Redacción •  País Valencià •  24/05/2021

Como agua de mayo: Antimilitaristas y ecologistas retornaron a la Serra d’Aitana

Se celebró la XVII Marxa per la Desmilitarització de la Serra d’Aitana.

Un año más, tenemos que nombrar la base de radares que el ejército español de aviación tiene en la cumbre de nuestra querida Serra d’Aitana. Cómo dicha instalación militar está al servicio de todos los inconfesables, e incluso criminales intereses que hemos expuesto en las líneas anteriores, y cómo sigue intacta nuestra intención y nuestra esperanza de que tal realidad un día deje de existir. La Sierra de Aitana es un espacio de incalculable valor ecológico, es un lugar emblemático para todas las personas que amamos la naturaleza y es también un símbolo de la identidad cultural del poble valencià.

Como agua de mayo: Antimilitaristas y ecologistas retornaron a la Serra d’Aitana

Crónica del Grupo Antimilitarista Tortuga

Tras un año de ausencia, a causa de la pandemia del covid-19, antimilitaristas, pacifistas y ecologistas de las comarcas del Sud del País Valencià, nos dimos cita en la más alta sierra de la provincia de Alacant para celebrar la XVII Marxa per la Desmilitarització de la Serra d’Aitana.

A pesar del pronóstico meteorológico que anunciaba precipitaciones abundantes durante toda la jornada, la convocatoria del acto se mantuvo y ello posibilitó que disfrutáramos de un día de montaña acompañados de una lluvia suave e incluso agradable, más que bienvenida al final de la primavera en estas tierras que siempre andan escasas del líquido elemento.

Alrededor de una treintena de personas realizamos la marcha que se viene haciendo los últimos años, que se inicia en las puertas del Safari Aitana y que concluye en el port de Tudons, ante la verja que da acceso a las instalaciones militares del ejército de aviación.

El ambiente fue familiar y festivo, como en años anteriores, con muchos reencuentros. A la entrada de la base, y ante la atenta mirada de un amplio dispositivo de guardia civil y policía aérea (cuyos integrantes fueron en todo momento respetuosos y correctos) se leyó el manifiesto, que este año se centraba en analizar cómo la pandemia ha sido ocasión para el auge del militarismo, y que acababa declarando:
«La Sierra de Aitana es un espacio de incalculable valor ecológico, es un lugar emblemático para todas las personas que amamos la naturaleza y es también un símbolo de la identidad cultural del poble valencià. Por todo ello es por lo que tenemos la firme convicción de que esta montaña, en lugar de una base de radares al servicio de la guerra y de un mundo injusto, debe ser un santuario de la naturaleza y de la Paz.»

A su término, el Capitán España y su troupe nos ofrecieron un breve y sentido homenaje al recién fallecido Franco Battiato, procediendo a hacer ondear una bandera blanca en el puerto (de Tudons), que concluyó con un, no menos sentido, viva a Franco.

A continuación dimos cuenta del igualmente tradicional almuerzo en la pinada contigua, en el que no faltó ni el vino ni la coca (entiéndase esto último en referencia al alimento salado típico de estas tierras).

Algunos marchistas terminamos el día paseando por las bellas calles del municipio montañés de Sella, donde pudimos comprobar el entusiasmo generalizado que reina en el pueblo al haber mantenido la categoría de primera división el Elche C.F.

Manifiesto de la XVII Marcha por la Desmilitarización de la Serra d’Aitana

Nos reencontramos en Aitana, nuestra querida montaña, tras un año de ausencia. No fue nuestra voluntad ausentarnos, allá por el mes de mayo de 2020. Tampoco dejamos de venir por haber sucedido una gran desmilitarización de nuestra sociedad, por haberse convertido en realidad nuestro sueño de ver Aitana libre de la presencia militar. ¡Ojalá hubiera sido así! Pero, muy al contrario, estos largos meses protagonizados por la pandemia del covid-19, este año largo que tanto ha afectado a las vidas de tanta gente, hemos podido comprobar cómo la institución militar salía como nunca de sus cuarteles y se hacía omnipresente en la sociedad.

Hemos asistido con sorpresa a cómo una grave emergencia que debía haberse enfrentado, responsablemente, desde toda la sociedad, con medidas sanitarias y de apoyo a las personas más vulnerables, ha sido aprovechada para un inédito despliegue del militarismo. Hemos tenido que contemplar cómo altas autoridades de los diversos cuerpos militaristas del estado español nos decían cada día desde nuestras pantallas que “esto es una guerra” y que todos nosotros somos soldados que deben obedecer a sus generales. Decían eso para, a continuación, ofrecernos orgullosos el parte bélico diario de personas civiles detenidas y sancionadas.
Hemos visto desde las ventanas de nuestros confinamientos cómo las calles eran ocupadas por uniformados que las recorrían una y otra vez, enseñoreados de ellas, usurpando en algunos casos, irresponsable e innecesariamente, con fines propagandísticos (hablamos sobre todo de la unidad militar de emergencias) tareas y funciones propias de los cuerpos especializados de la sociedad civil. Hemos visto desde nuestras pantallas, cómo dicho estado de excepción traía consigo recurrentes abusos policiales. Abusos que, por suerte, están cada vez más documentados y denunciados y despiertan un creciente rechazo social. Y no solo en el estado español: Este último año hemos asistido a un gran despertar de la contestación contra el abuso y la brutalidad policial, entre otros, en países hermanos como Chile y Colombia, y también en Estados Unidos.

