Los detalles y el simbolismo de «La última cena» ponen en cuestión varios dogmas del catolicismo
La última cena es un mural renacentista pintado con tempera y óleo en yeso, brea y masilla entre los años 1495 y 1498 por el pintor, escultor y artista multifacético Leonardo da Vinci (Vinci, Italia 1452-Amboise, Francia, 1519), que tiene como motivo principal una de las escenas de los últimos días de la vida de Jesús según el relato descrito en la Biblia en el evangelio de Juan, 13:12. En el cuadro se aprecia el famoso capítulo de la Sagrada Biblia en cual los 12 discípulos reacionan al anuncio de Jesucristo: uno de los presentes lo traicionará.
Se encuentra en la pared sobre la que se pintó originariamente, en el refectorio del convento dominico de Santa Maria delle Grazie, en Milán (Italia). Fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1980.
Mide 460 cm de alto por 880 cm de ancho, y es considerada como una de las obras pictóricas culmen del Renacimiento.
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Es bien conocido que Leonardo da Vinci no dejaba espacio a la casualidad y daba significado a todos los detalles de sus obras, de ahí que todas ellas se estudien con especial profundidad, atendiendo -en particular- al simbolismo de cada uno de los elementos.
Así, entre las curiosidades de La última cena, destaca la ausencia de copas para el vino sobre la mesa, lo que contradice el tradicional consumo de pan y vino en las misas católicas para simbolizar el cuerpo y la sangre de Cristo en la última cena, o del cálice en representación del Santo Grial. Las transcripciones medievales de los evangelios usaban el término San Gréal que significaría ‘sangre real’, por lo que se referiría a un linaje real en vez de un objeto sagrado.
De izquierda a derecha, los apóstoles, con Jesús como centro dinámico en el que todas las líneas de perspectiva convergen, se han identificado en este orden;
- Bartolomeo, Santiago el Menor y Andrés sorprendidos.
- Judas Iscariote con su cuerpo inclinado hacia atrás, Pedro atormentado y con un supuesto cuchillo en la mano derecha y Juan, llamado ‘el imberbe’, del cual se sospecha que su femineidad sea debido a que su verdadera identidad sea la de María Magdalena.
- Jesús en el centro después de anunciar su predicción sobre una traición futura.
- Tomás con el dedo índice hacia arriba exigiendo una explicación o un simbolismo secreto de Da Vinci, Santiago el Mayor indignado y Felipe también exigiendo un consuelo.
- Mateo, Judas Tadeo y Simón el Celote discutiendo entre ellos.
Llama la atención que el personaje justo a la derecha de Jesús sea una mujer, y más probablemente la que se cree fue esposa de Jesús en vida, María Magdalena, y no el apóstol Juan, como se ha interpretado forzadamente en tantas ocasiones. En este sentido, nótese que María Magdalena junto a Jesús crean una forma simétrica de un triángulo invertido sin base, símbolo de lo femenino y de la fertilidad; que las ropas de María Magdalena y Jesús son imágenes espejo, o sea, tanto uno como otro reflejan el color y la forma de sus ropas como si fuesen el reflejo del otro; o que al sobreponer la imagen de María Magdalena al lado derecho de Jesús, las dos figuras se funden y encajan como si fuesen dos piezas de un rompecabezas.
Otra curiosidad la aporta la historiadora Elisabetta Sangalli, quien recientemente llevó a cabo un estudio inédito del cuadro basado en la existencia de las piedras preciosas, como un broche pintado por Leonardo a la altura del cuello de Cristo. Sangalli se fijó en el uso simbólico de las piedras preciosas, «algo que también hizo Leonardo, para así dar, con estas gemas, una interpretación personal a los apóstoles elegidos, según la personalidad y el carisma de cada uno de ellos». Destaca la esmeralda en la túnica de Jesús, una piedra «que es considerada portadora de paz y símbolo del renacimiento y que hasta la Edad Media se relacionaba con la regeneración», y que se asocia «a la tribu de Leví, que era la única que tenía acceso al sacerdocio».
En san Juan aparece un «yahalom», un diamante «con una clara referencia a la luminosa espiritualidad del apóstol preferido de Jesús por su corazón puro». Mientras que en san Andrés aparece una piedra de color azul, un zafiro, que hace referencia a la Ciudad Celeste del Apocalipsis, asegura la estudiosa. Aunque las llamadas «piedras del paraíso» citadas en los Antiguos Testamentos son doce, Leonardo solo pintó ocho, y lo hizo a propósito para cargar aún más de significado su gesto. «En la simbología bíblica del Apocalipsis, el número 7 es recurrente y por ello fueron siete los apóstoles elegidos por Leonardo».
Al pintarse en óleo sobre el yeso seco, técnica experimental, el deterioro de la obra se aceleró, provocando numerosas restauraciones. Varias inundaciones acaecidas en Milán contribuyeron a esta decadencia, como la incorporación del vano de una puerta en 1652 o que la sala se usase como establo por el ejército francés en 1797. Por último, los bombardeos aliados en la II Guerra Mundial la hicieron resentirse aún más.