Todos podemos caer en bulos sobre la covid, también los sanitarios
Desde los primeros meses de la pandemia, la sociedad y los medios de comunicación han construido muchas teorías sobre el origen del virus y las estrategias de los poderes mundiales. Algunos de ellos se han convertido en bulos que han calado en la población, incluso entre los profesionales de la salud.
Durante la primavera de 2020, al inicio del confinamiento, todos especulamos sobre la duración de la epidemia que se convertiría en pandemia y de las medidas para frenarla. Al mismo tiempo comenzaron a propagarse de forma rápida mensajes sobre curas milagrosas para evitar la covid-19 y todo tipo de desinformación. La Organización Mundial de la Salud llamó a este fenómeno ‘infodemia’.
“Lo que ocurre con la infodemia es que la percepción y la diseminación de los bulos por parte de la ciudadanía es más alta antes de que lleguen los acontecimientos. Es como si hubiera un punto en la línea del tiempo que fuera el momento en el que circulan más bulos sobre un tema. Cuando el problema es ya epidémico y el círculo de las personas cercanas afectadas comienza a cerrarse, entonces algunas de las noticias falsas que han circulado se difuminan”, explica a SINC Carolina Moreno Castro, catedrática de Periodismo y miembro del Instituto de Políticas de Bienestar Social de la Universidad de Valencia (UV), que dirige el equipo de investigación ScienceFlows sobre comprensión pública de la ciencia.
Los bulos sobre salud pueden provocar consecuencias fatales. Para limitar su difusión, es esencial promover estrategias que ayuden a distinguirlos. Las creencias previas, los conocimientos y la disposición a pensar de manera crítica influyen en la predisposición a creer mentiras.
Sven Grüner, investigador de la Universidad Martín Lutero (Alemania), fue un poco más allá y se preguntó en un estudio que publica la revista PLOS ONE si los profesionales sanitarios detectan los bulos relacionados con el coronavirus mejor que los estudiantes.
En este estudio experimental, presentaron a los participantes diferentes historias relacionadas con el coronavirus publicadas en medios de comunicación, de todas las secciones, no solo la de salud.
“Los temas generales de los relatos que recogimos pueden dividirse a grandes rasgos en cuatro categorías: aislamiento social, repercusiones económicas, consecuencias directas para la salud y fuertes exageraciones”, dice a SINC Grüner.
Los participantes en la investigación tenían que evaluar las historias como verdaderas o falsas. Además de alumnos con y sin formación sanitaria, reclutaron a profesionales de la salud para saber si existían diferencias entre ambos grupos.
El nivel de estudios no evita la desinformación
La investigación constó de dos partes. En una primera, se mostraron a los sujetos ocho historias extraídas de los medios de comunicación. “Hay que tener en cuenta que el trabajo se inició en mayo de 2020 y que las noticias, por tanto, reflejan las primeras fases de la pandemia”, explican. En la segunda parte, se recogieron los datos sobre diversas variables sociodemográficas, actitudes y rasgos de personalidad.
Los resultados del experimento indican que los sanitarios obtienen resultados similares a los de los estudiantes a la hora de distinguir correctamente entre lo que es un bulo y lo que no lo es. “Si las noticias están en consonancia con las narrativas existentes, los sujetos tienden a pensar que las historias son verdaderas”, asegura el investigador. “Sería un valor añadido a la literatura averiguar en qué circunstancias la gente piensa en las noticias, las acepta acríticamente o incluso las ignora”, continúa.
El lugar de residencia de los sujetos —en este caso, de Alemania del este o del oeste— no fue apenas significativo. La familiaridad sí resultó un factor clave para para explicar la capacidad de distinguir entre noticias reales y bulos. Por otro lado, la variable de ‘confianza en el medio’ tuvo un efecto positivo considerable. Por último, los hombres obtuvieron resultados ligeramente peores que las mujeres a la hora de distinguir entre lo verdadero y lo falso.
La mayoría de los individuos que participaron en el experimento tenían un nivel educativo alto, por lo que lo autores indican que próximas investigaciones deberían dirigirse a la población general.
“Nuestro estudio muestra que los individuos son vulnerables a la información de noticias falsas, independientemente de su nivel de educación y experiencia. La información de los medios de comunicación influye en la percepción de la gente sobre el estado del mundo”, concluyen.
Grüner ha participado también en estudios sobre la relación entre los movimientos oculares y la detección de noticias falsas para dotar de medidas más objetivas el procesamiento de la información que realizamos a través de la lectura.
La corriente negacionista que implica a los médicos
Otro de los efectos de esta pandemia ha sido el nacimiento de una corriente negacionista ante las evidencias científicas de la covid-19, que también ha llegado a los sanitarios. Uno de los entramados que se ha hecho más popular es el de ‘Médicos por la verdad’. Esta plataforma se presentó en España a finales del mes de julio de 2020 y venía precedida por actuaciones de sus miembros en contra de las medidas tomadas ante la pandemia. Su origen es alemán y se ha difundido rápidamente por los países hispanos.
