Climática •  Laura Casielles •  Cultura •  06/04/2024

Las sublevaciones de la tierra: nuevos abecedarios para defenderse

Un libro y un documental se acercan al movimiento francés ‘Les soulèvements de la terre’, que desde 2021 ha planteado una manera propia de abordar las luchas ecologistas.

Las sublevaciones de la tierra: nuevos abecedarios para defenderse

“Somos habitantes en lucha, ligadxs a su territorio (…) Frente a las hormigoneras, nuestras resistencias se multiplican por todas partes”. Es una cita del Llamamiento a retomar las tierras y a bloquear las industrias que las devoran, lanzado en Francia en marzo de 2021, y que cuenta con casi 160.000 firmas. Supuso el nacimiento de un movimiento, Les soulèvements de la terre (Las sublevaciones de la tierra) en torno a “la tierra, el problema de sus usos y su reparto, las maneras de cuidarla y trabajarla”.

Desde entonces, a ese movimiento le han pasado muchas cosas. De todo ello, sin embargo, a España no han llegado más que algunas noticias dispersas. La mayoría, sobre los llamados “acontecimientos de Saint-Soline“. En marzo de 2023, treinta mil personas se movilizaron en el distrito de ese nombre para marchar contra dieciséis proyectos de megabalsas. Fueron objeto de una enorme represión, que terminó con doscientas personas heridas, entre ellas cerca de cuarenta mutiladas y dos en coma. Ahora, un documental y un libro dan a conocer este movimiento desde otros puntos de vista.

Un abecedario para la sublevación

Les soulèvements de la terre no tiene manifiesto, pero sí un diccionario in progress. Su traducción al castellano acaba de ser publicada por la editorial Virus bajo el título 40 voces por las sublevaciones de la tierra. Abecedario para desarmar el colapso ecosocialEn ese glosario hay palabras que resuenan de manera evidente, que vienen a la mente de inmediato a la hora de hablar de un tema como este: autonomía, campesinado, emergencia climática, internacionalismo. Algunas quizá sorprenden más en este contexto: alegría, estacionalidad, indígena, queer. Y hay otras que parecen aunar un mundo viejo con uno posible, creando vías de entrada: capitaloceno, cuidados, desarme. Por la h, por ejemplo, hidrogeología junto a herida y a hormigón.

Estos términos los definen, en breves textos de tonos muy distintos, una cuarentena de voces también muy diversas. Desde nombres muy conocidos del pensamiento francés contemporáneo como Virginie Despentes y Françoise Vergès hasta activistas de base o firmas colectivas de organizaciones como Científicos y científicas en rebelión o la asociación de trabajadores y trabajadoras de comedores de la región del Oeste.

Es la misma polifonía que está presente en el propio movimiento. Lo muestra también Les Soulèvements de la Terre contra el avance del asfalto, un reportaje documental de 20 minutos realizado para El Salto por Alex Méaude y Mar Sala. En una de las escenas, una joven activista explica que se trata de “una coalición de organizaciones, colectivos del mundo campesino pero también contra el cambio climático, o luchas locales contra proyectos impuestos o contaminantes”. Se unieron a partir de la que recuerda como una pregunta fundacional: “¿Cómo seguimos haciendo cosas que sean pertinentes para el movimiento ecologista?“.

La respuesta, como el diccionario, también es work in progress. Cada seis meses, el movimiento se reúne en asambleas en las que se deciden las campañas y acciones a realizar. Así, en estos tres años, estación tras estación, se han sucedido intervenciones que van desde protestas por un huerto urbano en un barrio obrero hasta parar la ampliación de dos canteras, desde limpiar un viñedo abandonado hasta sabotear un centro de Monsanto. Uno de sus principios es la confianza en la potencia de lo local y de la conciencia de que lo mismo que ocurre en un lugar está ocurriendo también en muchos otros a escala nacional e internacional.

Como explica el filósofo Adrián Almazán en el prólogo de la edición española del libro, estos grupos activistas “han pasado de la defensa de la Tierra en abstracto, a la defensa de la tierra con minúscula“. A su entender, una de sus virtudes es la idea de “composición”, cuya definición –escrita en el glosario por el grupo de jazz Blue Monk– se opone a las lógicas bélicas y burocráticas, instando a una unión dinámica y dentro de lo múltiple que toma por ejemplos, más bien, al diseño o a la música. Para Almazán, ese es uno de las principales aprendizajes de este movimiento: su capacidad de “sustituir la cacofonía o la oposición binaria por el sutil arte del acuerdo y del apaño”. Y otro, su habilidad para aunar “la lucha contra el fin del mundo y la lucha por llegar a fin de mes”.

El fin del mundo y el fin de mes

En una de esas acciones concretas que se deciden para cada temporada se centra el documental producido por El Salto. Concretamente, en la destinada a paralizar las obras de construcción de la autopista A69 en una zona del sur de Francia, que destruirán 400 hectáreas de tierra cultivable. Sucede en marzo de 2023 y la secundan más de 10.000 personas.

