De los oráculos a las predicciones pandémicas: una historia de nuestra obsesión por el futuro
La crisis de la covid ha desatado la incertidumbre y estimulado una intensa actividad predictiva en medios y redes sobre qué nos espera. De ahí la oportunidad de la exposición La Gran Imaginación: Historias del Futuro, que en la Fundación Telefónica repasa los futuros pasados, los modos de anticipar el porvenir y los escenarios posibles para los próximos años.
¿Qué vendrá después de la pandemia? ¿Una plaga todavía peor? ¿O retomaremos la senda del desarrollo y el avance tecnológico? ¿Se nos echará encima la catástrofe ambiental cada día más próxima? ¿O sucederé algo totalmente inesperado? Cuestiones de este tipo nos atormentan desde que comenzó el confinamiento y vuelven a asaltarnos a medida que aparecen nuevas variantes del coronavirus y el horizonte se torna más oscuro.
Nada tiene de raro, siempre las coyunturas inciertas han dado alas a la imaginación futurista. En la antigüedad, oráculos y horóscopos buscaban desentrañar lo que depararían las guerras, las sequías y los cometas que amenazaban con chocar con la Tierra. La Revolución Industrial trajo consigo transformaciones que engendraron la ciencia ficción. Luego, del miedo a un holocausto nuclear surgiría la futurología.
Nuestro convulso siglo XXI no se queda atrás. “La fragilidad del presente expuesta por la pandemia ha exacerbado la preocupación por el mañana” indica a SINC Ramón Ramos, catedrático de la Universidad Complutense especializado en la sociología del tiempo.
Por ello, no puede ser más oportuna la exposición La Gran imaginación: Historias del futuro, inaugurada en el Espacio Fundación Telefónica de Madrid. La muestra repasa las representaciones del mañana elaboradas en los últimos 250 años y nos hace reflexionar acerca las incógnitas abiertas por las actuales circunstancias.
Arqueología de los futuros pasados
Del repaso de esta arqueología de los futuros pasados, el visitante saca algunas certezas. Primera: la historia del futuro es relativamente breve, pues comienza en la Ilustración; segunda: cada época la imagina de un modo que le es propia; y tercera: si bien no podemos predecir con certeza lo que vendrá, sí podemos inspirarlo y contribuir a que se materialice.
La retrospectiva arranca con la publicación en 1771 de una descripción del París del año 2440 escrita por el francés Louis-Sébastien Mercier. ¿Por qué esa fecha? Porque antes se pensaba que el porvenir sería más o menos igual a lo conocido. Es más, se creía que estaba predeterminado, como si ya existiera en la mente de los dioses o estuviera escrito en un libro sagrado que solo unos pocos podían entrever. Adivinar el mañana no servía para modificarlo, sino únicamente para adaptarse mejor a lo inevitable.
Revolución Industrial y Revolución francesa
En el recorrido nos enteramos de que todo cambió con la Revolución Industrial y la Revolución francesa. Se tomó conciencia de que el pasado ya no servía de guía, pues los días venideros serían enteramente novedosos.
Gracias a la idea de progreso, se dejó de creer que “todo pasado fue mejor”, ya que la felicidad nos esperaba en el mañana. Alcanzar ese futuro feliz dependía solo de nosotros, ayudados por el avance tecnológico y la política progresista. La aceleración de la sociedad capitalista generó la necesidad de anticipar el porvenir mediante métodos racionales (la predicción) o imaginativos como la utopía, y proliferaron especulaciones que enseguida envejecían.
El retrofuturismo
Al interés por los futuros caducos se le llama retrofuturismo, y la exposición en la Fundación Telefónica es un ejemplo de ello. Allí se exhiben las primeras ediciones de la Utopía de Tomas Moro —el libro que acuñó el término que se aplicaría a toda sociedad ideal— junto con los carteles de películas como Metrópolis o Blade Runner, ya que en el siglo XX el cine tomó el relevo a la literatura como generador de imágenes de futuro, con énfasis en visiones distópicas que mostraban la otra cara de las promesas utópicas.
El retrofuturismo trasluce la toma de conciencia de que el futuro es una construcción imaginaria, y, como tal, condicionada por la ideología de sus autores. Como señaló en la inauguración Pablo Gonzalo, responsable de Cultura y Conocimiento Digital de la Fundación, los prejuicios saltan a la vista en cómo pensaban la cocina del mañana: sus artilugios prodigiosos podían variar, pero “siempre había una mujer a cargo”.
