Los glaciares de la Patagonia se derriten y los científicos piden apoyo
Los campos de hielo argentinos son una de las más vastas extensiones de agua helada del planeta, sin embargo, los expertos lamentan la falta de estudios sobre las consecuencias de su deshielo. En total, el hielo de la Patagonia ha perdido 1.000 km2 de superficie en unos 60 años.
Parecen enormes alfombras desparramadas sobre las montañas. Algunas se hunden en el lago, mostrando un alto frente de hielo que hace siglos cayó en forma de nieve. Pese a su apariencia compacta, el interior de los glaciares está repleto de ríos y grietas que crujen en un sinfín de pequeños desprendimientos.
Si se miran de cerca, es frecuente ver cómo se despega un témpano y cae al agua. El espectáculo es estruendoso, pero es normal que el frente de los glaciares pierda masa debido a las temperaturas, a las fricciones internas y a su movimiento. El problema es que no se recuperan, algo que pasa en la mayoría de los campos de hielo del planeta.
El glaciar Perito Moreno se mantiene en equilibrio desde 1917, año en el que comienzan los registros. Esto significa que todo el hielo que se traga el lago Argentino vuelve a él con la nieve que cae en Campo de Hielo Patagónico Sur (CHPS), donde nace.
Para ver sus dos caras son necesarias, al menos, cuatro horas por sus pasarelas. El glaciar avanza unos 30 cm (su velocidad es de dos metros por día), pero el ojo es incapaz de percibir el movimiento de esta mole de 4 kilómetros de frente y 257 km2, equivalente a la capital federal de Buenos Aires o a más de dos veces la ciudad de Barcelona.
Su localización lo hace accesible y seguro de visitar. Uno de los espectáculos más acongojantes de la naturaleza es la formación y ruptura de su dique. Cada cierto tiempo, una lengua de hielo alcanza la orilla más cercana del lago, la península de Magallanes, aislando a la parte que recibe el nombre de brazo Rico. En ese momento empieza una lucha entre dos fuerzas: el glaciar que avanza y el agua que presiona el dique.
La lucha dura unos meses hasta que por fin el agua vence y consigue fisurar el hielo, formando un puente que atrae a miles de turistas. Si hay suerte, se puede contemplar su destrucción, algo que sucedió la noche del pasado 13 de marzo cuando nadie miraba.
“Este comportamiento es único en el mundo y no se puede predecir. El primer registro de ruptura del glaciar fue en 1917. Durante las últimas décadas, el fenómeno se ha dado cada dos o cuatro años, una frecuencia similar a la de principios del siglo XX. Sin embargo, antes de 2004, había estado 16 años sin romper”, explica Matilde Oviedos, portavoz del Parque Nacional de los Glaciares.
Como resultado del deshielo se originan dos grandes lagos: Argentino y Viedma, que abastecen de agua la zona a través del río Santa Cruz. Sin embargo, el avance de los glaciares no siempre es sinónimo de crecimiento. Luciano Benacchi, director del Glaciarum, el museo del hielo que funciona como centro de interpretación y visitantes del parque, explica: “Los glaciares se forman por nieve que sobrevive al verano y se va a acumulando con los años. Además de crecer, se mueven hacia adelante y hacia abajo, como una cinta transportadora. Los de la Patagonia son templados, su zona más profunda siempre está en el punto de fusión y en su base hay agua que actúa como lubricante”.
Gigantes que dan un paso atrás
Perito Moreno forma parte de la resistencia. De los 48 glaciares importantes que se encuentran dentro del CHPS, el manto de hielo más grande del mundo después de la Antártida, solo hay uno más en equilibrio, el Spegazzini, también en Argentina, y otro que presenta un ligero crecimiento, el Pío XI, en Chile.
Del resto se dice que están en retroceso. A Oviedos no le parece correcto este término: “Un glaciar avanza por la fuerza de la gravedad, así que no puede retroceder, lo que hace es perder masa de su frente: no se trata de un movimiento sino de una pérdida”.
A estas alturas, la comunidad científica señala sin dudar al cambio climático como el culpable del derretimiento. Incluso la estabilidad aparente del Perito podría no ser tan idílica: “El primer rompimiento se produjo en 1917, pero el mayor evento fue en 1936. Los árboles que murieron en el brazo Rico por efecto del endicamiento tenían 250 años, lo cual demostró que estos avances del Perito Moreno comenzaron en el siglo XX y no se habían observado al menos desde el año 1650”, observa Pierre Pitte, investigador del Instituto Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales (IANIGLA).
No solo se pierde hielo por los extremos de los glaciares, también bajo el agua. Un estudio de 2017 liderado por Pedro Svarka, director científico del Glaciarium, aseguraba que las pérdidas subacuáticas superaban a las debidas a los desprendimientos.
