Redacción •  Internacional •  12/10/2023

La verdad es una víctima más del conflicto en Gaza

  • En los escasos días transcurridos desde el inicio de la nueva fase de conflicto, con el ataque de Hamas fuera del cerco de Gaza, las noticias falsas y la agitación han sustituido por completo a la información veraz.
La verdad es una víctima más del conflicto en Gaza

La nueva fase de conflicto en Gaza, iniciada con el ataque de Hamás, ya ha costado la vida a más de 2.000 personas en apenas 5 días. Pero, además de las víctimas mortales, la veracidad informativa se puede contabilizar entre las bajas de guerra.

Desde el comienzo de la nueva fase, partidarios del gobierno de Israel y portavoces oficiales, han inundado las redes sociales y los medios de comunicación con narrativas viscerales, encaminadas a justificar y legitimar la respuesta militar contra la Franja de Gaza bajo la premisa «todo debe estar permitido».

Sucesos falsos o exagerados repetidos hasta la extenuación con el objetivo de enardecer a sus partidarios, distribuidos rápidamente gracias a la capacidad casi instantánea de las redes sociales, aunque también rápidamente desmentidos, que, sin embargo, continúan sirviendo de línea argumental a las posiciones más duras de apoyo a la Guerra Total lanzada por Netanyahu.

Dos de estos sucesos sirven como ejemplo de la deliberada estrategia de comunicación, por su impacto y trascendencia a nivel internacional, entre otra amplia lista de informaciones posteriormente desmentidas.

Los escabrosos datos de la masacre de Kfar Aza

El martes, a medida que las tropas israelíes avanzaban por zonas asaltadas por las milicias de Hamás el fin de semana, los reportes sobre los hechos acontecidos se sucedían a través de agencias de prensa, medios y plataformas digitales. Tras la entrada en el kirbutz de Kfar Aza, la reportera Nicole Zedek conmocionó al mundo narrando el supuesto asesinato mediante decapitación de 40 bebés por parte de los miembros de Hamás.

Paradójicamente, el relato, profundamente atávico, guarda escabrosas semejanzas con la descripción de la periodista Janet Lee Stevens de la masacre de Sabra y Shatila en 1982.

El reporte no tardó en inundar las redes sociales y, varias cuentas oficiales, como la de la Embajada de Israel en Francia, se hicieron eco de ella.

Apenas unas horas después, tras indagaciones de la agencia de prensa pública de Turquía, Anadolu, trascendía que el las Fuerzas Armadas Israelíes no contaban con datos relativos al suceso. Poco después, la propia Zedek admitía que el relato respondía a narraciones de «fuentes del ejército», no a los hechos comprobados por ella in situ.

Medios internacionales, como SkyNews advertían de la negativa a «informar» sobre el suceso ante la falta de pruebas. Pero lejos de desaparecer de la narrativa, el relato continuaba trascendiendo, llegando a ser motivo de una intervención del presidente estadounidense Joe Biden, que afirmaba: «Nunca pensé que vería algo así, fotografías confirmando que los terroristas decapitan niños».

Tampoco transcurrió mucho tiempo antes de que la propia Casa Blanca matizase las palabras del mandatario, indicando que «ni funcionarios de Estados Unidos ni el presidente han visto fotografías ni comprobado los hechos de forma independiente». «El presidente basó sus comentarios sobre las atrocidades alegadas en las declaraciones de una portavoz del gobierno de Netanyahu y medios de comunicación de Israel», profundizaba la aclaración.

La inminente ofensiva de Hezbollah

Más allá de sucesos el conflicto también ha generado una intensa agitación en torno a la extensión del conflicto. Los apoyos directos manifestados por la organización libanesa Hezbollah y sus advertencias sobre una intervención directa en caso de invasión terrestre de las Franja de Gaza por tropas israelíes, ha generado un elevado nivel de tensión, incrementado por las escaramuzas en la frontera entre Líbano e Israel.

En semejante caldo de cultivo, han proliferado las informaciones referentes a que una entrada de tropas de Hezbollah en territorio israelí ya estaba teniendo lugar. Al menos en cuatro ocasiones se ha informado del inicio de la intervención de las milicias libanesas, sumada a la histeria colectiva generada por bengalas confundidas con drones.

Las implicaciones internacionales del conflicto palestino, los cruces de acusaciones entre enemigos declarados como Irán o Siria, o el despliegue de fuerzas navales estadounidenses en la zona, aumentan la tensión general del conflicto que facilitan la narrativa de Tel Aviv en torno a una situación de asedio que justifica todas sus acciones como medidas de defensa.

Estos dos ejemplos se suman a un extenso listados de sucesos y desinformaciones geopolíticas, desde la suerte de la turista alemana Shani Lauk, al suministro de armamento a Hamás proveniente de Ucrania, que han poblado medios, tertulias y redes sociales.

Una nueva dinámica

La falta de veracidad, la propaganda y las construcciones en torno a hechos falsos han poblado la historia de la propaganda de guerra. Sin embargo, y sin restar importancia e impacto a la difusión de estas narrativas, llamadas a justificar siempre las escaladas bélicas, el contexto informativo se ha visto cambiado.

A diferencia de un panorama condicionado por medios de información unilaterales, como en el caso el testimonio de Nayirah en la Guerra del Golfo en 1991, el mecanismo de difusión parte ahora de redes sociales interactivas. Y a pesar de las esperanzas depositadas en la capacidad de fiscalización que ocasionaría la multimedialidad, parece que unos menguados medios informativos, escasa labor profesional, inmediatez y sesgos de confirmación, lejos de cercenar el camino a mentiras y manipulaciones, facilitan su difusión a todo el globo de manera instantánea.

La cuestión llega a trascender el ámbito de la comunicación, para adentrarse en cuestiones filosóficas y sociológicas. Un volumen importante de público, prescinde voluntaria y deliberadamente de un análisis crítico sobre los hechos, acantonándose en los relatos que refuerzan sus convicciones, así carezcan de pruebas, sean desmentidos o directamente inverosímiles. Cabe preguntarse si, en una dinámica marcada por la «democratización de la comunicación» y el evidente desmantelamiento de las estructuras profesionales periodísticas, la condición humana no va a alejar peligrosamente a las sociedades de cualquier atisbo de juicio crítico.


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