El reparto de las tareas domésticas era impensable y no digamos el matrimonio homosexual, del cual no hay el menor atisbo. Un sesgo machista que los escenarios pergeñados por el feminismo y por la ciencia ficción LGBT han comenzado a corregir.
La mayoría de los mundos imaginados no se concretó, salvo una pequeña minoría (los viajes a la Luna, por ejemplo). ¿Pura causalidad? “No”, declara a SINC Jorge Camacho, el comisario de la exposición. “La imaginación futurista es muy mala para predecir el futuro pero muy buena para inspirarlo. Un ejemplo actual es el proyecto en desarrollo del metaverso”.
Camacho opina que “si al cabo de algunas décadas se convierte en realidad, no será porque Neal Stephenson lo haya predicho, sino porque aquellos empeñados en desarrollarlo fueron inspirados por las historias de Stephenson y otros autores”.
Catálogo de predicciones fallidas
Sacando esas excepciones, el grueso de los futuros pasados constituye un catálogo de predicciones fallidas, lo cual resulta decepcionante para quienes lo fían todo a la predicción. “Ocurre que se la confunde con la profecía y se cree en ella con una fe incondicional ”, advierte Ramos. Por eso, la futurología prefiere “hablar de escenarios en vez de predicciones”, señala Camacho.
Un escenario es la descripción de una posible situación que puede ocurrir o no y nos orienta para concretarla o rechazarla.
Una muestra la proporcionan los cuatro arquetipos representados en la exposición. Ideados por el estadounidense John Dator, un ‘pope’ de los Future Studies, esquematizan opciones alternativas para el año 2050.
El primero de estos arquetipos se denomina Crecimiento continuado: más globalización, automatización y desarrollo económico (el futuro propugnado por políticos y grandes empresas). El segundo es el Colapso: crisis total debido al cambio climático, pandemias, meteoritos gigantes; guerras; ruina económica… El tercero es la Disciplina: la sociedad se impone severas reglas de consumo, producción y ética que la hagan sostenible y solidaria. Y el cuarto es la Transformación: hechos imprevisibles trastocan repentinamente la globalización de un modo que posibilita un desarrollo equilibrado, bienestar social y respeto al ecosistemas.
“El consenso de los visitantes es que estas instalaciones son muy provocadoras, particularmente el escenario de colapso, y les ayudan a evocar futuros deseables”, comenta a SINC Camacho. Precisamente, uno de los objetivos de la muestra es, además de promover una reflexión sobre el futuro, incitar “a una contribución activa y crítica en su proceso de construcción”.
Futuros a la española
Está claro que se trata escenarios globales concebidos en Estados Unidos. Pero ¿y los españoles? ¿Cómo imaginan el futuro de su país? De cómo lo veían en 1908 la exhibición brinda una muestra con El Hogar eléctrico, un corto de Segundo de Chomón acerca de un hotel automatizado. España no ha estado al margen de la historia del futuro, defiende Javier Fernández Sebastián.
Si bien el utopismo no prosperó bajo la Contrarreforma, en el siglo XIX el liberalismo, el anarquismo y el socialismo defendieron la creencia en un futuro mejor, e incluso surgió una ciencia ficción a semejanza de la que Julio Verne y otros escribían en naciones más desarrolladas.
“La confianza ilustrada en que podemos modelar nuestro futuro caló principalmente en las élites españolas, sin que desapareciese la idea cristiana de que el futuro es asunto divino y que Dios proveerá para bien o para mal”, explica a SINC Javier Callejo, sociólogo de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED).
Callejo añade que “a partir de la Transición, se generalizó el optimismo en la capacidad de construir el futuro. La gente pensaba que viviría mejor que sus padres y que sus hijos a su vez la superarían, pero esa confianza últimamente ha mermado”.
Los estudios realizados por el investigador de la UNED y su equipo revelan que, “tras la crisis de 2012, los españoles comenzaron a sentir que el futuro se alejaba, aunque no perdían la esperanzaba, pues pensaban que, aunque les llevase más años, al final conseguirían un trabajo fijo o se comprarían un piso. Y pese a las dificultades en el plano individual, seguían apostando por un futuro colectivo”.
