¡La Casa Invisible se queda!
Contra el desalojo de La Invisible, contra Mall-aga, contra la ciudad obediente.
Después de dos horas y media de marcha por la ciudad, la manifestación gira hacia calle Larios a las 10 de la noche, la pomposa avenida principal del centro de Málaga.
Una despedida al camión que llevaba a la banda que había estado conduciendo la protesta todo este tiempo, y la manifestación continúa a través de la zona peatonal. Repentinamente y sin anuncio, las primeras siete filas de superheroínas invisibles comienzan a correr, no del todo invisibles, superando la línea de seis hombres de la policía y recorriendo toda la calle hasta la plaza Constitución, donde iba a tener lugar el final de la manifestación. Desobediente vuelo, rompiendo los patrones de consumo y de movimiento en la costosa milla de las compras, miradas de incredulidad de los transeúntes e incluso en la mayoría de participantes de la protesta asombrados por lo que es posible en un día como este.
¿Cómo es posible esto en una ciudad que se ha vuelto cada vez más dependiente del turismo? ¿Qué se hunde en el destino y entrega de la ciudad a la especulación, la gentrificación y la turistificación? ¿La cultura instrumentalizada como atracción en la competencia entre ciudades y como marca al servicio del turismo: desde el lugar de nacimiento de Picasso hasta las innumerables instituciones museísticas de mediocre calidad erigidas? ¿Cómo es esto posible, sobre todo, en una ciudad que ahora también se está despojando de su capa liberal e intentando desalojar el único oasis sociocultural que queda en el desierto completamente turistificado de su centro?
Desde hace más de once años la Casa Invisible ha sido garante de culturas alternativas y ecologías del cuidado, y también ha sido una máquina social para todo lo que es desobediente a pesar de, y en el medio de, la ciudad obediente: cafés y talleres feministas, grupos antirracistas y de bienvenida a refugiados y refugiadas, conciertos, reuniones locales de la PAH (Plataforma de Afectadas por la Hipoteca), reuniones del movimiento Málaga No Se Vende y del Sindicato de Inquilinas, eventos de discusión organizados por la Universidad Libre Experimental (ULEX), talleres de danza y teatro, iniciativas tecnopolíticas, y mucho más. El edificio, ocupado en 2007, fue construido en el siglo XIX; tiene un patio maravillosamente sombreado y es una isla en el centro de la ciudad múltiplemente vendida, instrumentalizada y valorizada. Incrustada en un alrededor algo inhóspito, la Casa Invisible es práctica instituyente, una nueva forma de institución sociocultural, multigeneracional, transversal y diversa en todas las direcciones.
Como parte de una estrategia federal, el partido de derecha neoliberal Ciudadanos comenzó a atacar a los centros sociales en toda España a principios de este año, precisamente porque los centros sociales, gracias a su práctica de ocupación, rompen con la economía extrema de apropiación y extracción de la ciudad obediente. Es particularmente molesto para los derechistas que exista este tipo de isla contra la propiedad y la especulación en muchas ciudades españolas. En el caso de Málaga, los miembros de Ciudadanos en el Ayuntamiento han estado presionando al longevo alcalde (del Partido Popular) para que abandone su «tolerancia» legal a La Invisible y, después de once años, pedir que se desaloje el edificio con endebles razones administrativas.
Pero La Invisible no puede ser desalojada así como así. El 10 de marzo de 2018, hubo una primera protesta colorida contra la amenaza de desalojo, y ni una constante y creciente lluvia fue razón para detener la acción o renunciar a la alegría de ocupar el espacio público. Cantando y bailando bajo la lluvia, con cierta afición por hacerlo frente a la Casona del Parque.
El 19 de julio, un nuevo y aparentemente más urgente anuncio de desalojo provino del Consistorio, y una manifestación aún mayor se abrió paso en apoyo a la Casa Invisible a través de la ciudad. Con eslóganes como “La Invisible se queda”, “somos indesalojables”, “La Invi no se toca”, miles de personas quedaron frente al centro social y emprendieron una marcha común por la ciudad. El Alcalde, Francisco (“Paco” o “Paquito”) de la Torre recibió especial atención en este día, mientras coros como estos se escuchaban en las calles: “¿Dónde está Paquito?, ¿Paquito dónde está?, Paquito está vendiendo lo que queda de la ciudad” o “Paco escucha, La Invi está en la lucha”. Esta lucha no es solo una lucha por un edificio ocupado y sus usuarios, sino también una lucha contra la apropiación completa de la ciudad, contra la Mall-aga[1] del Muelle Uno, que convirtió el puerto en un centro comercial, contra las superficialidades obedientes del consumo de la cultura y la socialidad que se está extendiendo por todo el centro de la ciudad.
Pero Málaga No Se Vende, ya que los movimientos en contra de la venta de los centros de las ciudades se han convocado en Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla y más allá de España. Y: sin la Casa Invisible, Málaga ya no es más que un centro comercial, como se puede leer en un cartel del comando Guiri friki satírico del barrio de Lagunillas.
La problemática de la ciudad obediente, que cumple con y se somete a las demandas y órdenes de la industria del turismo, es el telón de fondo contra el que tiene lugar la orden de desalojo de la Casa Invisible por parte de la administración local de Málaga. La expansión salvaje de AirBnb y los apartamentos turísticos, y la gastronomificación de hasta el último metro cuadrado del centro de la ciudad componen una parte de este telón de fondo; la construcción continua de un paisaje de museo zombie determinado por el turismo es la otra parte. En lugar de apoyar centros socioculturales como La Invisible, la ciudad intenta hacerse la vida difícil o incluso imposible. No es de extrañar que la manifestación del 19 de julio necesitara hacer una parada frente al Ayuntamiento…
En la entrada del Ayuntamiento, las superheroínas invisibles del bloque rosa sostienen con orgullo la notificación de desalojo de La Invisible para la cámara, acto seguido, la hacen trizas. Y esto se puede entender, entre otras cosas, como el anuncio implícito de que la amenaza de desalojo también puede revertirse.
