Esclavos en la dictadura franquista. El historiador Josep Màrius Climent estudia los Batallones de Trabajadores presos entre 1938 y 1947
Las fuentes militares constituyen un surtidero de información para los investigadores de la represión franquista.
El ejército impulsó y gestionó campos de concentración, Batallones de Trabajadores y Batallones Disciplinarios de Soldados Trabajadores. En el libro “El treball esclau durant el franquisme. La Vall d’Albaida (1938-1947)”, editado por la Universitat de València, el historiador Josep Màrius Climent i Prats documenta casos como el de un zapatero del municipio valenciano de Ontinyent, José Calabuig Ferrero, que estallada la guerra en julio de 1936 se afilió a la CNT y marchó de voluntario. Capturado en el frente de Castellón en 1938, terminó en el campo de concentración de Logroño. Clasificado como “desafecto”, su nuevo destino fue el 12 Batallón Disciplinario de Trabajadores en Irurita (Navarra). Se fugó el 18 de mayo de 1941, pero a los dos días le apresaron. Una semana después fue enviado al Batallón Número Uno en Punta Paloma (Tarifa), y preso en el mes de julio en la Compañía de Castigos de Sierra Carbonera. Falleció de una colitis en una “Clínica habilitada de la Almoraima”. Según los informes de Falange y la alcaldía, la razón por la que se le clasificó como “desafecto” fue el enrolamiento como voluntario.
Por los Batallones de Trabajadores pasaron 100.000 presos durante la contienda de 1936, y otros 50.000 durante la posguerra, según documentó el historiador Javier Rodrigo en el artículo “Internamiento y trabajo forzoso: los campos de concentración de Franco” (número seis de la revista Hispania Nova). Son las cifras que manejan los historiadores del periodo. Al terminar la conflagración en 1939, existían un mínimo de 152 Batallones con mano de obra forzada, repartidos por el estado español. Se trataba de una expresión más del sistema represivo implantado por el franquismo, destaca Josep Màrius Climent, que durante el conflicto bélico incluía ejecuciones extrajudiciales, consejos de guerra, detenciones preventivas, prisión y campos de concentración; y en la posguerra, las leyes de Responsabilidades Políticas, de Represión de la Masonería y el Comunismo, y de Seguridad del Estado, entre otras. El punto de partida se sitúa en “la captura de centenares de miles de efectivos del ejército republicano, que fueron enviados a Batallones de Trabajadores como una forma de descongestionar los campos y las prisiones; mientras, se procedía a una ‘clasificación’ política lenta y burocratizada, que no quedó establecida hasta 1940”, resume el profesor de Geografía e Historia. Además subraya un elemento capital, las funciones otorgadas a las jefaturas locales de la Falange, “sobre quien recayó la tarea de revisión y clasificación de tantísimos mozos de reemplazo realizada en 1940”. En el procedimiento había que considerar los avales (influencias) que cada uno de los quintos pudiera aportar, para evitar que se les catalogara por su “desafección”. Fue un nuevo instrumento de represión.
A partir de las últimas investigaciones, el libro “El treball esclau durant el franquisme” propone una revisión al alza en el número de víctimas de estos campos de mano de obra esclava. Los recientes estudios territoriales y provinciales contabilizan en el Pirineo Navarro, entre 1939 y 1945, más de 15.000 prisioneros distribuidos entre 27 Batallones de Trabajadores; En Cataluña existían 18 batallones en 1940, con más de 14.000 presos; en cuanto a los 15 batallones del Campo de Gibraltar, mantenían en privación de libertad a 13.874 personas en 1942. Otras 46.497 permanecían presas en los batallones de Castilla y León durante el quinquenio 1937-1942. El País Valenciano, Albacete y Murcia sumaban otros 21 batallones en unos meses de 1939, con tal vez 10.000 prisioneros. Una de las estadísticas que invitan a revisar el alcance de la represión es la del Depósito de Concentración de Prisioneros Miguel de Unamuno de Madrid, que registró más de 40.000 “altas”, según el Tribunal de Cuentas, sólo en los periodos junio de 1939-enero de 1940 y julio de 1940-noviembre de 1942. A ello se agregan los más de 120.000 expedientes que alberga el fondo de Batallones Disciplinarios del Archivo Militar de Guadalajara; la mayoría corresponde a prisioneros de la posguerra, y representaría en torno al 60-70% del total.
Josep Màrius Climent realiza un análisis del 27 Batallón Disciplinario de Soldados Trabajadores, emplazado en el Campo de Gibraltar y operativo entre agosto de 1940 y diciembre de 1942. El batallón disciplinario se organizó en el “depósito” de prisioneros Miguel de Unamuno (Madrid), donde se concentró a los “desafectos” de la I y III Región Militar. “En el Campo de Gibraltar llegaron a reunirse hasta 15 batallones de ‘desafectos’ para realizar –en la inmediata posguerra- el Plan de Fortificaciones del Estrecho”, subraya el historiador. La iniciativa – que incluía 400 obras y otras actuaciones- implicaba rodear el peñón de Gibraltar con tres líneas fortificadas, prestas para el ataque y la defensa. La media de trabajadores forzados osciló, según los meses, entre 600 y 1.000.
