El Islam y el Marxismo
Traducción al castellano: Ángeles Maestro.
Este artículo está incluido en el libro “Marxismos y pensamiento crítico en el sur global”, coordinado por Néstor Kohan y Nayar López Castellanos y publicado en 2023 por la editorial Akal.
- La autora estará en Madrid en un acto público, el 1 de diciembre en el Ateneo La Maliciosa (Madrid).
¿Por qué estamos debatiendo este tema hoy?
Porque el problema es muy actual y acuciante. Lo situaron en primer plano nuestros enemigos de clase, que desde 2003 trabajan con todo su arsenal para manipular a las sociedades de Oriente Medio utilizando como ariete la cuestión religiosa. No obstante, en mi opinión, el concepto islámico como ideología de lucha contra el poder central siempre ha estado latente en las sociedades islámicas, pero se vinculó al socialismo a finales de los años setenta, con el auge del movimiento de liberación nacional en los «3As» de Asia, América Latina y África, y que culminó en Bandung con un predominio del «discurso socialista».
Le sucedió nueva fase que llamaré (inspirada en la cueva de Alí Babá en Las Mil y Una Noches) «¡ábrete Sésamo!». En ese momento la «apertura económica» del mercado había socavado el sector público, la industria pesada y la soberanía alimentaria al derrotar la reforma agraria… para entrar en el infernal ciclo McNamara del dúo deuda-pobreza. En este preciso momento se inició el retorno posmoderno al predominio del «discurso religioso».
El hecho de que hoy en día los EE.UU. e Israel designen a la resistencia libanesa, en este caso a Hezbolá, como un enemigo estratégico a derribar en primer lugar, y que el grueso de su política exterior se dirija contra el eje de Siria, Irán y la resistencia libanesa, muestra que nosotros, como marxistas, estamos atrasados en el análisis de los actuales movimientos de resistencia que luchan con las armas en el Líbano, Palestina, Irak y Yemen, contra el imperialismo yanqui en primer lugar, contra sus lacayos y contra el estado colonial de apartheid israelí y las monarquías petroleras en el Golfo.
Citaré brevemente el ejemplo de Hezbollah, que es la vanguardia de estos movimientos de resistencia.
La cuestión que enfrentamos los marxistas es cómo evaluar estos movimientos de resistencia antiimperialista y qué actitud debemos adoptar en base a este análisis.
Notemos aquí que no se trata sólo de analizar las teologías de la liberación islámica, sino también de evaluar las experiencias que hasta ahora han permanecido al margen de nuestros debates, incluso dentro de la izquierda árabe, que tiene actitudes perplejas sobre el tema, que provienen en parte de la influencia de las ideas anti-religiosas de la ilustración en el ámbito de los intelectuales de izquierda.
El marxismo y la dimensión cultural
Partimos de la premisa de que el marxismo no se ocupó de la dimensión cultural por razones que requieren un análisis separado de las corrientes de pensamiento de la época y de la dinámica del movimiento social; pero ni Marx (en contra de una lectura dogmática de su obra) ni los marxistas antidogmáticos plantean que las ideas, las religiones, las creencias no tengan influencia en el curso de la Historia.
Es esta una de las tesis fundamentales defendidas por Maxime Rodinson, quien reivindica una filiación marxista del Islam refiriéndose a Karl Marx quien proclamó en un famoso texto que «No es la conciencia de los hombres la que determina su ser; es, por el contrario, su ser social el que determina su conciencia». (Prefacio a la Contribución a la crítica de la economía política, Ediciones sociales, París, 1947). En otras palabras, son las condiciones materiales en las que viven y producen los seres humanos las que determinan la forma en que piensan (y actúan). Rodinson señala que «quienes debaten si el Islam ha sido favorable o desfavorable al capitalismo comparten ‘el mismo supuesto implícito’, ‘que los hombres de un tiempo y una región, que las sociedades obedecen estrictamente a una doctrina previa, constituida fuera de ellas, siguen sus preceptos, impregnan su espíritu, sin una transformación esencial, sin adaptarlo a sus condiciones de vida y a las formas de pensamiento que implícitamente sugeridas por ellas». (Maxim Rodinson: El Islam y el Capitalismo; ed.2014 . prensa universitaria ;)
Rodinson analiza en detalle, no sólo la relación entre el Islam y el capitalismo, sino también entre el socialismo y el Islam.