El Alcalde tendrá que asumir que el desalojo no se mantendrá invisible ni desoído en el clásico abismo veraniego de las vacaciones de agosto, y que en su lugar, la discusión y la cobertura sobre la forma en que la ciudad lidia con la desobediencia, como la de La Invisible, se extenderá al mainstream liberal —al que debe agradecer su permanencia en el Ayuntamiento— y a las conversaciones cotidianas en los barrios por toda la ciudad, incluso hasta los espacios burgueses entre la plaza de la Merced y la calle Larios.
“¡No al desalojo!” Después de la carrera de las superheroínas invisibles a través de la calle comercial, cae la oscuridad y la manifestación se reúne y se mueve hacia la plaza principal, la plaza de la Constitución. Este es el lugar del acto final, y aquí, la numerosidad y diversidad de las participantes se hace visible. Una vez más, el poder de la invención, la potencia de la urbanidad, la ecología del cuidado se ha mostrado, apareciendo en la marcha, en innumerables acciones performativas y representaciones visuales como una afirmación de desobediencia: a menudo invisible en la vida cotidiana, pero siempre ya allí, en los poros ingobernables del rodeo, antes y ante la ciudad obediente.
Y como acto final, el comunicado de La Invisible se lee en voz alta:
“Hace unos días recibíamos la notificación por parte del Ayuntamiento exigiendo el desalojo de la Casa Invisible. Dan quince días para vaciar de vida lo que se ha construido durante once años de esfuerzo colectivo; quince días de cuenta atrás para seguir expandiendo su homogeneidad, pero no se lo vamos a permitir.
Quieren eliminar cualquier resquicio de vida, eso, y no otra cosa, es lo que quieren, porque la vida es imprevisible, espontánea; donde menos se espera aparece una mata abriéndose paso entre el cemento, abriendo grietas. Así ha ido creciendo la Invisible durante estos once años, contra todo pronóstico, enraizando en la ciudad, reclamando a cada paso una vida que merezca ser vivida. Y eso les afea su paraíso de hormigón.
Les molesta y quieren censurar todo aquello que no puedan controlar o predecir, lo que escapa a sus intereses exclusivamente monetarios, pues la cultura es para ellos capital, y bajo la ley del mercado lo que no se puede vender no debe existir. Quieren una cultura plana, sin matices ni aristas: tipismo de postal y souvenir fácilmente reproducible, clasificable, vendible. Por eso se afanan en inventar folklores, tradiciones nuevas con las que saturar las calles un día sí y otro también, despreciando impunemente el cotidiano de la gente; una gente a la que ya no precisan ni de extras.
Mientras La Invisible aprendía a relacionarse con su entorno, a comprender que su lucha no era exclusiva sino que por cada poro se conectaba con reivindicaciones vecinales que ven cómo también les roban cada resquicio de vida no mercantilizable y los expulsan a donde no estorben, más incómoda se volvía La Invisible a ojos del Gobierno Municipal y sus palmeros. Entonces… empezaron a ¡¡¡MENTIR!!! a desviar el conflicto para no tener que afrontarlo, a negar la existencia de los acuerdos alcanzados, intentando ahogar un proyecto que son incapaces de comprender. Pero ya no engañan a nadie: son los tontos útiles de una industria que nos deshumaniza y nos concibe como esclavos, sumisos y agotados por jornadas interminables; sin proyectos, ahogados en sueldos miserables; sin más tiempo que no sea el de la producción y el consumo. Porque así no se enturbia su imagen de ciudad, no lo captan las cámaras de los turistas. Pero a nosotras sí, a las invisibles sí, y ellos no quieren vernos.
Frente a este proyecto de ciudad concebida como espectáculo permanente, La Invisible ofrece sosiego, un espacio de creación libre y compartida, de pensamiento colaborativo; un lugar donde convivir con lo diverso y asumirse en la diferencia.
¡Nos quieren hacer desaparecer y en cada intento somos más!
En los últimos meses, desde aquel chaparrón que fue incapaz de impedir que saliésemos a la calle a reclamarle al Alcalde que cumpliera sus compromisos —porque nosotras hemos cumplido todos y cada uno de ellos—, desde aquel 10 de marzo hasta hoy, que volvemos a tomar las calles para impedir el anunciado desalojo, el Patio de la casa se ha llenado de caras nuevas y de nuevos proyectos. Es que no se concibe una Málaga sin La Invisible, nosotras somos incapaces de imaginarlo y por eso vamos a seguir defendiendo su existencia frente a la megalomanía del Alcalde y sus secuaces, frente a quienes venden la ciudad pensando en intereses exclusivos, frente a quienes nos expulsan, frente a quienes mienten y censuran.
La Invisible somos todas y cada una de nosotras. Somos las que estamos hoy y las que se irán sumando día a día. Somos lo que no quieren que seamos. Somos común. Y vamos a demostrar que somos, además ¡INDESALOJABLES!
LA INVISIBLE SE QUEDA”
Gracias a todos y todas las activistas y la ecología de la Casa Invisible, y un agradecimiento especial a Kike España por proporcionar material y debatir y co-interpretar todos los signos y movimientos en la protesta in/visible.
[1] Mall significa “centro comercial” en inglés, el término Mall-aga es la unión de mall y Málaga, es decir, la ciudad de Málaga convertida en centro comercial. (NdT)
Traducción: Kike España
Fuente: http://transversal.at/blog/Invisible-is-here-to-stay?lid=La-Invisible-se-queda