Esta es la verdad sobre la farsa de mujeres “hambrientas” comprando en Colombia
El detalle de las personas que intentan cruzar la frontera no es el caso de personas en un país “donde no hay nada”. Es el caso de personas que pueden pagar mucho más de lo que cuesta un producto regulado
El pasado 6 de julio resonó con estruendo en medios internacionales un evento que tuvo lugar en la frontera colombo-venezolana. Se trataba del paso, violando puestos militares, de cientos de mujeres venezolanas rumbo a Colombia a comprar alimentos. Pero hay cosas que sencillamente no cuadran, lo que exhibe este caso como lo que es: un montaje.
Ataviadas de blanco, rodeadas de medios de comunicación, en medio de una parafernalia característica de la oposición venezolana que hacía lucir la situación como un acto político, caminaron bajo la consigna: “Nos morimos de hambre, estamos desesperadas”.
Hicieron oraciones, personalidades de la derecha en la frontera les acompañaron y, al unísono, medios y actores del antichavismo en Colombia y Venezuela reseñaron la situación como expresión de una verdadera “crisis humanitaria”.
La agencia alemana de noticias DW, en su servicio en español, reseñó con resaltador una de las frases de las mujeres que cruzaban el paso fronterizo: “Allá (en Venezuela) no se consigue nada, no hay que comer”.
LA MATEMÁTICA ECONÓMICA DESMONTA LA FARSA
La coyuntura económica venezolana en el terreno del tema alimentario se caracteriza por un déficit en inventarios habituales de cierto grupo de rubros de consumo básico y masivo en Venezuela, bajo condiciones de regulación de precio: harina de maíz, arroz, pasta, aceite, entre otros. Estos productos y otros (de higiene y del hogar) son los principales productos que generan cola y aglomeración en los puntos de venta adonde llegan en condiciones de precio justo o regulado.
Pero por otro lado hay una serie de productos que están en una rotación frecuente, su problema no es el desabastecimiento, sino sus altos precios, pues están sujetos a muchos eslabones especulativos en toda la cadena, desde el productor hasta el consumidor.
Aunque regulados algunos de estos productos, las regulaciones no se cumplen y son objeto de fuerte especulación. Productos como carne de res, pollo, huevos, queso, frutas, hortalizas y tubérculos tienen una gran fluidez, son rubros de producción nacional y están amontonados en anaqueles de cientos de miles de negocios en todo el país, incluyendo el eje fronterizo colombo-venezolano.
Para las familias venezolanas el problema de este segundo grupo de rubros es su precio, no su disponibilidad. Algunos de estos rubros recientemente hasta se han estancado o han bajado en sus precios (como la carne de res y el queso) dada una caída en el consumo, pues para muchas familias ha sido bastante cuesta arriba comprarlos con la frecuencia habitual. Pero alimentos hay, disponibilidad hay.
Quienes pueden comprarlos, acceden a ellos sin hacer cola y sin inconvenientes. Otra opción en la economía doméstica venezolana es el mercado especulativo bachaquero. Es decir, el mercado donde yacen productos regulados desviados de los sistemas legales de distribución y son colocados a precios especulativos.
Hay de todo en las redes bachaqueras revendedoras. Son la primera opción para la clase media que se resiste a hacer colas o a prescindir del consumo de algún producto.
Hablando de la frontera, la relación bolívar-peso está regida por la relación bolívar-dólar, fijado en el mercado especulativo y paralelo de divisas. Una tasa ilegal en Venezuela, pero legitimada en Colombia por miles de casas de cambio que especulan con el bolívar.
Nadie que “tenga hambre en Venezuela” podría comprar en Colombia debido al cambio monetario.
El precio actual en bolívares del dólar en el mercado paralelo es de poco más de mil bolívares por dólar.
En ocasiones anteriores superó los mil 300 bolívares por dólar. Esta devaluación inducida (con un móvil económico especulativo y con un móvil político de fondo) propició la extracción continua durante años de productos venezolanos hacia Colombia.
Cada producto alimenticio venezolano, en pesos, en Colombia, costaba para cualquier colombiano mucho menos que cualquier producto colombiano. He ahí porque se agudizó tanto el contrabando de extracción, al punto de que el Gobierno venezolano tuvo que tomar medidas excepcionales en la frontera. Se armó un negocio sin precedentes, incluso con más beneficios que el mismo narcotráfico.
Esto infiere que muchos productos regulados o no en Venezuela son apetecibles en Colombia.
Dicho esto, el relato del cruce hacia Colombia por estas señoras a comprar alimentos se cae por la matemática del tipo de cambio fronterizo, el que rige todo tipo de actividad económica en la frontera. Es una farsa. Los venezolanos que podrían comprar alimentos en Colombia serían quienes posean dólares o pesos, es decir, personas que al cambio especulativo tienen gran cantidad de dinero en bolívares que le permitiría a cualquiera comprar toda clase de alimentos en Venezuela sin problema alguno.
En San Cristóbal, ciudad grande y cercana al punto fronterizo donde hubo el acto de las “damas de blanco”, hay casi de todo. Casi cualquier producto se puede encontrar, bien sea en los comercios regulares como en el mercado revendedor bachaquero, es decir, en algunos haciendo cola y en otros sin hacerla.
En los comercios regulares, como mercaditos, carnicerías, charcuterías y fruterías de San Cristóbal, los anaqueles están llenos de productos costosos.
Los precios en el mercado bachaquero revendedor son incluso mucho más altos y allí se encuentra de todo, especialmente los productos regulados desviados. Pero nadie que “tenga hambre en Venezuela” podría ir a comprar a Colombia debido al cambio monetario. Dicho de otra manera: solo una persona de la clase media alta, con mucho dinero, podría ir a comprar a Cúcuta. Pero compraría productos que se encuentran en Venezuela, que aunque estén a precios altos, estarían comparativamente mucho más bajos al cambio.
