Banalización del Holocausto
Reflexiones sobre la banalización del Holocausto a propósito de las ideas del historiador Álvaro Lozano.
El historiador Álvaro Lozano tiene un libro titulado El Holocausto y la cultura de masas (Madrid, 2010), y un artículo en la revista «La Aventura de la Historia» (2011) donde nos hace la historia de cómo nació el término del Holocausto y cómo se ha convertido en un espectáculo de masas, cuestionando la veracidad de las películas en torno a este terrible hecho de la historia contemporánea.
Para Lozano habría dos demandas en relación con la representación del Holocausto en los medios audiovisuales. En primer lugar, existiría la exigencia de lo que se podrían llamar “historias humanas” con un final feliz vinculado a la voluntad y la determinación. En segundo lugar, estaría la búsqueda de una representación que se ajuste a la autenticidad, a la realidad del Holocausto, aunque con las convenciones que impondría el cine. Pero estas dos exigencias entran en una profunda contradicción porque, sin por un lado, se busca la realidad de lo que pasó es casi imposible o muy difícil encontrar “historias humanas” en las que triunfe el bien o tengan un final feliz. Un ejemplo estaría en la película de Spielberg, “La lista de Schindler”. La película se hizo con un afán de autenticidad pero, realmente, distorsiona lo que fue el Holocausto o ignora otras realidades del mismo, como sería el asesinato masivo o industrial de las personas. Recordemos que en la película el mal puede ser vencido con determinación, pero la realidad histórica es tozuda. Millones de seres humanos murieron con la misma o mayor tenacidad desplegada por los protagonistas de la película. El público desea finales felices, pero en el Holocausto es casi imposible encontrarlos.
Álvaro Lozano insiste en que este tema de la supervivencia a través de la habilidad personal no puede tener cabida en el Holocausto. Sería una idea tan perniciosa como la que surgió al poco de terminar la guerra mundial: la de que los peores sobrevivieron, mientras que los mejores perecieron, es decir, la llamada “culpabilidad del superviviente”, un verdadero síndrome que duró hasta los años sesenta entre los judíos supervivientes. Ni los que fueron tenaces sobrevivieron ni los que sobrevivieron habrían traicionado a los demás. La suerte tuvo mucho que ver con la supervivencia. El cine obvia que, realmente, la mayoría murió y que existió, además, una amplia colaboración de alemanes con los verdugos.
En principio, podemos pensar que los documentales serían una forma mucho más real de acercarnos al fenómeno del Holocausto. Pero también hay que tener cuidado con el material empleado en los mismos, ya que, en muchos casos, proceden de imágenes elaboradas por los nazis para sus propios fines. También conviene hacer una lectura crítica de los testimonios de los supervivientes porque fácilmente distorsionan el pasado y no por mala intención ni porque no sean auténticos sino por otra razón que no es responsabilidad de los mismos. Nos referimos a que no contamos con los relatos de los fallecidos, la inmensa mayoría. Y Lozano insiste, no fallecieron porque no quisieran sobrevivir, según el mito del cine norteamericano sobre la determinación y voluntad personales, sino por una serie de circunstancias donde la voluntad y la determinación jugaron un escasísimo papel.
No es fácil, pues, representar el Holocausto. Al menos, debemos ser conscientes, después de la lectura de lo defendido por Lozano, que conviene ser críticos con lo que vemos. También debemos estar alerta frente a los negacionistas, que aprovechan las distorsiones de un cine lleno de buenas intenciones. Precisamente, por ello, podría ser una solución acercarse a representar con autenticidad el asesinato masivo de personas en las cámaras de gas, algo que estos negacionistas cuestionan constantemente.