Las imágenes avanzan por un paisaje de tonos amarillos, como tomado por la calima, a través de un pequeño bosque. Un activista explica que, además de destrozar el entono de humedales, la autopista prevista privatizará el paso por la zona: con un peaje de 17 euros, solo la podrá utilizar quien pueda pagarla. “Es un problema ecológico y un problema social”, explica, dando la vuelta a ese lugar común por el que a menudo se piensa que son las medidas ecologistas las que tienen un coste negativo sobre la población más vulnerable.

En un sentido más amplio, el movimiento tiene tres objetivos: desmantelar las industrias tóxicas, reapropiarse de la tierra para convertirla en un común y ocupar los lugares de decisión en los que en la próxima década se tomarán las decisiones que atañen al medio ambiente. El número tres se repite en las formas de lucha que eligen: bloqueos, ocupaciones y lo que llaman “acciones de desarme”, que consiste en desmantelar infraestructuras contaminantes.

A todo ello lo acompaña lo que llaman “reapropiación de saberes“, una línea de trabajo destinada a “comenzar a reaprender todo aquello que necesitamos para garantizar nuestra subsistencia colectivamente”, en palabras de Adrián Almazán. Es ahí donde cobra sentido este diccionario que incluye textos de todo tipo, hasta poemas, como uno de Alain Damasio que termina diciendo: “Ahora, el único crecimiento que sostendremos / será el de los árboles y el de los niños. // Ahora seremos lo vivo, / muriendo y brotando de nuevo, / lo vivo que teje y que cruje, / vivo como un salto. // Lo vivo que se relaja”.

Ruido sobre el asfalto

Como en casi todos los movimientos de nuevo cuño, en sus propuestas, el qué trae aparejado un cómo. El documental dedica también un espacio a Riot Fight Sexism, un nodo dentro del movimiento que trabaja contra la violencia sexista y sexual. “Estar entre militantes no elimina de golpe el patriarcado”, afirma ante cientos de personas sentadas en un prado una activista con pasamontañas. Explica que en las acciones se puede identificar a su brigada violeta fácilmente tanto de día como de noche: sus integrantes llevan colgada al cuello una guirnalda de luces de colores.

Y es que, en un momento en el que la palabra terrorismo siempre parece rondar, los modos de acción de este grupo no se suavizan por ello. Sus acciones generan imágenes que recuerdan más a los movimientos autónomos de los años 80 y 90 y a los black bocks que a la deriva más amigable para redes sociales de los movimientos actuales: marchas enérgicas en mitad del bosque, rostros enmascarados, pedradas a camiones, huelgas de hambre. Pero, al mismo tiempo, reivindican siempre un tono alegre, casi burlón.

La acción que cubre el documental lleva el sonoro nombre de Ramdam sur le macadam: un juego de palabras que significa algo así como “hacer ruido sobre el asfalto”. Charangas, disfraces y bailes acompañan a las marchas, en las que los manifestantes se convierten a veces en aves, tritones o árboles. También en las páginas del libro está presente ese guiño. En un gesto tierno y humorístico, cada entrada se acompaña del dibujito de un animal, los mismos que aparecen en sus redes sociales: aquí una rana, allá una nutria que lleva unos alicates entre las patas o un ratoncillo que parece bailar pole dance en un destornillador.

Esos diálogos toman cuerpo y se asientan en las llamadas ZAD (Zonas A Defender). Es una idea importante en el movimiento de defensa del territorio en Francia en la última década que este movimiento ha tomado como central: la ocupación de terrenos en los que se establecen campamentos en los que los activistas se instalan durante el tiempo que dura una acción. En la definición libro del Abecedario, la entrada correspondiente, firmada como Martine Luterre, apunta a que su existencia “supera otro antagonismo estéril, el que se establece entre la ofensiva y la alternativa (…) Vivir y luchar consiste en inscribir la defensa de un territorio y la invención de otras formas de vida más deseable dentro de un mismo movimiento, de una misma vida cotidiana”.

El ZAD que aparece en el documental corre –pequeño spoiler– la misma suerte que muchos otros. Tras una noche de baile sobre el asfalto, el campamento despierta con la entrada de la policía. Cuarenta personas resultan heridas. Como explica Almazán en el prólogo del libro, este movimiento ha despertado una violencia sin precedentes por parte del Estado, con dispositivos policiales que alcanzan en número a la mitad de personas manifestantes en un esfuerzo por hacer imposibles sus acciones.  

Pero hay una trampa cuando el relato de la represión se ve más que el de la movilización. Para la primavera de 2024, Las sublevaciones de la tierra plantean lo que llaman su temporada 7, y que presentan como si de una serie se tratase. Este libro y este documental nos preparan para cuando lleguen esos nuevos capítulos, con pistas para escuchar estas voces y acercarse a este lenguaje, más allá de la inmediatez de las noticias.

Fuente; https://climatica.coop/sublevaciones-de-la-tierra/


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