¿Basta el carácter anticolonial para analizar el impacto de ciertos movimientos de teología de la liberación, incluidos los movimientos de resistencia de obediencia islámica, en la dinámica de la historia y la lucha de clases, o es necesario que esta última tenga un programa socio-económico favorable al reparto de la riqueza, como afirman muchos partidos comunistas?
La cuestión parece crucial hoy en día, teniendo en cuenta lo lejanas que parecen las perspectivas de una revolución anticapitalista y que el islamismo radical tiene como principal objetivo los movimientos anticoloniales. Traigo aquí el ejemplo de la batalla asesina librada por el Daesh, Al Nusra, los Wahhabitas, la Hermandad Musulmana contra Hezbollah y que aún no ha desaparecido. Detrás de todos ellos está el apoyo financiero y logístico de una alianza tripartita: el Occidente imperialista, Israel y las monarquías petroleras. En otras palabras, ¿la lucha anticolonial y antiimperialista es independiente de la cuestión ideológica inscrita en la lucha de clases? Esta es la esencia de nuestro debate aquí.
Aquellos que han investigado estas cuestiones, especialmente los del tercer mundo, han visto la necesidad de plantear otra pregunta ya formulada en el siglo XIX por el bolchevique tártaro Sultán Galiev, a la que volveremos más tarde.
Esta pregunta es la siguiente:
¿El marxismo era eurocéntrico?
En 1961, en «Los condenados de la Tierra», Frantz Fanon escribió: «Los análisis marxistas siempre deben distenderse ligeramente cada vez que se aborda el problema colonial«.
Esta idea es un excelente punto de partida para reexaminar la problemática poscolonial en el marco de lo que el historiador indio Dipesh Chakrabarty ha llamado la «provincialización de Europa«. Existe, por una parte, una concepción según la cual la provincialización es sinónimo de particularización, y por lo tanto de relativización, del «pensamiento europeo eurocentrista«, y en particular del pensamiento marxista.
Existe, por otra parte, una concepción de la «provincialización como distensión» que subraya la necesidad de una extensión y un desplazamiento de las fronteras de la teoría marxista más allá de Europa como condición de posibilidad de una auténtica universalización.
De ahí que una de las cuestiones que es necesario dilucidar es la de la nacionalización del marxismo, cuya identificación habitual con una cuestión «simple» de «adaptar el marxismo a condiciones singulares» no restaura la complejidad en la medida en que, como ha demostrado Gramsci, esa «nacionalización» entraña verdaderos procesos de adaptación teórica y práctica. El ejemplo más famoso sigue siendo el de la «sinización del marxismo» emprendida por Mao Zedong. De hecho, como escribe Arif Dirlik – que también es un crítico incansable de los estudios poscoloniales – «una de las mayores fortalezas de Mao como líder fue su capacidad para traducir el marxismo a un idioma chino».
Sultán Galiev o el nacional-comunismo.
En este marco, analizando la trayectoria del bolchevique tártaro Mirsaid Sultan Galiev, es interesante referirse a una experiencia poco conocida: la del «comunismo musulmán nacional» tal como se desarrolló en la Rusia soviética, y luego en la URSS, desde 1917 hasta finales de los años 20.
1 – Como su nombre indica, se trata de un comunismo musulmán que plantea, más que nunca, la cuestión de la relación entre, por una parte, los movimientos de emancipación europeos o de «origen blanco» y, por otra, el Islam y los grupos que lo integran en lo referente a sus reivindicaciones políticas;
2- Estamos ante un movimiento de emancipación antiimperialista que se desarrolló vinculado a un proceso revolucionario en el corazón mismo del imperio (ruso), una situación histórica cuyo precedente más ilustre es el de la conexión entre las revoluciones francesa y haitiana a finales de los siglos XVIII y XIX;
En esta época, Sultán Galiev sentó los fundamentos teóricos e ideológicos del comunismo nacional musulmán, que pueden dividirse en tres puntos:
– El primero se refiere a las relaciones de clase y, correlativamente, a la relación entre la revolución social y la revolución nacional. Reiterando la oposición leninista de las naciones opresoras y oprimidas, pide «la venganza de los oprimidos contra los opresores» y declara que «todos los pueblos musulmanes colonizados son pueblos proletarios».
– El segundo punto se refiere a la relación entre la revolución socialista y el Islam. Si Sultán Galiev defiende la idea de que «como todas las demás religiones del mundo», el Islam está «condenado a desaparecer», subraya no obstante que «de todas las «grandes religiones» del mundo, el Islam es la más joven, por lo tanto la más sólida y la más fuerte por la influencia que ejerce» y que la ley islámica (la Sharia) presenta prescripciones verdaderamente «positivas» y progresistas: la «obligatoriedad de la enseñanza», «la obligación de comerciar y trabajar», «la ausencia de propiedad privada de la tierra, el agua y los bosques», etc., – prescripciones que como Sultán Galiev sugiere, sin decirlo explícitamente, podrían ser incorporadas y sustentar una futura sociedad comunista.
