«Expediente Netanyahu», de Alexis Bloom. El arquitecto del caos
Intercalando testimonios de figuras especialmente representativas e imágenes filtradas de interrogatorios, este documental expone una catarata de pruebas sobre la corrupción -y su repercusión política- cometida por el primer ministro israelí y su entorno.
Si hay un formato, en dura competencia con el ensayo literario, que prioriza casi en exclusividad el fondo sobre cualquier otra consideración artística, es el documental, focalizando su verdadera relevancia en torno a la capacidad de ofrecer al espectador un contenido revelador y/o trascendente. Aunque se trate siempre de consideraciones subjetivas, el anhelo de servir como rastreador de verdades incómodas o censuradas se postula como una de las máximas aspiraciones que este tipo de cintas pretende. En ese reto, la actualidad, siempre manoseada al gusto de intereses particulares o globales, se transforma en un hueso especialmente apetecible para algunos realizadores. La sudafricana Alexis Bloom, quien ya dispuso frente a su cámara a personajes controvertidos como la artista contracultural Anita Pallenberg o el ejecutivo televisivo Roger Ailes, ahora escoge una pieza todavía de mayor peso y resonancia internacional, el actual primer ministro israelí, quien precisamente da titulo a este «Expediente Netanyahu».
Pese a que esta filmación se exhibió en el Festival de Toronto y ha recalado en la plataforma Filmin para su exhibición, sin embargo ha sido vetada en Israel, paradójicamente el lugar del mundo donde más urgente se hace su visualización. La primera escena, potente desde su sobriedad, ya nos avisa sobre su naturaleza «incómoda»: un despacho vacío, decorado con un mapa de la región, la bandera de Israel y un menorá, el candelabro de siete brazos, es ocupado por la figura de Netanyahu junto a una serie de policías. Imágenes reales filtradas de las muchas horas de interrogatorio a las que fue sometido el gobernante entorno a los casos de corrupción y que serán acompañadas por otras tantas extraídas de los más de cien testigos que han pasado durante estos últimos cuatro años, desde que la fiscalía general le imputó en 2019 formalmente, por dependencias judiciales. Capturas que sirven de un hilo conductor a su vez enhebrado por testimonios que, si bien están comandados por la voz de un periodista, involucran a un extenso plantel de “extras” conformado por ex correligionarios (Ehud Olmert), asesores, amigos íntimos, editores de medios de comunicación, etc . Un reparto que ni michos menos ha desempeñado el papel de figurante en la historia actual de Israel, sino de auténticos protagonistas, el mismo que asumen en esta cinta donde la única ficción existente recae en las altivas actuaciones de “Bibi” (apelativo cariñoso dedicado a Benjamín Netanyahu) y su familia.
La actitud esgrimida por todos ellos recrea un patrón mil veces representado por quien se ve perseguido por acusaciones de corrupción: desde ataques de amnesia selectiva -pese a las declaraciones de sus allegados sobre la portentosa memoria del interpelado- al desconocimiento de lo que sucede a su alrededor pasando por la invocación de la consabida confabulación universal contra su figura. Puestas en escena nada originales por parte del mandatario que sazona con ataques de altanería y arrebatos furiosos, generando una bruma discursiva que contrasta con los escrupulosos detalles ofrecidos por una extensa lista de personas implicadas en toda una cadena de favores, desde materiales a apoyo público, que se extiende alrededor de la figura del primer ministro y su prole. Retrato habitual de todo aspirante a rey absolutista que acumula la creencia de invulnerabilidad al estar sirviendo a una causa universal irreprochable, o dicho de otra forma, el pretérito derecho de pernada transferido a la actualidad. Tanto es así que el poder del primer ministro es irradiado también a sus familiares, personajes tan ahogados de soberbia como él; ya sea su mujer, Sara, convertida en figura esencial, en parte, como retribución a su perdón por un caso de infidelidad, o su primogénito Yair, despótico y arrogante (llega a insultar en la cara a sus interrogadores) con maneras de ultra convencido de estar frente a un complot marxista a escala internacional.
