Kepa Arbizu •  Cultura •  19/09/2024

«Rebel Ridge», de Jeremy Saulnier. El infierno silencioso

Una de las últimas producciones auspiciadas por la plataforma Netflix, “Rebel Ridge”, esconde una trepidante mezcla donde se conjuga con un destacado y estimulante resultado el thriller social y el drama familiar.

«Rebel Ridge», de Jeremy Saulnier. El infierno silencioso

Las plataformas audiovisuales en streaming se han convertido desde hace tiempo en sus propias salas de cine. Un espacio (virtual) sin cómodas butacas, desagradables ruidos de comedores furtivos y quizás desprovistas de la magia que desprende el haz de luz manejado por el acomodador que nos orienta para encontrar nuestro sitio desde el que asistir a la proyección, pero igualmente válido como herramienta con la que acceder a la magia, o al desencanto, que es capaz de generar el llamado séptimo arte. Como tales, contienen en su oferta títulos llamados a congregar a un público mayoritario, realizaciones condenadas a quedar escondidos entre su plantel y también “cintas” pertenecientes a autores actuales de gusto notable. En esta última categoría se inscribiría a priori “Rebel Ridge”, firmada por el mismo nombre, Jeremy Saulnier, que las destacadas “Blue Ruin” o «Green Room«, si no fuera porque en pocos días después de su estreno ya se había convertido en uno de los contenidos más vistos en Netflix, quien igualmente rubrica su producción, consiguiendo efectuar esa difícil pirueta consistente en encabezar la lista de las más “taquilleras” y contener un resultado artístico especialmente digno de ser alabado.

Todas las convenciones a las que habría que aludir para telegrafiar el argumento de esta película son al mismo tiempo, gracias la precisión en la maniobra de su director para convertirlas en muy eficientes tramas, los puntales sobre los que se estructuran más de dos horas que alternan registros como el thriller, la temática social o el drama familiar, engarzando perfectamente al son de un muy bien hilvanado guion. Ya desde un inicio, que tristemente podría ser parte de un documental o la recreación de una noticia aparecida en algún telediario, el displicente y violento trato que dos policías -blancos- dispensan a un ciclista afroamericano, al que la única sospecha verdadera que recae sobre él es el color de su piel, supone el primer hilo de una madeja que se irá agrandando según son revelados los antecedentes que alimentan esa primera secuencia. La condición de ex marine, altamente instruido, del avasallado ciudadano y el decomiso de un dinero que debía entregar con urgencia para pagar la fianza de su primo, encarcelado por tenencia ilícita de drogas, disponen sobre el tablero piezas de un puzzle que una vez construido en su totalidad desprende tanto un rico colorido en matices como múltiples ángulos y recovecos.

Aunque las tres obras previas del realizador estadounidense contengan una atmósfera lo suficientemente distinguible, hay en ellas un elemento común que de nuevo se presenta aquí como nudo gordiano de su desarrollo: la aparición de un acontecimiento extraño o inesperado que desencadena una reacción de carácter violento. Una explosión agresiva que en este caso se materializa, pese a los muchos afluentes que surgen desde ambos flancos, en el duelo, también interpretativo, surgido entre el protagonista, encarnado por un hercúleo y hierático Aaron Pierre, y un Don Johnson transmutado en sheriff de muy dudosa catadura ética adornado por unos arquetípicos ademanes chulescos. Rasgos que remiten a una atemporal ambientación, como si de un western crepuscular se tratase, donde el tiempo parece haberse parado en esa América profunda donde los malos vicios sobre los que se ha tejido sus “barras y estrellas” han modificado únicamente el paisaje, que no su esencia. Una radiografía explorada por ejemplo con maestría en “Comanchería”, un film con el que incluso puede guardar ciertas semejanzas en cuanto a ese díptico entre lo vetusto y lo contemporáneo o el no precisamente residual cuestionamiento de la actualización del abuso de poder que acogen ambas realizaciones, y es que el tabaco mascado que escupe indolente quien fuera detective de «Miami Vice» podría compartir marca con el mascullado por tantos y tantos personajes de similares características.

Del mismo modo que John Rambo, en «Acorralado«, descubría que su supuesta labor por la patria resultaba intrascendente cuando del día a día se trataba, también el personaje principal de «Rebel Ridge», quien del mismo modo escenifica esa figura escondida en el bosque que encarnaba Stallone, es tratado como un paria al que se pone precio pese a ese pasado de laureado entorchado. Un forajido al que si bien no le acompaña ni el vestuario ni los ritmos funkys -sonoridades aquí representadas por una profunda sobriedad que circula como un tensionado flujo sanguíneo- habituales en el género blaxploitation, la cuestión racial no es en absoluto aleatoria, aunque tampoco se presente convertida en el único pilar sobre el que sostener una narración subrayada por una afilada crítica social. Porque aunque no sea para nada casual que las manos tendidas a este héroe -obligado por las circunstancias- provengan de un coreano regente de un restaurante, otra policía afroamericana o una aparentemente frágil y delicada -pero marcada con un atribulado pasado- abogada, lo que supone un muestrario idóneo para ser oprimido por la mirada inquisitorial de las leyes, la sustancia reflexiva global de la cinta se suspende sobre esa omertá colectiva que significa bajar la mirada cuando los intereses propios son saciados, aunque estos sean fruto de un intercambio basado en la represión ajena, lo que en verdad no deja de ser una definición exacta del populismo más impúdico.

Bajo un increscendo de angustia y violencia, sin necesidad de pirotecnia sanguinolenta, una característica que ya parece alojada en la idiosincrasia del realizador, el desenlace del nudo argumental, que en ningún momento pretende llegar a extender una cuerda firme y lisa, toma presencia, al modo y manera de la que se podía encontrar en “Asalto a la comisaría del distrito 13”, hasta desembocar en una atmósfera tan extrema que cada personaje, todos ellos delineados con una encomiable flexibilidad siempre más sugerente que la dicotomía en blanco y negro, deberá decidir cuál es su bando y las consecuencias que eso conllevará. Una determinación, que termina por trasladar lo que en principio es la vendetta contra una afrenta personal en un ejercicio de responsabilidad colectiva, culminada en el necesario posicionamiento frente a un organigrama emponzoñado, ya sea para embestir contra su naturaleza o para mantenerse al cobijo de su fétido pero acomodaticio entorno.

Alejado de convencionalismos y esquivando, pese a su continuo carácter sorpresivo, la cómoda fórmula -pero nada estimulante, más allá del vértigo que produce en el espectador- de retorcer hasta el paroxismo los giros argumentales, “Rebel Ridge” se instala en el extenso catálogo de Netflix como una propuesta realmente destacada que, indirectamente, saca lustre a una firma no especialmente proclive a la calidad. En ella, Jeremy Saulnier no duda en evidenciar cuál es la verdadera herida por la que sangra moralmente la historia ni rehuye la responsabilidad de señalar al silencio cómplice cotidiano como actor necesario para originar una gangrena de diagnóstico fatal. Porque mantener los ojos cerrados y la voz enmudecida frente a una paz instaurada por los verdugos puede significar un rasgo de supervivencia, pero difícilmente puede ser considerado como una creación de la conciencia humana.


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