Deconstrucción de la demencia
El libro, La gran demencia (Huso Editorial, 2020), del escritor hispano-canadiense Laury Leite es una notable pieza literaria.
El autor, valiéndose de laberintos y planicies, de enigmas y certezas, va tejiendo contrastes que muestran al lector la decapitante locura de la circunstancialidad en la que se desenvuelve la vida. Por un lado trenza con voz ágil conductas estridentes que evidencian el deterioro colectivo: el abismo de las dinámicas intrafamiliares, los atropellos del machismo y el clasismo, la pugna entre el pluralismo y la individualidad, el conformismo y el tedio rutinario que engullen a cuanto se le cruza; por el otro, hila con un lenguaje claro y copioso de imágenes un glosario de coloquialismos que acompañan a personajes tan apasionados como indolentes en sus aventuras entre la inocencia y la decadencia. Y es justo en el empalme de estas dos urdimbres donde el autor, con suma precisión, se adentra de manera visceral en las profundidades de la condición humana.
A través de las páginas, los personajes deambulan al exilio empujados por la curiosidad y la incertidumbre, empujados por un sentido enorme de la búsqueda. En consecuencia, aparece de manera trascendental el destierro, la migración o como lo llama el autor en una entrevista: la extranjería. Condición que le permite lanzarse con plena libertad en busca de lo real, de la esencia, con una visión en segundo plano físico, desde donde observa el mundo a través de un lente crítico pero objetivo, conmovedor e incluso infame. Y así, Laury Leite captura con destreza y esquematismo un momento histórico en el tiempo de aquellos años revolucionarios de los 60 y 70, captura la demencia colectiva que aún se padece y de la cual esperamos algún día emerger.
Dejo a continuación unas de las frases de La gran demencia que marcaron mi lectura. Además, de una efusiva invitación a leer la admirable obra que Laury Leite ha creado.
Recuerdo como mi abuela Ágnes hablaba de la sensación de destierro que había padecido cuando llegó a Francia, y de la oscura soledad que solía sentir en medio de tantos extranjeros. Siempre es así, uno se siente más solo cuando está rodeado de gente que cuando está verdaderamente solo.
Todos tenemos nuestro lugar en la casa. Un rincón que funciona como caparazón de doble propósito: alejarnos del mundo y resguardarnos de la locura de vivir juntos”.
Pero con el correr de los años se habían distanciado tanto de la imagen originaria que se habían hecho de ellos que, al mismo tiempo que identificaba ciertos rasgos, gestos, tonos de voz, reconocía que se habían ido transformando en perfectos desconocidos.
La temática de ese año era disfrazarse de naco. De modo que a eso de las once y media de la noche la discoteca se pobló de gente vestida como empleados domésticos, quinceaneras, policías, bomberos, choferes y demás uniformes que su imaginación les señalará como apropiados para los nacos, para toda esa gente de clase baja sobre la cual ejercían su poder.
*Escritor