Por ejemplo: un kilo de carne en el lado venezolano de la frontera cuesta entre 3 mil 500 y 4 mil bolívares. Del lado colombiano cuesta más o menos 10 mil pesos. Al día de hoy, el cambio es –en casas de cambio– de 0,24 bolívares por peso. Eso implica que comprar 1 kilo de carne en Colombia, al cambio, cuesta 41 mil 666 bolívares con 66 céntimos. Un precio superior diez veces al precio de la carne en Venezuela. El cálculo se efectúa dividiendo 10 mil entre 0,24.
Es matemáticamente imposible comprar, en bolívares, más barato en Colombia que en Venezuela. De ahí que una persona “hambrienta” en Venezuela nunca podría comprar alimentos en Colombia, no podría pagarlos teniendo bolívares. La situación matemática es tal que, si al día de mañana abren la frontera, se supone que –según la parafernalia mediática y política de la “crisis humanitaria”– cientos de miles de venezolanos cruzarían la frontera para comprar alimentos, pero no, sucedería todo lo contrario: las asimetrías cambiarias inducidas que propiciaron las medidas excepcionales fronterizas se mantienen y miles de colombianos entrarían a Venezuela a comprar los productos disponibles para pasarlos a Colombia.
Los únicos productos que son más “viables” de traer de Colombia son solo algunos de los alimentos bajo situación de alto bachaqueo en Venezuela, pero quien los compre lo haría solo para eludir colas y precios bachaqueros, pues los precios en el mercado especulativo bachaquero son tan exorbitantemente altos que superan incluso la asimetría monetaria cambiaria.
Por ejemplo: un kilo de harina de maíz (producto altamente boicoteado) cuesta en el mercado bachaquero 2 mil bolívares. Es una desviación de un producto regulado que cuesta 190 y que comprarlo a ese precio implica hacer cola. Un kilo de harina comprada en Colombia costaría más o menos mil bolívares.
Entonces, el detalle de las personas que intentan cruzar la frontera no es el caso de personas en un país “donde no hay nada”. Es el caso de personas que pueden pagar mucho más de lo que cuesta un producto regulado, son personas que quieren comprar ciertos productos sin hacer cola. Es gente que puede pagar bastante por alimentos en Venezuela y que parecen tener cierta preferencia por ciertos productos: son consumidores más o menos acomodados. Esto dista mucho de que sean un grupo de personas “víctimas de una hambruna”.
Son acciones articuladas que presionan por la reapertura fronteriza.
LO QUE HAY DETRÁS
La comparsa por la situación de las “damas de blanco” tuvo resonancia en Colombia, donde la canciller María Ángela Holguín, presente en Cúcuta, hizo un manifiesto contra la continuidad del cierre fronterizo. Un hecho que no está en definitiva desconectado del otro. Holguín señaló que “no dejaremos que nuestros hermanos venezolanos pasen hambre”, al unísono de actores en Venezuela interesados en la apertura fronteriza.
Los intereses por reabrir la frontera son diversos. Los hay familiares, laborales y comerciales (en ámbitos legítimos).
Pero los sectores paraeconómicos en la frontera también están muy interesados en la reapertura, para así dar rienda suelta a sus anchas al paso desproporcionado y lesivo de mercancías.
La magnitud de los flagelos económicos es tal que pocas horas luego del evento en el puente internacional, Juan Manuel Santos expresó que no se puede permitir “bajo ninguna circunstancia que lo que hemos avanzado en la lucha contra el contrabando y contra la ilegalidad lo vayamos a retroceder”.
Agregó: “Vamos a hablar con el presidente Maduro, con las autoridades venezolanas. Ellos han expresado también su deseo de abrir la frontera”.
Lo que hay detrás de estas situaciones son acciones articuladas que presionan por la reapertura fronteriza. Hay elementos muy sólidos que vinculan a actores de la derecha venezolana con los flagelos económicos en la frontera. Estos son un grupo de interés que está instrumentando la política como herramienta, como un elemento de extorsión. La circunscriben ahora al relato de la “crisis humanitaria”.
El frente internacional de asedio a Venezuela se reanima, retomando la variante Colombia y la frontera.
Hay una cuestión a saber: las medidas excepcionales en la frontera no pueden ser eternas, con el tiempo se harían inviables. Lo que implica que las circunstancias actuales imponen, de tomarse esa decisión, una probable flexibilización del paso, conteniendo la vorágine del paso de mercancías. La misma coyuntura también ofrece condiciones para atenuar asimetrías en Venezuela y una alternativa, podría ser, establecer reglas de juego complementarias para el paso de ciertas mercancías y sus modalidades.
Por ejemplo, si los venezolanos pudiéramos comprar en bolívares grandes cantidades de harina en Colombia (sin comprometer los inventarios colombianos), tiraríamos a la baja el precio bachaquero y mejoraríamos las condiciones de oferta (disponibilidad) interna de ese rubro (para que accedan a él quienes puedan pagarlo a ese precio).
Así se vio en Zulia hace poco cuando apareció harina de maíz traída de Colombia a mil 200 bolívares.
Pero habría que también aplicar restricciones a muchísimos alimentos para que no salgan hacia Colombia. Lo que indica que de efectuarse una eventual apertura, sería ideal hacerla a cuentagotas, planificada rigurosamente, para contener actores y situaciones perniciosas. Queda también pendiente en Colombia atender la asimetría monetaria que induce los flagelos. Pero ese es otro gran y complicado tema.