Sus investigaciones recientes revelan un cambio: “Ahora miran el futuro desde una posición pasiva, pues no piensan que éste despenda de ellos, sino de lo que hagan el Estado, la tecnología y los científicos”, observa. “Y por primera vez hemos detectado un sector minoritario de la población que descree de un futuro colectivo o individual. Está seguro de que la catástrofe es inevitable y solo se pregunta: ¿cuándo acabará todo?”.
Sobrecarga futurológica
Aunque la exposición no lo destaca, el perfil de los “adivinadores” del futuro ha variado. Durante milenios, de sondearlo se encargaron los chamanes en las tribus, los astrólogos de palacio, los profetas religiosos… A ellos se sumaron en la Edad Moderna los utopistas y los científicos; después se añadieron los filósofos, seguidos por los autores de ciencia ficción; y, finalmente, por los futurólogos con Herman Kahn y Alvin Toffler a la cabeza. En resumen: la imaginación futurista se ha vuelto menos elitista.
En los últimos años, la tendencia ha dado un salto. Ahora predicen los tertulianos, los epidemiólogos, los economistas, los políticos, los publicitarios, los internautas y las grandes empresas, pues estas, subrayaba Camacho en la inauguración, además de promover mundos de ensueño vinculados a las nuevas tecnologías, también “producen metodologías para estudiar el futuro, como la prospectiva estratégica”.
Pero esta suerte de democratización, acelerada por el uso de las redes digitales, ha desembocado en un cúmulo de escenarios, muchos de ellos contradictorios. Se genera así una ‘sobrecarga futurológica’ que vuelve al horizonte aún más inescrutable. Y pese al fiasco de muchas anticipaciones, la ansiedad que nos causa la incertidumbre nos obliga a vivir tan pendientes de ellas como los antiguos griegos de sus oráculos.
“Los medios de cada sociedad para sondear el porvenir pueden ser mágicos o racionales, pero su mecanismo psicológico sigue siendo el mismo”, apunta Ramos.
En su opinión, “lo que ha cambiado es que no consideramos las simulaciones hechas por ordenador con la ingenuidad con la que nuestros antepasados interpretaban el vuelo de los pájaros, en el que veían el designio infalible de un dios. Nosotros manejamos técnicas anticipatorias expuestas a fallos, y saberlo nos produce un gran desconcierto”, expresa el sociólogo, que también fue presidente del Centro de Investigaciones Sociológicas.
Cultura de la anticipación
El desconcierto tiene lugar en un momento en que los tiempos se están precipitando. Lo sugiere el concepto de “Gran Aceleración” pensado por Nobel de Química, John Cruntzen: la transmisión del alocado ritmo de la actividad humana a las dinámicas ecológicas, con el efecto de apresurarlas.
Urge prever las consecuencias de este frenesí si queremos atajarlas, y eso nos obliga a mejorar los métodos anticipatorios y a reducir la confusión causada por el maremágnum de previsiones, muchas de las cuales versan sobre “la relación de la humanidad con la naturaleza, en un abanico que va del optimismo tecnológico radical al catastrofismo igualmente radical”, apunta Ramos.
Con la sobrecarga futurológica ocurre similar a las desinformaciones. ¿Cómo distinguir las previsiones elaboradas correctamente de las meras expresiones de deseos o desesperación paranoica?
Según Ramos, existen dos modos de encarar los futuros inciertos: “El primero consiste en adiestrar el pensamiento anticipador con el propósito de que la ciudadanía adquiera un conocimiento crítico de las técnicas predictivas, las simulaciones, los escenarios, los paneles Delphi, etc…”. Se trata, pues, de otra faceta del alfabetismo científico. El segundo, más práctico, “es la confianza”, continúa el catedrático de la Complutense.
“La mayoría de la gente, que no dispone de tiempo para adquirir ese conocimiento, se fía de quienes le inspiran más confianza; una opción que conlleva el riesgo de que adopten previsiones absurdas de supuestos expertos”, señala Ramos.
“Las luchas sociales y políticas actuales son, en última instancia, luchas sobre futuros”, concluye Ramos. En la misma línea, Camacho agrega: “La imaginación y construcción del futuro es un tema eminentemente político. La pregunta siempre debería ser: ¿quién tiene la capacidad de imaginar futuros y el poder de construirlos?”.