La Minka: la comuna que brilló con más luz durante el apagón en Venezuela
Minka significa 'trabajo comunitario' en lengua quechua. En Caracas, La Minka está dos cuadras al norte de Miraflores. Los militares que custodian el Palacio de Gobierno saben dónde está.
Los que están apostados al mediodía en las puertas infranqueables desvían nerviosos la mirada ante un acento extranjero y la chaqueta verde con nombre de pila parece holgada. Son jóvenes y tímidos.
La escuela Madariaga es el punto de referencia. La Minka era un edificio abandonado, vacío, inútil, adicto al placer culpable. En 2012 lo recuperaron los vecinos y empezó a ser lo que es hoy: una casa comunal de referencia no solamente en el barrio sino en toda la ciudad. Tomar es okupar. Okupar es cambiar. Organizar a una comunidad.
«No tendrá poder el pueblo hasta que sea dueño de sus medios de producción». La que lo dice es Alina Lión. Pelo afro, fantástico, 50 años, piel joven, ¿café? Voy a peinarme para la foto. Y la frase no es suya. «Era de Chávez. Chávez nos hizo un pueblo inusual y extraordinario».
Hasta Barack Obama, expresidente de EEUU (2008-2016), utilizó esos mismos calificativos en 2015, al momento de decretar la emergencia nacional por considerar a Venezuela una «amenaza» para la seguridad de su país,
Las puertas de La Minka están abiertas siempre. Es una casa de todos; como las iglesias, pero de verdad. Alina se encarga «de muchas cosas». Una de ellas, el pan. El pan es un arma de guerra en Venezuela.
En la época de escasez, las panaderías privadas lo escondían, o simplemente preferían no hacerlo, porque el Gobierno de Nicolás Maduro les obligaba a venderlo a precios regulados. O sea, asequibles para el pueblo.
Con el dulce, las tortas, las galletas, podían especular. Así que en la Venezuela del desabastecimiento sobraban los panqueques marmoleados pero había cola para el pan canilla, un básico de la trinchera en el desayuno.
La Minka comenzó haciendo pan básico y ahora presume de brownies y galletas de mantequilla. Todo es (r)evolución. La canilla nunca se fue. La venden y la distribuyen en el vecindario a 500 bolívares soberanos (menos de 20 centavos de dólar), mil bolívares menos que cualquier panadería con ánimo de lucro especulativo.
El horno abre de madrugada y hoy lo maneja con holgura Leni Mari, que tiene 16 años y se incorporó a la comuna en el último Plan Vacacional Travesuras, un programa que cuida a los niños de la zona cuando la escuela cierra por vacaciones y que también instruye a jóvenes como ella para que se conviertan en recreadores, animadores, de tiempo libre.
Los niños y los jóvenes son el principal público objetivo en el que se enfoca la comuna. Si están en La Minka no están en la calle, «sueltos por ahí», la delincuencia o el abandono de un país que les dice que no tienen futuro.
Durante el apagón de los últimos cinco días, La Minka iluminó al barrio de La Pastora. La luz se apagó cuando estaban apunto de empezar a repartir las 750 cajas CLAP (cajas de comida subsidiadas por el Gobierno) de las que La Casa se encarga una vez al mes.
«Tuvimos que organizar a toda la comunidad que estaba nerviosa, angustiada», cuenta Alina. «Tener mucho cuidado para que ninguna caja se perdiera. Tenemos una planta eléctrica, la encendimos y comenzamos el reparto, con calma».
Más datos: Gobierno venezolano acuerda precios de 29 productos básicos con sector privado
Esa planta los salvó: «La gente venía y aprovechaba para cargar sus teléfonos, para compartir un rato. En ningún momento dejamos de trabajar. Incluso habilitamos un espacio porque una chica se puso de parto y pensamos que tendría que dar a luz aquí. Afortunadamente pasó un vecino que tenía un carro y se la llevó al Hospital», narra la integrante de la comuna.
Natasha también vive en La Minka. Es la profesora de los talleres de danza contemporánea. Tiene 23 años y una seguridad pasmosa. Hace un rato estaba haciendo las arepas en el budare, que es la plancha de acero donde se preparan. No falta en ninguna casa venezolana. Pantalón negro, camiseta corta, abdomen definido, mirada rasgada y serena. No cree en el trabajo.