“El treball esclau durant el franquisme” incluye testimonios de víctimas que explican la intrahistoria de este batallón de presos. Uno entre tantos, Jesús Puchol Climent, se alistó como voluntario para batallar en el frente en noviembre de 1936, en la milicia de Izquierda Republicana. “En casa faltaba el jornal”, señala en el libro publicado por la Universitat de València. En agosto de 1940 llegó a Tarifa con el 27 Batallón: “Cada día venían los del requeté a despertarnos a ‘culatazos’ de fusil y patadas (…); al principio todo eran golpes e insultos; teníamos mucho miedo de un sargento que un día le estrelló encima el fusil a uno de nuestra compañía, como castigo porque no terminábamos la tarea que nos mandaron; le hubiera podido tocar a cualquiera; no le mató porque le pegó en el hombro, pero cayó sin sentido”.
Testimonios de este estilo menudean entre los reclusos. Las condiciones laborales semejaban las de la esclavitud. En el libro “Añorando la República” (memoriacatalunya, 1997), uno de los internos en los batallones 1 y 35 (prófugos) en Tarifa, Roque Yuste, explicaba: “A los individuos o parejas que no manejaban bien el pico o la pala los juntaban y les echaban tareas que era imposible terminar; aunque se esforzaran (…), como llegaba la hora de comer y no adelantaban nada, un cabo y un sargento con sendas varas les daban latigazos y junto a la fatiga caían extenuados al suelo”. La alimentación era muy escasa y sin apenas proteínas. Al hambre crónica de los cautivos se agregaba el robo de vituallas por parte de los oficiales. En cuanto a la asistencia sanitaria en estos campos punitivos, apunta Josep Màrius Climent, “la proporción de un médico por cada 3.000 internos parece que no descendió pasado el tiempo y reorganizados los Batallones de Trabajadores, en 1940”. La degradación de las condiciones de higiene y salud hizo que proliferaran el paludismo, las diarreas (mortales) para los presos y los custodios, la sarna, el tifus y la tuberculosis. En el recuerdo de muchos prisioneros queda la huella de la “explotación laboral”, las noches al raso o amontonados en precarias tiendas de campaña, el “expolio personal” (desaparición de víveres, uniformes y equipaje personal), la corrupción y las torturas.
De los más de mil presos que pasaron por el 27 Batallón Disciplinario de Soldados Trabajadores, al menos 50 perdieron la vida (19 de ellos por carencias en la alimentación) y otros 70 abandonaron el campo de castigo por discapacidades o enfermedades adquiridas. El libro “El treball esclau durant el franquisme” da cuenta de la suerte de José Albiñana Samper, un obrero del vidrio y soldado del municipio de L’Olleria (Valencia), adjudicado en enero de 1942 al 42 Batallón Disciplinario de Soldados Trabajadores de Sant Pere Pescador (Girona). El 9 de agosto ingresó en el centro hospitalario de esta localidad, y a las tres semanas falleció de paratifus. Algunas de las claves ideológicas las aportó el jesuita José Ángel Delgado-Iribarren en el libro “Jesuitas en campaña” (Studium, 1956): “En los campos se les sometía a un régimen de vigilancia y reeducación, con la esperanza de reincorporarles un día a la vida social. La siembra, a gran escala, de ideas disolventes en sus almas rudas había producido verdaderos estragos. Después de sacarles la ficha clasificatoria se les encuadraba en los Batallones de Trabajadores, donde se prolongaba esta labor, que podríamos llamar de desinfección, en el orden político y religioso”.
Josep Màrius Climent llama la atención sobre la biografía de los jerarcas militares que se hicieron cargo de los Batallones de Trabajadores. En el Archivo General Militar de Segovia consta el expediente del coronel José González Esteban, quien además de exhibir una hoja de servicios laureada con ascensos, condecoraciones e incentivos económicos, fue responsable en 1940 del 159 Batallón de Trabajadores en Peñaranda de Bracamonte (Salamanca) y del 27 Batallón Disciplinario en Algeciras. Al término de estos cometidos, se le designó juez ponente de causas de la VII Región Militar (previamente actuó como juez instructor en consejos de guerra). Pero el currículo de José González Esteban comienza muchos años atrás: participó en la represión de la huelga general de agosto 1917 en Madrid; y en el Rif (Marruecos) en la contraofensiva por el “desastre” de Annual (1921); en 1930 tomó parte en la represión de la huelga general que antecedió a la insurrección republicana de Jaca y Cuatro Vientos. También prometió “lealtad” a la II República, lo que no le impidió sumarse al golpe de estado el 22 de julio de 1936. En el frente de Guadarrama dirigió escuadrones de emboscadas y se dedicó al “servicio de vigilancia y limpieza”. De la investigación el historiador Josep Màrius Climent concluye que el número de presos en Batallones de Trabajadores y Batallones Disciplinarios de Trabajadores durante la posguerra duplicaría los 50.000 considerados actualmente por los historiadores.