– En tercer lugar, para Galiev, la singularidad del Islam radica, por otra parte, en el hecho de que «durante el siglo pasado, todo el mundo musulmán fue explotado por el imperialismo de Europa Occidental». El Islam ha sido y sigue siendo una «religión oprimida y empujada a actuar a la defensiva», una opresión que ha generado un profundo «sentido de solidaridad» unido a un fuerte deseo de emancipación. Para Sultán Galiev, no hay incompatibilidad entre la revolución socialista y el Islam: no se debe trabajar por la destrucción del Islam, sino más bien por su desespiritualización, su «marxistización».
– El último enfoque se refiere a la exportación de la revolución bolchevique o, en palabras del propio Sultán Galiev, la canalización de la «energía revolucionaria» nacida en Rusia más allá de sus fronteras. Para el Sultán Galiev, el «foco revolucionario» europeo ya se ha extinguido, mientras que Oriente constituye «un material muy rico y muy ‘inflamable'». En esta perspectiva, la revolución anticolonial se convierte en la condición de posibilidad de la revolución europea y mundial, y no al revés: «Privado de Oriente y aislado de la India, Afganistán, Persia y otras colonias asiáticas y africanas, el imperialismo occidental perecerá y morirá de muerte natural».
Lenin: los pueblos de oriente y la cuestión nacional
Un cliché persistente plantea que, acorralado por las derrotas de la revolución en Europa después de 1917, Lenin se volvió hacia el Este y abandonó la idea sagrada del «la cuna (europea) de la revolución mundial» por despecho.
Para Matthieu Renault, que se ha interesado mucho por esta cuestión, se trata de una percepción infundada. Si bien es cierto que el pensamiento de Lenin sobre los límites de la revolución manifestaba una afinidad singular con quienes afirman intransigentemente la necesidad de una «revolución colonial», en realidad estaba apostando por las naciones oprimidas, los campesinos pobres, por la ruptura de las relaciones coloniales, como condición para la sinergia con la revolución socialista.
El interés de Lenin por las luchas de liberación nacional se remonta a sus primeros escritos sobre el desarrollo del capitalismo en Rusia, marcados, como señaló con razón. L. R. James -y no es casualidad que fuera un teórico marxista no europeo, en este caso caribeño, quien lo señalara- por la imperativa y progresiva descentralización revolucionaria, de una traducción del marxismo en un contexto diferente al de Europa occidental, sin ser radicalmente ajeno a él.
Es el itinerario de tal descentralización, el que debe ser explorado a través de dos fuentes: la primera se refiere a las reflexiones de Lenin, antes de 1917, sobre la cuestión de la autodeterminación nacional y las luchas por la independencia, y la segunda, la manera en que, después de 1917, trató de responder a la demanda de descolonización del Imperio Ruso a partir del caso de las colonias musulmanas de Asia Central.
Las luchas de liberación nacional, o la revolución impura.
En julio de 1903, en vísperas del Segundo Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (SDPWR), Lenin publicó un artículo en Iskra, «La cuestión nacional en nuestro programa», en el que se trataba de la defensa del derecho a la autodeterminación de las naciones, el derecho a la separación política de un Estado, que no debe confundirse con el (supuesto) derecho a la autonomía nacional-cultural dentro de un Estado, al que Lenin se opuso con vehemencia. El «Derecho de las Naciones a la Autodeterminación» es una poderosa crítica al eurocentrismo que rige el enfoque de la cuestión nacional por Rosa Luxemburgo y sus seguidores.
Para Lenin, «afirmar que el imperialismo ejerce ahora su dominio sobre el mundo entero transgrediendo todos los límites territoriales establecidos» no debe llevar a una negación, sino más bien a una insistencia en lo acuciante del problema de las «fronteras de los Estados establecidas sobre la opresión nacional».
