Ramón Gracia Piñeiro •  Memoria Histórica •  24/05/2020

30 aniversario del fallecimiento de Manuel Nevado Madrid

El 23 de mayo de 1990 fallecía a causa del cáncer Manuel Nevado Madrid. Secretario General de la Federación Estatal Minera de CCOO, desde su fundación hasta su muerte y militante del PCE en Asturias. Nacido en Espiel Córdoba, llegaría a Asturias en búsqueda de un futuro mejor y desde el Pozo Mª Luisa se convertiría en líder de los mineros en las lucha del final de la Dictadura. El mismo se definió en una entrevista como: “soy un minero, sindicalista asturiano adoptivo, que me siento en Asturias mejor que en ningún sitio”.

30 aniversario del fallecimiento de Manuel Nevado Madrid

Como amasamos los sueños con materiales procedentes de nuestras propias carencias, sean estas personales o colectivas, celebro que se dedique un concurso literario a perpetuar la memoria de Manuel Nevado Madrid. No concibo mejor iniciativa para homenajear a un filántropo autodidacto que fue capaz de superar con determinación y esfuerzo una de las lacras que lastró a su generación: la ignominiosa ausencia de la más mínima formación académica. Este asturiano de Espiel (Córdoba), el último de cuatro hermanos, fue nacido en 1940, cuando los españoles con las manos encallecidas purgaban humillados la insolencia de haber pretendido un hueco tibio bajo el sol. Marcada su infancia por el recuerdo de la derrota y el estigma de la miseria, llegó a Ciaño (Langreo) en la década de los cincuenta con agujeros en los bolsillos y pueriles ilusiones sin estrenar. Fue primero panadero, repartidor ocasional después y, finalmente, chofer de circunstancias antes de descubrir que, en las entrañas de la tierra, subsistía un código de conducta laboral que susurraban en silencio sudorosos rostros tiznados por el polvo del carbón. En las profundidades de la mina Maria Luisa, entre el estruendo de barrenos y martillos, le fue enseñado el orgullo del oficio, la dignidad de mantener siempre la cabeza erguida frente a quien consideraba que, por ser trabajador, había que pedir permiso para respirar. A pesar de la violencia ejercida, no lo consintieron sencillos e indomables mineros como Otones, Portu, Arenas, Felichu, Pepe Ful, Fausto, Bayón, Braña, José El Gallegu, Herminio Serrano, Fraga Tasende, Carrión, El Cordobés, El Xaxu y tantos otros, con los que aprendió el significado de la palabra “compañero”. En aquella primavera de los sesenta, bajo un régimen vesánico y cuando el declive minero ya se vislumbraba en el horizonte, se adhirió con ellos al principio que iluminó su corta pero intensa trayectoria: la solidaridad de clase.

La ira ante el fatídico accidente minero que golpeaba aleatoriamente y con metódica crueldad, la indignación por el silicótico que jadeaba y expectoraba sin aliento al caminar, la rabia por el abuso prepotente y despótico en el centro de trabajo, la irritación ante la represalia adoptada contra el compañero que daba un paso al frente y gritaba ¡basta ya!, y, por encima de todo, el ansia de libertad, le llevaron al compromiso político y sindical. Hacia 1964 ingresó en el PCE y, a la par, se incorporó como destacado activista al movimiento sociopolítico de resistencia obrera que recibió el nombre de Comisiones Obreras. Ahora que el sambenito de la maledicencia pende sobre la figura del sindicalista, desacreditado como sujeto parasitario del trabajador al que dice defender, conviene recordar que, en aquel tiempo, al que ponía la cara se la partían. Para quedarse el primero de brazos cruzados en la casa de aseo sin bajar la percha, para formar parte de una comisión que se erigía en representación obrera al margen de los cauces oficiales, para presentarse a las elecciones sindicales y llevar la genuina opinión de los trabajadores a las Juntas Sociales del Sindicato Vertical, para encabezar escritos dirigidos a las autoridades o, en fin, para manifestarse abiertamente por las calles, hacia falta firmeza en las convicciones y valor para arrostrar las crueles consecuencias, virtudes de las que no adoleció Manuel Nevado. Entre los abnegados luchadores que rompieron el silencio y el miedo con estas arriesgadas prácticas no fue, sin duda, el más damnificado, lo cual no fue óbice para que fuera encarcelado en dos ocasiones por sus actividades. Con el respaldo de los compañeros de trabajo, también cabalgó el caballo de Troya del entrismo, urdido a la sazón por los opositores más decididos para corroer desde dentro la fortaleza de un régimen que se resistía a claudicar.

