Sobre «A Puertas Cerradas» de Costa-Gavras
«A Puertas Cerradas», la película de 2019 de Costa-Gavras, estrenada durante la cúspide de la pandemia, difiere en gran medida del libro del mismo título de Yanis Varoufakis, aunque se basa en el relato del profesor de economía griego sobre los acontecimientos que rodearon la ‘auto-traición’ de la izquierda griega en su enfrentamiento con el establishment europeo.
Rodada de una manera muy parecida a las películas creadas para la televisión, en A Puertas Cerradas, Costa-Gavras le envía una carta de amor al pueblo griego desde Francia (la patria adoptiva del director desde los años cincuenta). La película expresa la calidez de Costa-Gavras hacia su pueblo, un regalo consolador en un momento atroz, un antídoto contra la histeria que fomentaban por aquellos años los medios de comunicación de la Europa Occidental, que señalaban al pequeño Estado balcánico como el único responsable del progresivo colapso de los sistemas bancarios europeos. Siendo tan sólo la segunda película ambientada en la antigua patria del octogenario director desde Z, de 1969, A Puertas Cerradas contrasta fuertemente con el resto de su obra.
Z revelaba el caos de una dictadura militar en los movimientos sueltos de la cámara, que latiguea impredeciblemente como en el cine de la Nueva Ola francesa de Godard. Y también la verosímil locura de las situaciones en las que hombres de traje disparan desde vehículos a toda velocidad, mientras que nadie en la película entiende por qué los hombres de traje disparan; lo que sea tal vez la esencia de la era de los golpes militares. La rebelde Z se hacía eco de ese grito al mismo tiempo carnal y espiritual del Zorba, de Nikos Kazantzakis, celebrando el temperamento de una cultura que sólo está dispuesta a aceptar los extremos ideológicos: el anarquismo, el comunismo o el fascismo rotundo y militarista. Para un argentino que contemple su historia reciente, Z proyecta un paisaje cinematográfico reconocible.
En A Puertas Cerradas, contrariamente, todo está contenido. La cámara se mantiene estable, como sobre un soporte con ruedas. La secuencia de escenas deja la impresión de que el director esperaba que fuera emitida en la televisión griega. La iluminación, clara y constante. El conflicto dramático, más que violento o desmesurado, se propone burocrático; cruel, pero cordial. En lo que podría ser la escena más violenta de la película, un joven empleado de Bruselas se abalanza gritando histéricamente sobre Christos Loulis (quien interpreta el papel del efímero ministro de finanzas griego de SYRIZA): «¿Cuándo me devolverán mi dinero?». Los guardias de seguridad retienen con facilidad al joven conflictivo, que tiene el aspecto de alguien criado en la universidad y que aspira a eurócrata.
¿Dónde está el drama? Inevitablemente: en los conflictos entre los tecnócratas de la UE enfrentados a las artimañas de corte académico de Varoufakis; conflictos que se desenvuelven con un acento claramente burocrático.
La película de Costa-Gavras, sorprendentemente desenfadada, desaprovecha numerosas oportunidades: desde posibles escaladas dramáticas, hasta profundizaciones y caracterizaciones psicológicas. Este fracaso no es sólo estético, sino también político, dada la dependencia que tiene el guión de las memorias del profesor devenido en político, Varoufakis. Loulis, demostrando una formación en el teatro clásico griego, habla como si llevara puesta una toga: su Varoufakis es una mezcla de Sócrates, el contador de la verdad, Diógenes, el filósofo ascético sin hogar, y Neo, el protagonista de Matrix: un profeta sencillo, serio y austero, ni acaudalado, ni cosmopolita, que llega accidentalmente a la política, y que quiere simplemente plantear preguntas con sinceridad para hacer que la gente que habita el poder reflexione sobre sus acciones; como si el poder funcionara de esa manera. «¡Me dispuse a comprometerme, pero no a ser comprometido!», anuncia tras aceptar la candidatura de Alexis Tsipras. En la película, la corrupción del mundo político enajena y confunde al místico mesiánico y puede sólo tentarlo a presentar la carta de dimisión que, como es sabido, llevaba preparada en el bolsillo. (El verdadero Varoufakis asesoró al gobierno del PASOK de Papandreu y siempre ha mantenido vínculos con la clase política de su país).
