Kepa Arbizu •  Cultura •  27/02/2023

“Internacional Letrista. De los letristas a los situacionistas. Textos colectivos (1953-1956)”. La revolución divertida

  • Esta recopilación de escritos originales pertenecientes a la facción izquierdista escindida del movimiento letrista, sirve para conocer su apasionante historia al igual que renueva su vindicación por una existencia cotidiana donde escenificar la ruptura y el cambio.
“Internacional Letrista. De los letristas a los situacionistas. Textos colectivos (1953-1956)”. La revolución divertida

La mayoría de corrientes artísticas, y más todavía si contienen en su naturaleza un ánimo por subvertir, suelen surgir espoleadas por el ánimo de alterar cánones pretéritos, incluso respecto a aquellos con los que en algún momento se han sentido vinculados. Dicha ruptura formal, y la consiguiente nueva creación, tiende a ser escenificada en muchas ocasiones por un pequeño detalle convertido en todo un “casus belli” con el que buscar construir un nuevo horizonte interpretativo en el que sentir más y mejor integradas esas inquietudes. Una sucesión de acontecimientos que sirve para definir el surgimiento de la Internacional Letrista, más que un movimiento una confabulación donde el arte, en cualquiera de sus expresiones, y el compromiso político, más allá de unir fuerzas, suponían un solo cuerpo indivisible.

Ningún método puede resultar más eficaz para conocer la escueta -solo se extiende desde 1952 hasta 1957- pero incendiaria biografía de tal colectivo que recabar sus propios textos -espejo del collage creativo que desarrollaban- para que ejerzan de narradores en primera persona de su trayectoria. Para tal misión, la siempre presta, cuando se trata de rescatar y agitar el pensamiento insurgente, editorial Pepitas de Calabaza se ha encargado de recoger en un solo libro los escritos firmados, de forma comunal, haciendo caso a sus códigos morales, por la Internacional Letrista, que instauró una suerte de comunismo literario el mismo día que decidieron boicotear, lanzando octavillas tituladas “Se acabaron los pies planos” en la presentación de la nueva película de Charles Chaplin, “Candilejas”, en el Hotel Ritz de París, donde calificaban al comediante como ”un anciano siniestro e interesado”. Una acción denostada por el hasta ese momento factótum del letrismo, Isidore Isou, quien con su negativa a apoyarla consiguió que el ala más radical decidiera emprender un camino independiente.

Acudir a los capítulos que ordenan esta obra es sinónimo de adentrarse en el rompedor discurso de tal movimiento al mismo tiempo que significa ir completando el puzzle de su ideario y de su actividad. Su escritura, tan rica en erudición como en ironía y bajo espíritu desafiante, es lo suficientemente tentadora como para valerse por sí misma para vertebrar de forma ágil y dinámica la propia cronología de su existencia. Nacimiento y antecedentes que quedan recogidos en “Rostros de la vanguardia”, una “performance”, realizada durante diferentes años y por diversos autores, que si en principio pretendía contener un soporte literario, audiovisual y musical, finalmente quedó registrada únicamente por escrito. Cartografía que evidentemente comienza desentrañando las virtudes del letrismo, movimiento que, tras considerar que el surrealismo había exprimido ya lo suficiente a la palabra y su significado, convierten a la letra, entendida como la partícula elemental del idioma, en el núcleo de una poesía donde prima el ritmo y la musicalidad. Un idilio que se quebraría a raíz de la acción contra Chaplin y que desembocaría en la proclamación de la Internacional Letrista, inaugurada por las mentes de Gil J. Wolman y la de un joven, quien todavía desconocía que la historia le iba a guardar un sitio privilegiado como una de las personalidades más lúcidamente ácratas, llamado Guy Debord. Autoproclamados como la única regeneración válida pretenden sepultar cualquier tutela previa, incluso desprestigiando pasadas afinidades, señalando por ejemplo al automatismo, esa práctica de escritura ejercida por el surrealismo, como un método moribundo. La llamada a destituir los viejos referentes para imponer una savia nueva se visibilizará en la búsqueda de un arte total, abasteciéndose de todas las disciplinas posibles, ya sea el cine, la música o por supuesto la escritura, además de por supuesto un espíritu insurgente.

