Eduardo Montagut Contreras •  Memoria Histórica •  28/08/2016

Los campos de concentración en la guerra anglo-bóer

Los campos de concentración no aparecieron con la llegada de los nazis al poder en Alemania. Los precedentes pueden encontrarse en la guerra civil norteamericana, en la guerra de Cuba de la mano del general Weyler y, sobre todo, en la guerra anglo-bóer. En este artículo nos acercamos a estos últimos, y a la lucha a favor de los prisioneros que desarrolló Emily Hobhouse.

En principio, los campos de concentración en la guerra de los boers pretendían dar refugio a la población que había sufrido la destrucción de sus granjas. Así lo dispuso el mariscal de campo Frederick Roberts. Pero cuando Kitchener se hizo cargo de la guerra el sentido de los campos cambió radicalmente, ya que decidió convertirlos en cárceles. Mandó multiplicar la construcción de campos en las colonias del Transvaal y en el Estado de Orange. Se crearon cuarenta y cinco campos para los boers, y sesenta y cuatro para los africanos negros. Este cambio de sentido de los campos perseguía, según la nueva política del general Kitchener, privar a los boers del apoyo de la población civil rural. Así pues, la mayor parte de la población internada estaba compuesta por niños, mujeres y ancianos, mientras que los varones prisioneros eran conducidos a campos en el extranjero. Los concentrados africanos negros eran considerados mano de obra barata.

Estos campos estaban mal equipados y dotados. La falta de higiene y la mala administración produjeron la muerte de más de veinticinco mil boers y unos veinte mil africanos negros. El tifus, la disentería y el sarampión hicieron estragos, mientras que la atención médica era insuficiente.

La persona que más luchó por denunciar y mejorar la vida de los concentrados fue Emily Hobhouse, delegada de la Fundación para Mujeres y Niños Surafricanos damnificados (South African Women and Children’s Distress Fund). Antes de viajar a Sudáfrica organizó una campaña de recogida de mantas, comida y ropa para los prisioneros. A finales de 1900 se desplazó a la Colonia del Cabo y pidió autorización al alto comisionado de Sudáfrica para poder visitar los campos de concentración con el fin de entregar la ayuda que había conseguido reunir en el Reino Unido. Cuando lo consiguió, Hobhouse quedó vivamente impresionada por lo que vio. Comprobó que muchos niños habían sido separados de sus madres, que la comida era horrible, que escaseaba el jabón y el agua estaba contaminada. Los prisioneros se hacinaban en las tiendas de campaña.

Las denuncias de Emily Hobhouse en el Reino Unido cayeron como una losa y le generaron algunos problemas porque fue atacada en varios sitios al considerar que era una traidora. El propio Joseph Chamberlain, secretario de Estado para las Colonias, tachó a nuestra protagonista de “solterona histérica”. Pero la insistencia de Hobhouse tuvo sus frutos, ya que el gobierno se vio obligado a crear una comisión independiente, la Comisión Fawcett, presidida por Millicent Fawcett y compuesta por un grupo de mujeres británicas,  que visitó los campos y confirmó lo que había expresado Hobhouse, estableciéndose una serie de mejoras en la alimentación, en la higiene y en las instalaciones médicas, bajando significativamente la tasa de mortalidad.

Por su parte, Hobhouse siguió empeñada en mejorar la suerte de los refugiados y prisioneros. Intentó regresar en 1901 pero no pudo desembarcar, fue arrestada y devuelta al Reino Unido. Al terminar la guerra sí pudo viajar y se dedicó a ayudar a las mujeres y niños boers. Allí conoció a Gandhi y le apoyó en su lucha contra la discriminación que sufría la población la población de origen hindú en la colonia. Hobhouse siguió siendo una infatigable luchadora por los derechos de los que sufrían. En la Gran Guerra se significó por su pacifismo.

 

 


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