Mientras permanecíamos en nuestros confinamientos, nuestros toques de queda y nuestros cierres perimetrales escuchando hablar sobre la pandemia a los medios de comunicación un día sí y otro también, como si ninguna otra circunstancia en el mundo debiera ocupar nuestra atención, lo cierto es que la dinámica global de un sistema injusto que expolia riqueza en unos lugares del planeta para acumularla en otros (y en éstos, en pocas manos) en ningún momento se detuvo ni aminoró su marcha. Buen ejemplo de ello son los conflictos bélicos que ni en plena pandemia cesaron y que, desgraciadamente, hoy perduran. Podemos hablar de guerras cruentas como la que se da en Yemen, en Palestina, en diferentes países del Sahel, Ucrania, Afganistán, Siria y un largo etcétera. O de otras larvadas que eufemísticamente se nombran como “de baja intensidad”, aunque no por ello causen menos víctimas ni desplazamientos poblacionales: Kurdistán, México, Colombia, Venezuela, Birmania etc., etc., etc. Son conflictos todos ellos que obedecen a circunstancias muy diferentes pero que, no por ello, dejan de tener algunas cosas en común. Por ejemplo, que cada uno de los cuales, de unos modos y de otros, está relacionado con dinámicas de apropiación de riqueza que, como decíamos antes, acaba por concentrarse en los países del primer mundo. Es por ello, para asegurar eso, por lo que hay tantas tropas de los países occidentales -también del estado español- desplegadas en tales lugares. ¿Quien nos fuera a decir a nosotros que guerras tan lejanas tuvieran tanto que ver con nuestro modelo de vida y nuestra capacidad de consumo? Sin embargo, para hacerlo patente ante nuestros ojos, ahí están todas esas personas migrantes, que huyen de la guerra y la pobreza y que, tras realizar penosos y más que peligrosos viajes, se agolpan ante nuestros muros fronterizos suplicando que les dejemos compartir, siquiera, unas pocas migajas del festín.

Por no hablar de que todas y cada una de esas guerras se alimentan físicamente del armamento que producimos en nuestros países. El estado español es uno de los principales productores y exportadores de armas del mundo, y lo es, incluso, con la anuencia y el beneplácito de los sectores sociales más progresistas. Recordemos, sin ir más lejos, la postura de Kichi, el alcalde de Cádiz, en la controversia sobre la venta de bombas a Arabia Saudí. Por suerte, en este último año, el movimiento pacifista y antimilitarista, y también el ecologista, se han movilizado en el estado español y otros vecinos para denunciar el “comercio de la muerte”; el tránsito de buques cargados de armamento con destino a diversos países pobres y dictaduras, que circulan por nuestros puertos, acción que, por ahora, les ha obligado a navegar en forma clandestina.

Por otra parte, también hemos de lamentarnos de que, a pesar de que este año ha quedado sobradamente evidenciado que lo que la sociedad necesita son más recursos sanitarios, educativos, de solidaridad con personas desfavorecidas, desempleadas, etc., los poderes que nos rigen siguen apostando por sostener, e incluso incrementar, el gasto militar. Son obscenas las cantidades que se invierten en mantener engrasada la máquina de la guerra en nuestro propio estado, el despliegue de tropas en los países del mundo empobrecido o la compra de carísimos artilugios bélicos que en muy pocos años, además, se vuelven obsoletos. Queda comprobado que para el complejo industrial-militar no hay crisis económica ni pandemia que valga. Sus negocios, a costa del erario público, valga la metáfora, están más que blindados.

Por si fuera poca la evidencia de la vocación militarista de los poderes políticos y económicos que nos gobiernan y de hasta qué punto sirven a intereses de lo más cuestionable, recientemente hemos conocido cómo el gobierno español ha renovado su compromiso con Estados Unidos para que dicha potencia continúe utilizando a su antojo las bases militares de Rota y de Morón, cerca del Estrecho de Gibraltar, instalaciones de alto valor estratégico para las políticas belicistas e intervencionistas de aquél país, ubicadas, además, cerca de uno de los lugares del mundo -lo hemos vivido recientemente- en los que más se manifiesta el conflicto migratorio.

Es en este contexto de las instalaciones militares y sus usos estratégicos cuando, un año más, tenemos que nombrar la base de radares que el ejército español de aviación tiene en la cumbre de nuestra querida Serra d’Aitana. Cómo dicha instalación militar está al servicio de todos los inconfesables, e incluso criminales intereses que hemos expuesto en las líneas anteriores, y cómo sigue intacta nuestra intención y nuestra esperanza de que tal realidad un día deje de existir. La Sierra de Aitana es un espacio de incalculable valor ecológico, es un lugar emblemático para todas las personas que amamos la naturaleza y es también un símbolo de la identidad cultural del poble valencià.

Por todo ello es por lo que tenemos la firme convicción de que esta montaña, en lugar de una base de radares al servicio de la guerra y de un mundo injusto, debe ser un santuario de la naturaleza y de la Paz.

Por una Serra d’Aitana desmilitarizada, protegida medioambientalmente y al servicio de la Paz.

Aitana, 23 de mayo de 2021..


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