Si Lenin nunca cuestiona el papel de vanguardia del «proletariado avanzado», no niega, dialécticamente, que las guerras nacionales y periféricas tienen el poder de introducir gérmenes de contagio revolucionario en el corazón mismo de las potencias imperialistas: «La dialéctica de la historia hace que las pequeñas naciones… jueguen el papel de uno de los fermentos, uno de los bacilos, que favorece la entrada de la fuerza verdaderamente capaz de luchar contra el imperialismo, a saber: el proletariado socialista. »
Lenin y los musulmanes de Rusia
El 20 de noviembre de 1917, el día después de que los bolcheviques tomaran el poder, Lenin apeló a «todos los trabajadores musulmanes de Rusia y el Este» para que se unieran a ellos en la revolución en marcha:
Musulmanes de Rusia, tártaros del Volga y Crimea, kirguises y sartanos de Siberia y Turkestán, turcos y tártaros de Transcaucasia, chechenos y montañeses del Cáucaso! ¡Todos vosotros cuyas mezquitas y casas de oración han sido destruidas, cuyas creencias y costumbres han sido pisoteadas por los zares y opresores de Rusia! De ahora en adelante, vuestras creencias y costumbres, vuestras instituciones nacionales y culturales son libres e inviolables. ¡Organizad vuestra vida nacional libremente y sin obstáculos! Es vuestro derecho. Sabed que vuestros derechos, como los de todos los pueblos de Rusia, están protegidos por el poder de la Revolución, por los soviets de diputados obreros, soldados y campesinos».
Si las relaciones entre el poder soviético y las poblaciones musulmanas del imperio ruso, durante y después de la revolución, resultaran mucho más tumultuosas de lo que sugiere este llamamiento a una unión libre (revolucionaria), éste expresa el profundo deseo de Lenin de una ruptura radical con las políticas de opresión de las minorías nacionales y religiosas que habían marcado toda la historia del zarismo. El símbolo inaugural de este deseo es la restitución, ordenada por él, del Corán de Othman, una de las copias más antiguas del texto sagrado, a los musulmanes de Rusia.
Lenin desempeñó entonces un papel importante en los procesos más o menos tormentosos de la creación de las primeras repúblicas soviéticas musulmanas, en particular en la crisis de Bachkire de 1919-1920, pero se interesó especialmente por el caso del Turquestán ruso (Asia Central), conquistado en la segunda mitad del siglo XIX por los ejércitos zaristas y sometido a la explotación colonial en sentido estricto. Allí se observa el desarrollo de los monocultivos (en particular de algodón), la división espacial entre las ciudades-pueblos de nativos por una parte, de colonos por otra -cuyo número había aumentado considerablemente después de la terminación en 1906 de la construcción de la línea de ferrocarril que unía Moscú con Tashkand-, y también, una oposición frontal entre unos y otros -los ocupantes rusos, ucranianos, alemanes (étnicos) y judíos, divididos nacionalmente en el resto de Rusia, apareciendo aquí sobre todo, unidos, como blancos contra musulmanes. Lenin progresivamente se dio cuenta de que, más que en cualquier otro lugar, es en Turkestán donde el desafío de la descolonización del Imperio Ruso debe ser asumido.
El 22 de abril de 1918, Lenin y Stalin enviaron un mensaje de saludo «Al Congreso de los Soviéticos del Territorio de Turquestán en Tashkand», asegurando a este último el apoyo del Consejo General.
En opinión de Lenin, el proceso revolucionario en Asia Central debería servir de modelo, fuente de inspiración y de «importación», para los movimientos de liberación nacional a nivel internacional, especialmente en el Oriente musulmán. Es un laboratorio de la combinación indispensable de la revolución socialista y de las luchas anticoloniales. No sólo es el derrocamiento del poder burgués existente, sino también la destrucción definitiva de todo rastro del legado dejado por las prácticas colonialistas.
Estos son elementos teóricos que deberían permitirnos analizar un movimiento de lucha armada anticolonial con obediencia islámica: Hezbollah, tal y como anuncié al principio.
Hezbollah la última resistencia armada.
Hezbollah nació en 1982 tras la ocupación israelí del Líbano. Sus miembros son musulmanes chiítas que pueblan el sur del Líbano y la Bekaa, que son las regiones del Líbano que proporcionan la mayoría absoluta de la mano de obra en la industria agrícola y el tercer sector. Los chiítas del Líbano son predominantemente de origen proletario o campesino. La revolución islámica iraní dirigida por el ayatolá Jomeini contra el Sha de Irán, el títere del imperialismo y miembro de la OTAN, iba a desempeñar un papel de trampolín para los militantes chiítas, hasta entonces marginados y no organizados en sindicatos.
