Entrevista con la filósofa Marifé Santiago Bolaños: “Crear es rebelarse contra lo que frena nuestra libertad”
En este diálogo la escritora e investigadora nos cuenta detalles de su nueva obra “Bailar sobre el demonio del olvido” (Huso-Ediciones Cumbres), pero también deja un testimonio de su compromiso con el arte como vehículo imprescindible para transformar la realidad social. Por algo en el inicio de su libro dice: “Que los logros del conocimiento se manifiesten en derechos humanos”.
Pregunta: – Bailar sobre el demonio del olvido… ¿por qué este título?
Respuesta: – La tradición de la India dice que el mundo fue creado por la danza de Shiva, y que en la misma el dios bailaba sobre el demonio del olvido. Pensé en la hermosa metáfora que nos trae imaginar que el espacio de lo común se creara así, desde el movimiento que trae forma, desgarro o belleza, desde la voluntad y la conciencia. Y que en esa creación no tuviera cabida el olvido, en tiempos donde la desmemoria pretende imponer su despotismo con dramáticas consecuencias, que ya estamos padeciendo.
P: – Filósofa, escritora, poeta, profesora… ¿Es este libro un compendio de todas estas facetas?
R: – No soy historiadora ni bailarina. Por tanto, en ningún caso se trataba de hacer una historia de la danza. Hay libros extraordinarios que lo han hecho, investigadoras e investigadores cuya aportación es máxima. Quería acercarme al acontecimiento escénico desde una perspectiva filosófica, desde el pensar lo que la danza trae. E invitar a ese viaje a quien recorriera el libro. En ese afán, el libro llega al límite donde emerge la poesía con su fisicalidad, con su emotividad, pero se para ahí para convertirse en una invitación, me atrevo a decir, “pedagógica”. Un “atrévete a pensar” con el cuerpo.
P: – Leyendo su libro es imposible sustraerse al afán didáctico, a la multitud de citas, de recomendaciones de libros, ¿a quién va dirigido?
R: – De algún modo, los libros van eligiendo su forma. Y, en este caso, ha sido una forma modelada en más de treinta años como profesora de Filosofía que, en los últimos diez, más o menos, aprende cada día de estudiantes de artes escénicas, de danza, en la universidad. Noto con cierta tristeza que grandes obras de la mejor cultura universal, esos clásicos que pueden tener miles de años o haberse publicado hace dos, pero que comparten el ser contemporáneos de nuestras preocupaciones y deseos, ya no se trabajan en las aulas. Se abre una distancia enorme entre el gozo de aprender, me atrevería a decir, el ansia de aprender, compartir lo aprendido, hacerlo crecer y mejorar con todo ello el mundo, y las demandas de la sociedad. Oímos que el alumnado es “cliente”, o que los estudios han de ser rentables y la rentabilidad la marca la “empleabilidad”. Hay tanta distancia entre la belleza, que siempre es un sin porqué, y este mundo nuestro, que pensé en entregar lecturas, senderos, pequeños fragmentos luminosos, de silencio, como resistencia activa ante tanto ruido y tanto enredo. De alguna manera, también pensé que era un modo de legar, de entregar un testigo, para que no se pierda la actitud. Citas, recomendaciones, reflexiones. Y no me resistí a incorporar momentos que, en mí, como profesora, como filósofa, como poeta, como ciudadana, me han conmovido, me han agitado, me han hecho cambiar de punto de vista y, muchas veces, sumirme en la incertidumbre, de la que si he salido ha sido siempre mucho más respetuosa. No es un libro para especialistas o profesionales, aunque he sentido en las clases con muchos de ellos que profundizar en aquel lema clásico de quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos, también les ha influido en su creatividad. Y aunque no lo sea, puede funcionar como ese libro de (no) texto que ayuda a recorrer un tema. Así que va dirigido a cualquiera que ame o tenga curiosidad por esa extraña experiencia que es ver cómo también el gusto o el criterio se aprenden con la práctica, que crear es rebelarse contra lo que frena nuestra libertad ya sea por hábitos, por costumbres, por miedo. Siempre el miedo… Saber esto y desarrollarlo evitaría muchos dolores, enfados y frustraciones en nuestra actualidad.
P: – ¿Qué significa la danza para Marifé Santiago Bolaños? En su libro la define como «materialidad efímera».