Lujos, caprichos y en general todos aquellos deseos que las leyes no permiten alcanzar pasean por una narración que irá discurriendo desde lo anecdótico, pero no por ello menos grave, hasta un hecho delictivo que irá permeando en la propia deriva ideológica del gobierno. Aquel joven, de milimetrada puesta en escena mediática, que pronto llegó a encabezar el Likud, carrera política que desplegó tras la muerte de su hermano mayor, “Yoni”, durante la operación militar que liberó un avión secuestrado en 1976, se ha visto escorado cada vez en mayor medida hacia posturas extremadamente radicales. La escenificación pública de una red de clientelismo ilegal, relaciones especialmente “prodcutivas” con el magnate de Hollywood, Arnon Milchan, o el empresario Shaul Elovitch, dueño de la popular página web de noticias, Walla!, convenientemente presionada para seguir los dictámenes del gobierno, arrinconó de tal forma su proyecto que, tras el aislamiento recibido por los partidos de centro-izquierda, le empujó, en su afán por mantener el poder, a pactar con la extrema derecha más sanguinaria. Nombres convertidos en ministros, de carteras tan decisivas como la de seguridad, que remiten a historiales donde se acumulan detenciones por terrorismo o explicitas amenazas, que a los pocos días se materializarían en su asesinato, sobre Isaac Rabin. Mesiánicos anexionistas que estremecen con sus palabras y hechos a medio mundo pero aptos para conceder a Netanyahu el trono de “Rey de Israel”.
Si alguien pretende desacreditar este documental por su supuesta deriva ideológica, no encontrará en él ninguna enmienda a la totalidad sobre la concepción del Estado judío ni respecto al sionismo, por el contrario sí hallará su posicionamiento en favor de defenderse frente a “los enemigos”. Incluso la idílica visión de los Kibutz que desprende una de las participantes acaba por convertirse en un alegato contra la figura de Netanyahu, al que culpa, tras desoír por supuesto cualquier principio ético pero también al aviso de sus asesores para renunciar a su cargo, de llevar hasta el colapso a una sociedad civil y a unos estamentos militares más centrados en salvaguardar su reputación que de vigilar sus fronteras, esas que el 7 de octubre fueron atravesados por milicias islamistas. Una acción que si por un lado ha servido al actual primer ministro para aparcar, en pro de la defensa de intereses mayores, su investigación por corrupción, del mismo modo ha ayudado a sus aliados más extremistas a blandir sus armas cargadas de odio. Una búsqueda de lo que denominan, con eufemismo mortuorio, “victoria total” y que sin embargo no impidió que las políticas del hoy estandarte de la aniquilación de Hamás ofreciera en el pasado grandes sumas de dinero, por intermediación de Qatar, a dicha facción en su intento por debilitar a la Autoridad Palestina y resquebrajar una posible alianza. Un conglomerado de intereses particulares y ceguera mística que le lleva incluso a comerciar con el apoyo de los familiares de los rehenes todavía hoy en cautiverio, fiel reflejo de un personaje que encuentra su único baremo moral en la propia satisfacción del ego personal.
Los punzantes versos de William Blake, que señalaban con mordaz furia a esos individuos creados para destruir pero catalogados como los hombres honrados del mundo, no solo encajan a la perfección con la definición que este documental entrega sobre el líder israelí, sino que parece ser el destinatario más propicio hoy en día para ellos. Oír de su boca citar a “El padrino”, dada su situación judicial, sólo puede ser entendible desde una conducta fagocitada por la absoluta asunción de estar dotado de un poder omnímodo ajeno a cualquier ley humana. No obstante, solo los estómagos más resistentes podrán soportar escuchar, al final de la cinta, cómo se despide de los policías que le han interrogado, con sonrisa displicente, felicitándoles las fiestas y terminando con una lapidaria frase: “El tiempo vuela cuando te lo pasas bien”. Palabras que retumban casi tanto como esa atronadora maquinaria militar que, bajo su mandato, extiende una gran mancha de sangre sobre el planeta y que al mimo tiempo, aunque él no lo crea, significa la única rúbrica que su legado dejará en la historia.
Kepa Arbizu.