Con esta experiencia afrontó la tarea de vertebrar un sindicato de nueva creación en la turbulenta España de la transición. Mientras que el PCE quedaba relegado a un espacio subalterno en la arena política de la izquierda española, sembrando el desánimo en quienes calculaban los votos en función de los días de cárcel acumulados, la Central Sindical de CCOO asumió la condición de sindicato mayoritario sin más aval que el carisma adquirido por los sindicalistas que encabezaron la resistencia en los años de plomo de la Dictadura. Las maniobras de los gobiernos de UCD, las presiones de la patronal, los fondos de la socialdemocracia europea, la manipulación mediática, la influencia de los resultados electorales y la fuerza de las lealtades sindicales arraigadas en la conciencia remota de los trabajadores, se vieron sorprendentemente neutralizadas e incluso superadas ante el crédito atesorado por luchadores tenaces e insobornables como Manuel Nevado Madrid. De este prestigio precisó para contrarrestar el infantilismo de quienes postulaban el mantenimiento de las señas de identidad utilizadas bajo el franquismo –el llamado “sindicalismo de nuevo tipo”- y el radicalismo de quienes pretendían convertir al sindicato en un instrumento de permanente movilización laboral. Fue en este incierto trance cuando Manuel Nevado adoptó el punto de equilibrio entre el agitador vehemente capaz de paralizar un centro de trabajo con la convicción de su discurso y el organizador sistemático y previsor que recela de los pseudorevolucionarios brindis al sol. La respuesta sindical, sostuvo este dirigente autodidacto de recién estrenado pragmatismo, debía residir en el nivel medio de la conciencia obrera, ya que tan execrable era la complacencia con el poderoso por amarillista como el estéril radicalismo que abocaba a un vanguardismo nihilista y sin futuro.

Con estas credenciales encabezó, desde 1978 hasta su muerte, a los mineros españoles, liderazgo refrendado, dentro de CCOO, en tres procesos congresuales. Perteneció, además, a la Comisión Ejecutiva de la Confederación Sindical, fue miembro de la Comisión Política de la Organización Internacional de Mineros, representó a su sindicato en la Comunidad Europea y se erigió en portavoz de una corriente de opinión dentro del comunismo asturiano. En un contexto marcado por el paulatino desmantelamiento del sector y dada la enérgica resolución que imprimía a sus acciones, en estas responsabilidades fraguó lealtades incondicionales, cinceladas en el fuego lento de las ilusiones compartidas, e irreconciliables rivalidades, surgidas tanto dentro como fuera del movimiento sindical al que pertenecía. Al margen de su tenaz firmeza ante patronos y gobiernos, a los que hizo frente para evitar la desindustrialización sin alternativas de las cuencas mineras, fue proverbial el áspero pulso que sostuvo en Asturias con José Ángel Fernández Villa y el villismo, tarea en la que coincidió con un sindicalista no menos impulsivo y singular: José Antonio Saavedra. Codo con codo escenificaron ambos un anticipo de la unidad obrera en el ámbito de la acción sindical, no exento en su gestación de formulaciones oportunistas como la pregonada Unión Nacional de Mineros, pero que coadyuvó a la postre al establecimiento de puentes de diálogo entre las dos grandes centrales sindicales. Tenso y sin tregua fue, asimismo, el enfrentamiento interno que mantuvo durante años con Avelino García, secretario general del Sindicato Regional de la Minería en Asturias, con el que dirimió de forma convulsiva las atribuciones que correspondían a cada nivel organizativo dentro de la estructura sindical. En el PCA, del que fue candidato a senador, formó parte del llamado “sector minero”, aquel que en un tiempo de zozobra identificó en la trayectoria y en la figura de Gerardo Iglesias el talento y el carisma necesario para reorientar la nave.

Este hijo del hambre y la necesidad no gastó los bancos de la escuela, como reconoció entre sus íntimos con pesadumbre, pero mantuvo hasta el final de sus días un conmovedor deseo por aprender y superarse. Sin haber pasado por las aulas, tan inquieta y libérrima fue su curiosidad que, sin desmerecer, podía conversar con Cousteau de fauna submarina o con Malinowski de la conducta sexual de los aborígenes en las islas Trobriand. Hedonista y catedrático de la vida, submarinista aficionado y antropólogo frustrado, fue, sin pretenderlo, por pura necesidad, sindicalista. Se entregó sin reservas a este cometido porque no encontró otro modo de decir que todos, hasta el más humilde, somos merecedores de consideración y respeto. Tras superar un dramático accidente de automóvil acaecido el 15 de septiembre de 1986 cerca de Barros, que le mantuvo postrado durante meses en la UVI, este perdedor de mil batallas que nunca supo del fracaso sucumbió, en la madrugada del 23 de mayo de 1990, ante un devastador e irreversible proceso cancerígeno. Le bastó medio siglo, la insignificancia de cincuenta años, para adquirir esa condición de “imprescindible” que Bertolt Brecht reservó para quienes han dedicado su vida al servicio de los demás.


aniversario /  CCOO /  PCE /  Sindicalismo /