En total, el hielo de la Patagonia ha perdido 1.000 km2 de superficie en unos 60 años. Los expertos se lamentan de que a la glaciología en esta zona le faltan apoyos. Según Benacchi, la falta de fondos para investigación, unida a la despoblación de la región, hace que se trate de un terreno pobremente explorado en comparación con Europa.
“Nos hacen falta estaciones meteorológicas que recojan datos durante varias décadas para llegar a ser fiables. Aquí solo hay una que lleva en pie 22 años, sus datos aún no tienen el rigor suficiente”. Andrés Rivera, glaciólogo de Chile, señala que “es necesario robustecer las bases de datos y la investigación científica. Tenemos lagunas de información que nos impiden predecir el comportamiento futuro de los glaciares de forma precisa”.
Con este fin, el IANIGLA ha dado forma a un exhaustivo inventario de glaciares con datos sobre más de 16.000 cuerpos de hielo. “Mientras que otros países conocen sus glaciares hace varias décadas, nosotros recién en 2018 podemos decir cuántos tenemos y dónde. Necesitamos invertir más para conocer los recursos de nuestra Cordillera”, afirma Pitte.
Sequía, inundaciones y cambios
Mientras los recursos llegan, algunas consecuencias del deshielo se hacen evidentes. “Todas las predicciones ya se han superado. En en la Patagonia ya se han notado cambios en el régimen de precipitaciones, que disminuyen en el norte y aumentan en el sur. Esto altera el cauce de los ríos y provoca que zonas más septentrionales, donde la agricultura desempeña un papel importante, sufran por las sequías”, observa Bernacchi.
Los glaciares abastecen a las regiones de agua para beber y para la agricultura. “Hay comunidades que dependen del deshielo durante las épocas de sequía. Se espera que el cambio climático aumente los eventos climáticos extremos: más inundaciones y más sequía. Irónicamente, estos pueden ocurrir a la vez en lugares muy cercanos”, explica Twila Moon, del Centro Nacional de Datos de Nieve y Hielo de Estados Unidos.
El retroceso acelerado de glaciares libera terreno que tarda en ser colonizado por la vegetación, un terreno inestable, sujeto a deslizamientos y avalanchas, lo que genera riesgo de crecidas de origen glaciar (que se conocen como GLOF, por sus siglas en inglés).
En Argentina ya se han observado estos eventos. En mayo de 2009, un aluvión rompió la morena del glaciar Ventisquero Negro en el monte Tronador, Río Negro. La crecida destruyó el puente de acceso a Pampa Linda dejando incomunicada a la comunidad local por varios meses. Del lado chileno, Rivera relata otra colección de desastres, desde los flujos de escombros rápidos de barro y hielo que descendieron desde el volcán Yates en 1965 hasta el evento aluvional que afectó a la villa Santa Lucía en 2017.
La desaparición de agua dulce eleva el nivel del mar. “Si todos los glaciares continentales, sin contar los polos, se derritieran, el aumento sería de un metro; sumándole la sabana de hielo de Groenlandia, siete metros; y si sumamos la Antártida, entre 50 y 70 metros”, dice el director del Glaciarium, a lo que Moon añade: “Gran parte de la población mundial vive en las costas y gran parte de nuestra infraestructura económica también está allí”.
Otra de las responsabilidades de los glaciares es el mantenimiento de las corrientes oceánicas. En los polos helados, el agua se enfría y se hunde, impulsando la cinta transportadora oceánica global. Su complejo equilibrio se ve amenazado con las enormes cantidades de agua glaciar que caen al mar.
Negación y medidas insuficientes
Para Andrés Rivera, “el proceso de cambio climático es global, no local, por lo tanto, medidas paliativas locales no podrán detenerlo. A largo plazo, solo una reducción global de emisiones puede detener sus efectos con un tiempo de respuesta de varias décadas”.
El compromiso global para frenar el aumento de las temperaturas se plasmó en 2016 en el acuerdo de París, firmado por 174 países y la Unión Europea. El primer gran palo que se llevó fue la decisión de Donald Trump de retirar la firma de Estados Unidos, segundo país en emisiones de CO2, después de China.
El desprecio medioambiental del gobierno estadounidense ha resultado en la elección de un negacionista del cambio climático al frente de la NASA, una institución que ha invertido esfuerzos en observar los efectos del calentamiento global. El programa Ice Bridge de la agencia ha sido crucial para monitorizar los hielos de la Antártida y comprender su dinámica.
Los daños en los glaciares son irreversibles, pero aún se puede hacer algo. “Si cambiamos ya nuestra forma de comportarnos con el medio ambiente, estaremos a tiempo de paliar la pérdida”, concluye Moon.