de pandemia, como bien saben representantes del negocio como Santiago Cuesta López, fundador del autodenominado Clúster Industrial Nacional de materias primas y cadenas de valor asociadas -una suerte de confederación de empresarios de la industria extractiva- o Enrique Burkhalter Thiebaut, director de la mercantil Quantum Minería, a menudo recordada por el sonoro fracaso de su proyecto estrella para explotar tierras raras en el Campo de Montiel (Ciudad Real), rechazado de manera contundente por la Junta de Castilla-La Mancha por su inviabilidad técnica y ambiental en un proceso ratificado por los tribunales de Justicia.
La apuesta por la «minería sostenible» de ambos comerciales, sin embargo, choca con la realidad de su escasez a nivel mundial y el hecho que España nunca es ni será un productor mundial como quienes tienen en mente un lucrativo negocio a corto plazo pretenden, pues según los datos del reconocido Servicio Geológico norteamericano (U.S. Geological Survey), no son otros que China, Vietnam, Brasil, Rusia, India, Australia y Estados Unidos los que albergan las mayores reservas planetarias de óxidos de tierras raras (REO) y quienes en algunos casos están llamados a controlar tanto su mercado como su distribución. De hecho, el mayor depósito del mundo se encuentra en Bayan Obo, en China, y es el responsable de la mitad de la producción mundial de estos minerales desde el año 2005.
Sin embargo, especialistas como Juan Diego Rodríguez-Blanco, profesor titular de mineralogía en el prestigioso Trinity College de Dublín, o Enrique Montero, desde la Universidad de Cádiz, advierten de la paradoja de como el desarrollo de las mal llamadas «energías verdes» conlleva un impacto ambiental en absoluto sostenible por el tipo de productos químicos que se utilizan en la obtención de tierras raras asimilables por la industria, dado que algunos de los procesos utilizan ácidos para su recuperación y tratamientos a alta temperatura que emiten ingentes cantidades de dióxido de carbono, lo que va en una dirección claramente opuesta a la lucha contra el cambio climático.
En declaraciones a Euronews, Rodríguez Blanco advierte que las tierras raras, además, suelen tener como impureza un elemento radioactivo, el torio, que aunque no suele aparecer en altas concentraciones no se conoce «como puede afectar al medio ambiente y a las personas que están cerca». El uranio, a menudo también presente, no hace más que aumentar esa problemática.
Montero, por su parte, recuerda que a día de hoy la producción de una tonelada de óxidos de tierras raras provoca una gran contaminación por la magnitud del volumen de los desechos, de entre 9.600 y 12.000 metros cúbicos de polvo concentrado, ácido fluorhídrico, dióxido de azufre y ácido sulfúrico, y 75.000 litros de agua residual ácida con presencia de residuos radioactivos que multiplican el impacto.
El meollo de las tierras raras, en definitiva, no reside en su «rareza», sino en que su elevada dispersión en la corteza terrestre hace que el posterior tratamiento y recuperación sea complejo, costoso y sobre todo muy contaminante. Rodríguez-Blanco advierte en este sentido que a día de hoy se emplean métodos «muy ineficientes y medioambientalmente agresivos» perdiéndose a veces una parte sustancial del mineral de los yacimientos durante el proceso de separación.
Con los datos en la mano, es así como España se transforma en una «potencia mundial» pero no para la extracción de tierras raras, sino para el oportunismo que a menudo conlleva el beneficio rápido en tiempos de escasez.