R: – La filosofía se ha detenido a pensar desde el arte, sobre todo el pensamiento más heterodoxo, hasta que Nietzsche promulgara un pensamiento que danza. María Zambrano lleva hasta el extremo poético este hecho. Sin embargo, la propia “sustancia” de la danza, de la cual no tenemos registro hasta hace apenas un siglo, salvo en textos que hablan de ella o en imágenes pictóricas, cerámicas, etc., ha hecho que muchas veces acercarse a su historia lo sea con mediaciones. Y que, buscándola entre otros acontecimientos, se la clasifique con lenguajes y etiquetas que anulan su propia peculiaridad. Por eso es complejo pensar la danza porque es “danser sa vie”, como tituló su libro emblemático el filósofo Roger Garaudy. Esa materialidad efímera, a la que usted alude, la sitúa en un plano privilegiado para pensarnos, para reconocernos. Y el hecho de que haya estado tan próxima, siempre, tanto en la escena como fuera de ella, a las mujeres, cuanto menos exige al pensamiento búsquedas que están fuera del canon o que, felizmente, han sabido señalar alternativas a lo canónico. Y lo que ocurre en un territorio preciso y lo ilumina, acaba impregnando e iluminando todos los demás.
P: – Hay en Bailar sobre el demonio del olvido un recorrido por la historia o no-historia de la danza, llegando a nuestros días. ¿Qué momento señalaría como fundamental en el devenir de este arte?
R; – Tal y como se ha ido construyendo este libro la historia o no-historia de la danza se establece de un modo más genealógico que cronológico. Por ello, también hay un hilo sutilísimo que modifica el relato canónico y eso hace que los momentos fundamentales no tengan por qué coincidir con los hitos que la historiografía habitual señala. En ese hilo que cambia los relatos, me impresiona ver que las mujeres ritualizaron la vida cotidiana haciéndola destinataria de lo sagrado desde la más remota antigüedad, y que lo hicieron danzando. Y que ese ejercicio de voluntad “fuera del orden” no siempre tuvo lugar en los espacios donde se señalaban cambios en la danza, que podían responder a modas o a identificaciones de estatus. Y me maravilla ver que hubo un momento extraordinario en el que todo ese camino llega a una cima desde la que es posible contemplar muchas cosas que requieren transformarse. Me refiero a la coincidencia temporal entre el sufragismo y lo que acabará conociéndose como “danza moderna”, con una Isadora Duncan pionera, por ejemplo, desenterrando de los escombros de la historia la ocultación y el domino sobre el cuerpo de las mujeres, su movimiento. En ese ejemplo de “baile sobre el demonio del olvido” tomaban la escena y el espacio de lo común, también, otros cuerpos, otros sentimientos, otros deseos, otros derechos aún por llegar que determinaban el arte de la danza y, por tanto, el arte de la vida democrática. Lo que llegó después no puede obviar este hecho.
P: – ¿Qué danza le gusta más, contemporánea, clásica, flamenco…?
R: – No hay, para mí, un absoluto en ninguna de ellas. Hay momentos inolvidables, transformadores, de esos que ralentizan el discurrir del tiempo y, por lo mismo, nos ofrecen el detalle de las cosas. No sé, ejemplos infinitos: Alicia Alonso y el Ballet Nacional de Cuba enseñándonos a amar el ballet, Tamara Rojo y María Pagés unidas danzando el “Himno a la Alegría”, “Last Work” de Ohad Naharin, aquel “Por vos muero” con coreografía de Nacho Duato, la “Medea” que nos regaló Manuela Vargas, la “Giselle” de Akram Khan, la complejidad filosófica de la danza butoh… la danza inmóvil, su silencio… ¿Qué me dice de ese final de Zorba, el griego?, ¿y de Hildegarda de Bingen coreografiando para sus monjas?, ¿qué me dice que Pina Bausch?, ¿y de los cambios para la danza y para el cine que ha supuesto la videodanza? Me gustan esos momentos que me ayudan a mirar, sin temor, espacios desconocidos o evitados, en los que se hallan acaso respuestas a preguntas que no sabemos formular si no fuera por tales experiencias.
P: – “Que los logros del conocimiento se manifiesten en derechos humanos”, dice usted, al inicio de este libro. Además del disfrute, del goce estético, ¿el Arte puede ser transformador, propiciar un mundo más digno?
R: – El goce estético nos lleva hasta ese instante sin medida posible en el que el sueño creador se despierta y nos agita o acaricia. Esa sorpresa, ese asombro siempre es desvelamiento, es un conocimiento que sobrepasa la lógica estricta. Va más allá de ella. He hablado del teatro como camino de conocimiento. Entiendo teatro en su más amplia acepción: el lugar desde el que se puede mirar el misterio de frente. Y ese desvelamiento es, para mí, un “com-promiso”, una promesa compartida, jugando un poco con la palabra. En un poema sobrecogedor del maestro Antonio Gamoneda se dice que la belleza no proporciona dulces sueños porque la belleza no es un lugar donde van a parar los cobardes. Tengo esa misma experiencia: el valor de la cultura, del conocimiento se mide en dignidad.
*Gestora cultural, historiadora del arte, directora del Festival “Ellas Crean”.