El Varoufakis de Costa-Gavras se muestra escandalizado por la falta de receptividad de los poderosos de la Unión Europea a los buenos argumentos o a la verdad que expone en sus presentaciones estadísticas de PowerPoints. Desgraciadamente, esto se acerca a lo que sigue siendo la estrategia de Varoufakis como político: la esperanza de «revelar la verdad al poder», de pronunciar conferencias TEDx, rivalizando con gurús intelectuales públicos como Noah Yuval Harari, o Ibram X Kendi, hasta que las clases media-altas y las élites se rindan finalmente al hechizo de las elucubraciones verbales de un hombre brillante. Si sólo la psicología del poder funcionara de ese modo… Esta era la tragedia hamletiana de la dirección saturada de doctorados de SYRIZA que Costa-Gavras pasa por alto enteramente, pero que debería haber sido explotada por una necesidad artística, hacia una obra de arte que trascendiera las limitaciones de la política partidista.
A pesar de la hipocresía y la insensibilidad con la que los poderosos pretenden culpar a Grecia de la deficiencia del orden financiero, los personajes siguen siendo cordiales, susceptibles a la racionalidad. El papel de la actriz Josiane Pinson, como Christine Lagarde, en gran parte mudo, se asemeja a los momentos más tranquilos de Judi Dench interpretando a regias figuras como la reina Victoria. La Lagarde de Costa-Gavras, Pinson, es dócil, dignificada por su porte, siempre ecuánime. Pone mala cara, o frunce el ceño, elocuente y jamás enloquecida, tratando de instar a los hombres al lado de la razón y la templanza, representando en última instancia al status quo. Costa-Gavras desaprovecha el potencial satírico que tiene esta representación políticamente correcta de LaGarde; una responsabilidad compartida con las representaciones del Dr. Varoufakis en las memorias. En ninguna parte vemos la predisposición de Lagarde a destacarse siempre como la potencial mercenaria de los dueños del poder. Hecho del que los argentinos pueden dar testimonio: durante su mandato en el FMI fue una corrupta y frecuente huésped de la presidencia de Mauricio Macri, supervisando el préstamo infame entre 2016 y 2019, antes de su ascenso a la presidencia del Banco Central Europeo. En ninguna parte del film nos encontramos con la desquiciada Lagarde que escribió «utilízame» en su extraña -y filtrada- carta a Sarkozy.
Con el ministro holandés de Finanzas, Jeroen Dijsselbloem, interpretado por Daan Schuurmans, también se pierde por completo la oportunidad dramática de representar a un miserable Jean Valjean contemporáneo. El ministro, apodado «De Dominee» o «Reverendo» por sus compatriotas de la política holandesa, era a menudo comparado con un fanático puritano calvinista. A Dijsselbloem se le atribuyen varias singularidades: conocido por beber vasos de leche entera en reuniones en las que otros políticos toman café o brindan con alcohol, dirigió alguna vez una campaña de inspiración clintoniana contra las «madres del bienestar»; antillanas negras que supuestamente ordeñaban el Estado de Bienestar holandés. Y esto antes de embarcarse en su más infame y malograda cruzada para imponer los valores luteranos a los pueblos del sur de Europa. Desgraciadamente, en el guión se han desperdiciado muchas oportunidades para caracterizaciones más ricas, por diálogos irrelevantes para todos los grandes actores de la película, a excepción de los de Varoufakis.
A diferencia de las memorias del mismo título, la película se esfuerza por contar una historia existencialmente más amplia, presentando un protagonista diferente: la clase media griega, seducida por el Caballo de Troya de la insostenible pertenencia a la eurozona, luego humillada por una máquina antidemocrática y utilizada como chivo expiatorio de las élites europeas. Costa-Gavras personifica a este grupo en la esposa de Varoufakis, Dana Stratou, o «Dea» interpretada por la actriz italiana Valeria Giolino. En una escena, los tecnócratas de Bruselas vienen de visita al pequeño departamento de la familia Varoufakis: los enviados occidentales se aprovechan de la hospitalidad griega, se maravillan con la fantástica comida y comen groseramente mientras rechazan toda discusión seria. Uno siente la fatiga de la cansada, sabia y paciente esposa griega de clase media, que intenta sostener su hogar y mantener a los insoportables invitados, contentos. Eso también es ficción: el homenaje de Costa-Gavras a la estresada, deprimida, pero hospitalaria familia media griega. La verdadera Stratou es potencialmente mucho más interesante: una heredera de los industriales griegos de la «vieja guardia», que fueron expropiados por el gobierno izquierdista, pero corrupto, del PASOK, (del que Varoufakis fuera asesor económico).