El “Potlatch” se convertiría desde entonces en su propio boletín informativo, haciendo de él, durante 29 números, el altavoz con el que entablar contacto con otros estamentos artístico-revolucionarios. En uno de ellos, titulado “Por qué el letrismo” y recogido en este libro, se vuelve a insistir en esas expectativas defraudadas tras la posguerra, tanto en el orden político como afectivo, ejerciendo un llamamiento a superar antiguos valores, denunciando “el envejecimiento de las doctrinas o de los hombres que han ligado su nombre a ellas”. Una oposición plasmada especialmente en una actitud beligerante contra el divismo artístico y el formalismo, calificados como instrumentos de la burguesía. No obstante se afanarán en dejar claro que sus aspiraciones no son “crear una escuela literaria, ni una nueva forma de expresión o un modernismo. Se trata de una manera de vivir.” Aspectos de riguroso cumplimiento que plagarán de expulsiones y/o deserciones al movimiento, una situación que asumen con orgullo bajo una lapidaria sentencia: “Vale más cambiar de amigos que de ideas”.

En la conferencia “Historia de La Internacional Letrista”, celebrada en Turín, y con la incorporación del pintor danés Asger Jorn, se pone en escena toda una cronología de los aspectos más destacados llevados a cabo por el grupo, donde se apilan hechos como las censuras sufridas por su película “El anticoncepto”, reyertas, detenciones o boicots a diferentes actos culturales. Pero además de esa “hoja de delitos” habrá toda una presentación teórica que se sustenta sobre nuevos conceptos como el “desvío”, una manera de “plagiar” y servirse de obras -o partes de ellas- ajenas con el fin de otorgarles una naturaleza remozada, u otros directamente relacionados con la arquitectura y el urbanismo, como la psicogeografía, consistente en el estudio del medio geográfico y su influencia sobre el comportamiento afectivo de los individuos. Una innovadora manera de entender la organización de las ciudades que persigue convertirlas en sujetos activos del cambio, premisa que choca frontalmente con las ideas Le Corbusier, al que tachan sin reparos de “pintamonas de mamarrachadas neocubistas”. Frente a esa concepción meramente utilitarista y especulativa, su alternativa engloba una larga lista de propuestas, algunas más pintorescas, como la abolición de los museos y el reparto de sus obras en los bares, frente a otras de mayor calado, ya sea desacralizar el hábitat urbano o cambiar arbitrariamente las señales que hacen referencias a direcciones, horarios o destinos con el fin de promocionar la “deriva”, otro término auspiciado por ellos y que no era si no una manera de trasgredir la monotonía contribuyendo a un vagar libre y nómada del individuo, sin ataduras ni obligaciones.

Y es que por encima de todo, en las intenciones de La Internacional Letrista latía una nada secundaria reivindicación de los placeres, del ocio, nociones que se tomaban verdaderamente en serio y que orbitaban entorno a las máximas de “inventar nuevos juegos” donde “el aventurero es aquel que hace que las aventuras acontezcan, más que a aquel a quien las aventuras acontecen”. Terminología que ya empezaba a sonar muy cercana al que sería su siguiente escalón, la Internacional Situacionista, que tendría su embrión en el “Primer congreso de artistas libres», celebrado en Alba (Italia), donde los airados letristas se reunieron con otras facciones, siendo especialmente significativa su concordancia con El Movimiento Internacional por una Bauhaus Imaginativa. Unas conclusiones de tal encuentro que probablemente sea el apartado más relevante de los “Apéndices” incluidos en el libro, y que se completan con la faceta abiertamente “agitprop” del colectivo, que no ocultaba su admiración por la publicidad y la propaganda, elementos que “prevalecen sobre cualquier noción de belleza perdurable”.

Al igual que Karl Marx en su “18 Brumario de Luis Bonaparte” manifestaba que “la tradición de todas las generaciones muertas gravitan como una pesadilla sobre el cerebro de los vivos”,la Internacional Letrista supuso un efímero pero resplandeciente fogonazo que, junto a diversas y particulares concepciones del arte, siempre se rigió por una ruptura con los viejos mitos y dogmas, no por un mero afán irreverente sino en la búsqueda de saciar las necesidades del momento presente. Visto desde nuestra perspectiva actual parece una entelequia que existiera un movimiento de carácter tan rompedor y original, lo que no significa sino el valor que sus doctrinas siguen conteniendo. El carácter adocenado al que se ha aferrado el estamento cultural nos ha hecho claudicar ante cualquier ilusión por hacer del arte un ariete de ruptura y cambio, ese único afán de los creadores por conservar su pequeño nicho de popularidad impide una mirada colectiva y unitaria, convirtiendo al arte en un pequeño lujo al alcance de unos pocos e incapaz de irrumpir con agitación en nuestra cotidianeidad. Los textos recogidos en este libro, más allá de su valor histórico, son precisamente un llamamiento a deshacernos de nuestro papel de sujetos pasivos, a borrar las fronteras que delimitan nuestras actividades y en definitiva a convertir nuestras vidas en un juego colectivo consistente en alterar y transformar la gris y opresora realidad.


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