«Somos militantes del amor. Somos una familia. Puede pasar cualquier cosa entre nosotros pero el proyecto nunca se va a caer», asegura la chica.
Dos o tres gatos se pasean por las máquinas de serigrafía. La impresión es otra de las virtudes de La Minka. Remeras con encanto revolucionario porque la estética también importa en la batalla contra la ceguera.
Los gatos no son ciegos aunque vean a su manera felina. Realidades hay muchas. Encuentran su caja de arena sin pestañear en la inmensidad de la comuna. También cazan los ratones, sin caer en el tópico.
En contexto: Rusia, dispuesta a suministrar alimentos y medicamentos a Venezuela
Los cinco días de apagón no han sido ningún trauma para La Minka. Al contrario.
«El venezolano tiene mucho temple. Estos días nos hemos solidarizado los unos con los otros, hemos compartido todo», dice Natasha. Alina, que estaba en la cocina, vuelve. «¿Sabes lo que ha sido vencer a este golpe eléctrico?», dice.
«Porque ha sido un golpe bien duro pero la mayoría de nuestro pueblo está en resistencia perenne y está preparado para cualquier ataque. Nada de lo que venga de la ultraderecha nos asombra ¿Qué nos dejan sin luz? Qué raro que no lo hubiesen hecho antes», agrega.
Resistencia perenne o resistencia silenciosa. Son consignas que no suenan vacías en un contexto de guerra no convencional. «Somos gente pequeña que se junta para hacer cosas pequeñas en ambientes pequeños para cambiar el mundo». Otra consigna inmediata y útil. Biensonante. Pero el orden musical, también en las palabras, es clave del éxito en lo concreto. Venezuela es especial.
«Me bañé en ese mar llamado Chávez y me quedé»
Lo dice Natalia, colombiana, 36 años. Llegó a Caracas sin política hace quince años para estudiar en el Instituto Universitario de Danza. Ahora tiene una hija venezolana de un año y cuatro meses que se llama Yara, como la princesa indígena.
Natalia también baila y también hace de todo. Además está embarazada de cuatro meses. «Otra vez». «En La Minka mi responsabilidad es la parte formativa y la parte del desarrollo cultural. El proyecto se basa en la construcción del trabajo colectivo. Estamos conectados con otras comunas en la ciudad. Somos una red de autogobernabilidad», explica.
Más información: Migrantes vuelven a Venezuela para recibir atención médica tras trabajar en Colombia
Autogobernabilidad. La comuna no es anarquía. La comuna sobrevivió al apagón comiendo pan y galletas en pantalón corto caribe. Jugó al dominó mientras cargaba teléfonos y no interrumpió el almuerzo gratuito que cada día distribuye a más de 80 personas aplastadas por la crisis que vive el país.
Natalia dice que «este ataque ha sido de tal magnitud que otros territorios no habrían podido superarlo victoriosamente». ¿Por qué? «Porque hemos dado la respuesta de un pueblo organizado frente a cualquier coyuntura. A eso es a lo que nos temen. A esa nueva construcción más allá de la lógica del capitalismo que nos ha dominado», responde.
Venezuela es un país extraño. En cualquier esquina hablan así. Rebelde. Y lo peor es que es verdad lo que dicen porque encima van y lo hacen. Y así no hay manera de supervivencia para el ‘establishment’.
La organización comunal como fin último del Estado no es algo que esté recogido en la Constitución de ningún país. Salvo en Venezuela. La idea la inventó Chávez dentro de lo que denominó ‘Socialismo del siglo XXI’ y la incluyó en los artículos 2 y 8 de la Ley Orgánica del Poder Popular: «… el poder es ejercido directamente por el pueblo…».
En contexto: Empieza a circular nueva moneda en Venezuela como parte de programa de recuperación
La Minka y el resto de comunas del país son laboratorios de esta historia que se está escribiendo con radios de pilas para la contingencia. Pero hablando de soles, luces y sombras, decía García Márquez que la luz es como el agua, que abres el grifo y sale. Como Venezuela o como sus comunas, que parece que las disparas y resucitan plomo libre antitinieblas.