Kepa Arbizu •  Cultura •  19/10/2022

“En los márgenes”, Juan Diego Botto. Desahucios vitales

El debut en las tareas de director del actor Juan Diego Botto llega de la mano de una película donde las historias de diversos desahucios se entrelazan para destapar toda una realidad que, desde diferentes estratos, permite la consumación de dicho drama social.

“En los márgenes”, Juan Diego Botto. Desahucios vitales

Entre las diversas aspiraciones de las que puede hacer gala el arte se encuentra una, imprescindible de hecho en su naturaleza, que es la de ejercer como retratista de aquellos episodios que ilustran nuestro presente y que corren el riesgo de ser borrados, olvidados o conscientemente enterrados por los grandes titulares de la historia. Más allá del carácter lúdico que pueden contener las representaciones artísticas, su inexcusable condición de narradores de la realidad conlleva el deber moral de poner sus medios también al servicio de esos espacios trágicos habitados por seres humanos abocados a ser golpeados continuamente por las peores de las suertes. El cine, como posiblemente la disciplina que mayor predicamento popular haya adquirido, con el consiguiente poder para instaurar ciertos imaginarios en el pensamiento colectivo, debe ser requerido para no renunciar a convertirse en el reflejo de eso rostro deforme que -aunque estemos tentados de retirar la mirada de él- tantas veces presenta la sociedad.

De sobra es conocida la militancia social y política de Juan Diego Botto, por lo que comprobar que su debut en el séptimo arte tras las cámaras es a través de una cinta como “En los márgenes”, entra dentro de lo lógico. Que el resultado obtenido sea una muy notable producción entorno al drama que significan los desahucios, supone por descontado una gran noticia para su carrera pero sobre todo para un cine facturado en nuestras fronteras que en demasiadas ocasiones aúpa y promociona ejercicios ajenos a cualquier implicación que no sea la de acumular entradas vendidas. Quizás precisamente por el arrojo y nada taimado contenido de esta película llaman todavía más la atención las diversas, y no pocas, críticas que ha cosechado basadas en conceptos tan poco clarificadores como calificarla de demasiado triste o panfletaria, aseveraciones que, más allá de tener una difícil justificación objetiva, parecen evidenciar el incomodo que todavía generan en ciertas sensibilidades las imágenes plasmadas en el espejo cuando éste enfoca hacia barrios deprimidos o a pequeñas y destartaladas casas, haciendo que esa fábrica de sueños con la que muchos definen el cine se transforme en un cajón de realidades, algunas realmente duras y difíciles de aceptar.

El estridente sonido del despertador con que se inicia el metraje se convierte al mismo tiempo en el pistoletazo de salida para una trepidante, caótica y dramática jornada para diversos personajes acuciados todos ellos, de uno u otro motivo, con la notificación de la inminente pérdida de su casa. Será Luis Tosar, en su papel de abogado, el que haga de vertebrador de todas esas historias cruzadas a través de su infatigable tarea de dar con la madre de una niña requerida por las asistencias sociales. En dicha búsqueda, que irá aumentando en sus revoluciones hasta convertirse prácticamente en un thriller, le acompañará, propiciado de manera “fortuita”, su hijo, perdón, hijastro, como le gusta apuntillar cada vez que tiene oportunidad, embarcándose ambos en un particular viaje de descubrimiento mutuo, periplo que parte de una relación distanciada por las obligaciones laborales del letrado y que, a través de pequeños y torpes pasos, desembocará en un acercamiento afectivo en paralelo al despertar de la conciencia solidaria del joven. Una subtrama que en muchos momentos se erigirá como el apartado que más matices acumula, ya que igualmente esconde en su desarrollo la nada baladí reflexión acerca del modo de conciliar y manejar la denodada entrega a los demás con la permanencia de una vida familiar estable, logrando así depositar entre un contenido principal delimitado por vectores concretos de espacio y tiempo una consideración de vocación más universal.

La elección, con buena determinación dado el espíritu casi documentalista que desprende la película, de un tipo de rodaje llevado a cabo sin piruetas ni exhibiciones técnicas, más allá de la inclusión de alguna pieza musical para subrayar las escenas más emotivas, y desprendiendo un premeditado sentido sobrio y realista, sumado al propio tema de la película, desencadena inevitablemente trazar influencias -con las lógicas distancias técnicas- con autores como Ken Loach, Robert Guédiguian e incluso el Nanni Moretti de raíz costumbrista. Referentes que no hacen sino confirmar el compromiso ejercido por una cinta que, demostrando en todo momento cuál es su posición y su mensaje a enviar, no duda en utilizar un elenco de actores y actrices con los que desplegar los diversos matices existentes en las actitudes emprendidas ante el dramático hecho que afrontan. En ese sentido hay que alabar las actuaciones de nombres consagrados del celuloide como Luis Tosar y Penélope Cruz, que pese a tener la vitola de protagonistas ni mucho menos fagocitan otras actuaciones más reducidas en espacio pero esenciales para configurar un reparto coral que engloba esa multiforme realidad. Si el primero encuentra perfectamente el espacio desde el que abordar su personalidad, abnegada en la ayuda a los demás pero nada sensiblera, no es menos llamativa la interpretación de ella, alejada de los boatos de Hollywood, ejerce de mujer corajuda a pesar de su abatimiento, en la mejor tradición de las heroínas del realismo italiano. Y es que es difícil buscar algún defecto en la manera en que cada pieza sabe manejar su rol y dotarle del sentido necesario para lograr exprimir toda su carga emotiva, incluido la de su director, que también encuentra un papel que irá in crescendo en su significación hasta desembocar en uno de los momentos más tensos y crudos del filme.

Si admirable resulta el rico crisol de personajes que desfilan por la narración, no es menos relevante en ella tanto las huellas que deja alrededor de los implicados la onda expansiva de su drama como todo un entramado social, abarcando desde los comportamientos más cotidianos individuales hasta por supuesto las frías leyes ejecutados por los estamentos gubernamentales, que actúa de colaborador necesario para el fatal desenlace. Frente a ese contexto desesperante y moralmente raquítico son las asambleas y las ayudas desinteresadas las que se expresan de manera opuesta, haciendo de la solidaridad y el empuje anónimo uno de los pocos bastiones a los que poder agarrarse los damnificados por la situación. Un hecho que lejos de de ser representado como si de salvadores utópicos se tratasen, son mostrados desde una perspectiva realista y humana, aflorando las frustraciones generadas por las múltiples dificultades que encuentran a su paso para llevar a buen término sus propósitos.

Puede que la reflexión vertida en un momento por el personaje interpretado por Luis Tosar, en la que advierte a su joven acompañante que una vez enfrentado cara a cara el sufrimiento ya nunca más le será ajeno, exagere en su optimismo, pero esa es exactamente la máxima que se intuye en la motivación de Botto a la hora de escribir esta película. Probablemente el argentino sea consciente de que su aspiración, tal y como refleja de hecho su obra, no alcance jamás su honorable pero inabarcable meta, pero eso no resulta un impedimento cuando es el impulso vital y moral quien dicta la necesidad de darle voz a aquellas existencias que penden de un hilo. Al igual que el poeta Gabriel Celaya llamaba a no considerar el arte como un adorno ni un lujo y a tomar partido hasta mancharse, “En los márgenes” funciona como una contundente octavilla lanzada con la intención de mantenerse suspendida en el infinito, inmortalizando así a todos aquellos afligidos que la historia invisibilizará y de paso ruborizando a quienes, de una manera u otra, han permitido su padecimiento.


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