Hay que recordar que esta misma población constituía la base de los militantes de la izquierda libanesa. Lamentablemente, esta última no tenía un verdadero programa de lucha armada contra el ocupante. En 1982, durante la invasión colonial israelí del Líbano y la salida forzosa del brazo armado de la resistencia palestina dirigida por Yasser Arafat a Túnez, exigida por los Estados Unidos e Israel, mientras que los militantes de la izquierda libaneses arrojaban sus armas a las calles para escapar de las represalias, los militantes de Hezbolá recogieron estas armas para prepararse para la lucha.
Hezbolá se presentó desde el principio como un movimiento de liberación nacional y no como un partido religioso, aunque su discurso se inspira en la historia del movimiento chiíta, en particular en la revuelta de Hussein que se levantó contra el Califa Omeya sobre la base de tres grandes directrices:
1-La posesión de la tierra;
2-La gestión de las finanzas y los impuestos sobre el comercio;
3-La distribución justa de la riqueza.
El chiísmo está en contra de la propiedad privada y a favor de una gestión colegiada de las finanzas que permita una distribución justa de la riqueza a todos los musulmanes sin distinción de clases. Para los omeyas, ceder el terreno a los insurgentes era ir en contra del desarrollo de la sociedad y el comercio. Hussein y sus hombres fueron horriblemente masacrados en Karbala, en el Iraq, en un enfrentamiento heroico porque el equilibrio de poder no les era favorable en el Iraq: Desde ese acontecimiento, la batalla de Karbala ha entrado en la mitología de todos los chiítas. Cuando Nassrallah anuncia con firmeza en sus discursos que «no dejaremos las armas aunque todos los imperialistas se reúnan contra nosotros», evoca en la mente de sus combatientes y de la población protectora de la resistencia el ejemplo del mártir el Hussein.
En la carta fundacional de Hezbolá hay fragmentos de las demandas de Al-Imam Hussein de justicia social y protección de los «desfavorecidos». Pero Hezbollah se ha radicalizado sobre el terreno adaptando sus principios a las necesidades de la época. Encontramos así una flexibilización del concepto religioso (entre la carta de 1985 y la de 2009). La última carta vuelve a centrar los objetivos y la visión de Hezbolá en «el papel de la mujer en la sociedad, la independencia del poder judicial, la defensa del multicomunismo, la lucha contra la corrupción, la descentralización y la preservación de todas las libertades públicas».
En la actualidad, es prácticamente el único movimiento de resistencia armada antiimperialista de gran envergadura a escala internacional, en condiciones difíciles marcadas por la movilización total de los servicios de espionaje para desarmar esta resistencia o incluso ponerle fin.
Este movimiento de resistencia ha logrado reunir a su alrededor a organizaciones marxistas, incluyendo al FPLP, que colaboran estrechamente con ellas. Hezbollah para el pueblo palestino es el verdadero portador de esperanza para su liberación del yugo colonial. Los discursos de Nassrallah son seguidos en las bases de los militantes de Hamas, Jihad y Fath.
Hezbolá es consciente de que un movimiento revolucionario no puede limitarse a un solo país, de ahí la necesidad de actuar para hacer frente al imperialismo en todos los frentes. Por eso ha enviado tropas para luchar contra el ejército mercenario de Daesh y Al Nusra entrenados y financiados por la CIA y las monarquías petroleras del Golfo.
En 2006 y 2009 Hezbollah organizó dos foros internacionales para llamar a la convergencia de causas entre las luchas armadas anticoloniales en el Líbano, Palestina e Iraq, y la lucha de los pueblos de América Latina contra el capitalismo y la hegemonía estadounidense, las luchas contra el sistema capitalista que él llama en su jerga «fuente del mal»; más de 400 delegaciones estuvieron presentes.
Hezbollah no pudo reaccionar a tiempo durante las grandes manifestaciones de 2019 por razones de seguridad. Se mantuvo escéptico ante una mezcla dispar de una verdadera revuelta social y la presencia activa de las ONG pagadas por las embajadas, en particular las estadounidenses, para expulsar a Hezbollah del gobierno: Esto provocó un gran debate entre los partidarios de la resistencia.
La resistencia está activa en el campo social a través de hospitales, escuelas y orfanatos. A principios de 2006, según un informe de IRIN, el movimiento financiaba 4 hospitales, 12 clínicas, 12 escuelas, 2 centros de equipamiento agrícola, programas sociales y ambientales, proporcionando servicios gratuitos o de bajo costo a algunas de las regiones más desfavorecidas del país. Una de sus instituciones de la Jihad al-binâ desempeñó un papel importante en la reconstrucción del Sur y de los barrios chiítas de Beirut.