El caso Braulio y la izquierda negacionista
“Incluso ahora no hay signo alguno de arrepentimiento o de deseo real
de reparar lo que se pueda después de tan gigantescos asesinatos”.
(Albert Einstein)
En la noche del 24 al 25 de diciembre de 1936, un grupo de fascistas armados asaltó el hogar de Francisco González Santana, sindicalista comunista del ayuntamiento de San Lorenzo (Gran Canaria). Tras matar al perro de la familia de un disparo, los asaltantes acorralaron a Lola García, la esposa del líder obrero, a Rosa García, la hermana de ésta, a los niños Diego, Lorenzo, Paco y el pequeño bebé Braulio, sus sobrinos. Uno de los fascistas, llamado Penichet, sacó de su cuna al bebé, de tan solo cuatro meses, y agarrándolo por los pies lo lanzó de cabeza contra la pared de picón de la casa, que quedó cubierta de sangre. Ante los desgarradores gritos de Lola y Rosa, los fascistas les dieron culatazos a ambas hasta dejarlas sin conocimiento. Mientras el bebé Braulio agonizaba, los fascistas –Penichet, Juan Santos, Paco Bravo, Manolo Acosta «, el sargento Pernía– se marcharon.
Hay testigos del horroroso asesinato. Cuarenta años de brutal represión fascista y otros cuarenta años de silenciamiento monárquico no pudieron doblegarlos. La soberbia y los medios de comunicación de la gran burguesía isleña, copartícipe del sangriento golpe de Estado de 1936 tampoco pudo silenciarlos.
Sin embargo, ochenta y tres años después del crimen, los ediles de la supuesta “izquierda” del Ayuntamiento de las Palmas de Gran Canaria tratan de amordazar los hechos. De negar el crimen. Y todo por ponerle el nombre del bebé Braulio a una modesta calle –más bien callejón– de Tamaraceite, algo que se aprueba en la Junta de Distrito de Tamaraceite-San Lorenzo-Tenoya a finales de julio de 2018.
A alguien debió sentarle mal, porque pasaron los meses y no se hacía efectivo el acuerdo. Esa resolución por la memoria y la dignidad llega a manos del concejal de Memoria Histórica –es un decir– Sergio Millares Cantero. Es entonces cuando el ayuntamiento pide por escrito a la familia del bebé que acredite su existencia, incluidos certificados de nacimiento y defunción imposibles de conseguir por la arcaica estructura organizativa de la época. Y como si tales documentos constaran en la corporación en el caso de los numerosos nombres personales de la mayoría de las calles del municipio.
Millares, cual paladín del negacionismo del genocidio fascista, aparece airado en los medios exigiendo que “se acredite la existencia de ese supuesto niño asesinado”, “no tengo datos”, “no consta en mis investigaciones como historiador” (como si sus “investigaciones fueran toda la Historia). He aquí la “izquierda” cortesana del régimen en estado puro, la de apellidos “ilustres” que mira por encima del hombro a cualquier González o Santana, proletarios de mierda.
El edil de Podemos verbalizó así su odio de clase contra quienes solo pedían un callejón de menos de cien metros para un niño asesinado por los fascistas a poco metros de donde se pretende rendirle homenaje a él y a todas las niñas y niños del mundo asesinados por el horror fascista.
Millares está celebrando el éxito de su boicot, el haber conseguido su objetivo: una victoria para sus “glorias personales”. Lo imaginamos comentándolo: “a huevos no me gana nadie”, “aquí el que sabe de memoria soy yo, por mis cojones”. No es cosa menor haber logrado batir el récord de mayor miseria humana al escenificar su odio cargándose una iniciativa popular sin parangón en Canarias, mientras sus compas –Javier Doreste, Pedro Quevedo, Augusto Hidalgo– se hacen los mudos, otorgan ante Millares, se burlan de las más de cinco mil personas de bien asesinadas en Canarias por el fascismo, de quienes siguen teniendo esperanza de reparación y la dignificación de sus familiares asesinados.
Como bien explicaba Marx, en una sociedad determinada la ideología dominante es la de la clase gobernante. Y cuando la clase que ha gobernado durante ochenta y tres años es una burguesía fascista y colonial, su ideología no sólo domina la escena, sino que impregna hasta el tuétano a la “izquierda” burguesa, siempre alicorta, siempre queriendo ser reconocida como “gente respetable” por una burguesía a la que molesta que se recuerden sus crímenes. De ahí el carácter negacionista, fascistoide, centralista, a la vez arrogante y servil, de los señoritos de la gauche divine que hemos tenido que soportar durante décadas encaramada en la clase obrera canaria.
Braulito sigue enterrado en el cementerio de San Lorenzo con la cabeza destrozada. Sus huesos nos miran. Tal vez quede algún resto de sus lagrimas en forma de gotita de rocío, aunque el grupo de gobierno del Ayuntamiento de Las Palmas y del Cabildo de Gran Canaria –PSOE-PODEMOS-NUEVA CANARIAS– siga encubriendo crímenes franquistas, al igual que ocultan los apellidos de quienes les pagan las elecciones –y otras cosas–.
Para los que creemos en un mundo más amable, donde los niños vivan y jueguen sin el peligro del monstruo fascista, para los que creemos en la ternura, no hay olvido posible. Braulio seguirá palpitando en nuestros corazones, y en el de la humanidad decente.