“Una de las características de los bulos es que la narración de la historia tiene que parecer verosímil y tiene que contener un principio de autoridad. Por lo tanto, si la historia contiene el nombre de algún profesional, o bien es alguien que indica que trabaja en un hospital, eso garantiza que se va a difundir con mayor facilidad”, enfatiza Moreno Castro.
De esto se valen los médicos que conforman esta organización para difundir sus noticias falsas, así como de la desconfianza hacia instituciones y políticos de la población. La plataforma ha sido denunciada por diferentes colegios oficiales de médicos españoles, la comunidad científica ha mostrado su rechazo a sus actuaciones; y sus bulos son desmentidos continuamente por verificadores de información. Sin embargo, su actividad sigue proliferando a través de grupos de Telegram, redes sociales y eventos que organizan para continuar difundiendo falsedades.
“Para la población en general, los bulos van insertados en un paquete narrativo con unos encuadres de referencia, que es lo finalmente llega a la ciudadanía y esta los interpreta o percibe, según esos referentes. Hay quienes lanzan el mensaje y aparecen delante de algo parecido a un laboratorio, con un microscopio detrás o matraces. Muchos utilizan batas blancas. Pero no se plantea cómo se ha llegado a ese conocimiento, dónde se ha publicado o qué evidencia científica hay sobre lo que estás diciendo”, continúa la investigadora de la UV.
La intuición tampoco nos salva de los bulos
Las redes sociales son una fuente importante de proliferación de engaños. Un equipo internacional de científicos, liderado por Gordon Pennycook de la Universidad de Regina (Canadá), indagó en por qué la gente comparte esa información errónea y buscó soluciones para reducirla.
El estudio, que publica la revista Nature, se centró en Twitter. “Elegimos esta red social por razones principalmente pragmáticas ya que es una plataforma abierta, por lo que podemos ver qué tipo de contenidos comparte la gente”, señala a SINC Pennycook.
En primer lugar, el trabajo reveló que la veracidad del titular tiene poco efecto en la intención de compartir un contenido, a pesar de que sí influye en el juicio que hacen las personas sobre si una noticia es rigurosa. Esta disociación sugiere que compartir no implica necesariamente que se crea lo que se lee, según los autores.
El estudio consistió en cuatro experimentos con encuestas y uno de campo en Twitter. “Hicimos cuestionarios que incluían titulares de noticias que yo encontraba. Por ejemplo, titulares de desinformaciones que procedían principalmente de la página Snopes.com [una web que chequea contenidos para para desmentir bulos o contextualizar noticias, como Maldita o Newtral]. El experimento de Twitter consistió en analizar la calidad de las fuentes del contenido que la gente compartía, no el contenido real”, añade el científico.
“La demografía no parece ser un factor muy importante a la hora de detectar noticias falsas. Dependiendo del tipo de noticias de las que se hable, todos tenemos nuestros propios puntos ciegos. Lo que hicimos fue simplemente preguntar a la gente sobre la exactitud de las noticias y observamos que las personas que confían más en sus instintos e intuiciones son más propensas a caer en las noticias falsas”, asegura Pennycook.
Para los autores, es posible introducir herramientas basadas en la atención en las redes sociales para contrarrestar la desinformación online. “No sería necesario pedir a la gente que compruebe la veracidad de las noticias literalmente cada vez que las comparta. En su lugar, se podrían enviar recordatorios de rigor cada cierto tiempo, dependiendo del tipo de contenido que compartan”, destaca el científico.
Para Moreno Castro, “las estrategias que establezcan las redes sociales para la diseminación de mensajes desinformativos no son suficientes. Como en otros escenarios sociales, creo que hay que adoptar normas que no partan de las propias empresas, sino del consenso político y social”.
Herramientas para identificar bulos
Para averiguar si un mensaje que te llega es un bulo o no, además de las webs y plataformas de los verificadores de noticias, se están diseñando aplicaciones para instalar en el móvil.
Asimismo, se están desarrollando plugins para navegadores que puedan identificar las páginas o mensajes que contienen noticias falsas. “Nosotros estamos trabando en ambos. El primero que estamos desarrollando es el que denominamos No Rumour Health, que coordinamos desde ScienceFlows, mi equipo de la UV”, apunta la investigadora de la UV. También están a punto de concluir una aplicación para móvil, especialmente diseñada para las personas mayores.
Un ejemplo de plugin español es “CIVIC: Caracterización inteligente de la veracidad de información asociada a la COVID-19”, liderado por Alejandro Martín, profesor en el departamento de Ingeniería Informática de la Universidad Politécnica de Madrid. Este proyecto trabaja en el procesamiento del lenguaje natural para crear un motor que se integre de manera sencilla en navegadores de internet y redes sociales. Su objetivo es aportar de manera inmediata evidencia sobre si la información, noticia o contenido es falso o cierta.
“El verdadero reto, una vez identificados los bulos, es saber cómo desactivarlos”, concluye Moreno Castro.