En lugar de dar una representación ‘disneyficada’ de las intrigas políticas de la euro-crisis griega, y basarse en la autobiografía de Varoufakis, Costa-Gavras debería haber pensado en las tragedias de Shakespeare para guiar su narración.
Cada vez que Varoufakis, interpretado por Christos Louilis, tiene la ocurrencia de un pensamiento rebelde, los débiles ecos de la música rebetiko de Zorba, el Griego se oyen tañer en la banda sonora, espectral en los antisépticos salones del Europarlamento, antes de que la música rebelde se apague una vez más. Este desvanecimiento del espíritu subversivo, junto con la absurda cortesía de todos los personajes, es lo que mejor resume la capitulación en el centro de la euro-debacle griega. Ni Varoufakis ni Tsipras, tuvieron la visión y la valentía de desafiar o provocar al poder, como lo hubiera hecho un Hugo Chávez o un Lula-Da Silva. Su comportamiento se mantuvo siempre amistoso con los tecnócratas del exterior, y dentro de los límites aceptables para los ansiosos progresistas de clase media griega que apoyaron y dotaron de personal a SYRIZA. Y es por estas razones que estafaron a la clase trabajadora griega.
En política, uno no se propone «comprometerse (es decir, entrar en compromisos, en conciliaciones), sin ser comprometido (be compromised, seducido)». Un político de izquierda se propone ganar para el pueblo: «Hasta la victoria, Siempre», como decía Guevara, y no «Hasta el consenso, siempre». Consensuar y acabar decepcionado pueden ser resultados inevitables, pero nunca pueden ser los objetivos a priori, pre-anunciados en un conflicto; salvo en el caso de los aficionados y los mediocres. Fuera de cámara, como ministro de Economía, Varoufakis se negó, contra toda insistencia de los camaradas, a destituir al director del Banco Central griego, Yannis Stournaras, convertido en una leyenda local por haber negociado la milagrosa entrada de Grecia en la UE en 2001, y quien, probablemente, haya defendido el puesto de Varoufakis en la Universidad de Atenas. Varoufakis confiesa en sus memorias haber buscado, extrañamente, seguir siendo «amigo» a toda costa de Stournaras, así como de Larry Summers y Jeffrey Sachs. Como antiguo ministro de Economía de la Nueva Democracia, Stournaras naturalmente siguió mostrándose más amistoso con Berlín y con la Troika, que hacia cualquier cooperación con los activistas ‘anti-austeridad’ recién electos entonces. Para una persona ajena al asunto, todo esto suena similar a un entrenador de fútbol que insistiera en que su equipo juegue sin arquero.
La idea de que las élites gobernantes no están relegadas a sus funciones dentro de un sistema, sino que pueden ‘convertirse’ por la mera elocuencia de alguien, y ser propensas a ver ‘la luz’ después de una cantidad suficiente presentaciones de PowerPoint -en lugar de someterse únicamente ante las amenazas y al brutal y necesario chantaje material del poder, como en efecto ocurre- es otra locura que se salva de toda crítica en el tibio biopic de Costas-Gavras y en otros sectores de la izquierda academicista de corte idealista. A nuestros enemigos no se los puede convencer con una oratoria «socrática» o con un buen espíritu, digamos, deportivo, pero se los puede sí obligar a una tregua; lo que requiere, claramente, una estrategia.
Sobre el autor: Arturo Desimone (Aruba, 1984) es un escritor, poeta y artista visual arubiano-argentino. Sus artículos sobre política han aparecido en CounterPunch, OpenDemocracy, Berfrois UK, Diem25news y otros medios. Autor del poemario Mare Nostrum/Costa Nostra (Hesterglock, 2019) y del libro bilingüe «La Amada de Túnez», que apareció en Argentina durante la pandemia, ha participado en festivales internacionales de poesía en Granada, Nicaragua, Buenos Aires y La Habana.
Fuente: https://www.resumenlatinoamericano.org/2022/02/07/cultura-cine-sobre-a-puertas-cerradas-de-costa-gavras/