Iberdrola: detrás de la fortuna, el crimen. 50 años de la tragedia en la presa de Cedillo
El 31 de julio de 1972 se produjo un grave accidente en la presa de Cedillo (Cáceres) en el que fallecieron 11 trabajadores.
En homenaje a todos los trabajadores fallecidos en la construcción de la presa de Cedillo.
No hay riqueza inocente, afirmaba Rafael Chirbes. Detrás de la fortuna siempre está el crimen, le gustaba decir, recordando la expresión de Balzac. Iberdrola es un ejemplo palmario de esa sentencia, una muestra de la cruda sabiduría que encierra.
Se cumplen estos días 50 años de uno de los accidentes laborales ocurridos en la presa de Cedillo. El 31 de julio de 1972 perecían allí once obreros, cuando se afanaban en la construcción del aliviadero. Otros siete trabajadores habían fallecido en enero de 1969. Y dos más morirían, atrapados en una hormigonera, en agosto de 1975. Veinte vidas. Veinte vidas sacrificadas en los altares del oligopolio energético, veinte nombres más borrados de la historia.
Pero empecemos por el principio. Fue en 1946 cuando llegó a Cedillo la primera noticia oficial sobre el propósito de construir una presa para la producción de energía. Lo recoge en uno de sus libros Manuel Sánchez González, minucioso cronista de la localidad que trabajó durante algunos años en la central eléctrica. La Jefatura Superior de Aguas del Tajo establecía un mes para posibles alegaciones al aprovechamiento hidráulico. Pero para entonces ya se había producido el gran reparto del mercado eléctrico en el suroeste de España: el río Guadiana sería para la Compañía Sevillana de Electricidad y con el río Tajo se quedaría Hidroeléctrica Española, la empresa de la que nacería décadas más tarde la actual Iberdrola. Eran los vencedores de la guerra civil y había llegado el momento de repartirse el botín. “Entre 1942 y 1943 Hidrola consiguió tener bajo su dominio la práctica totalidad de los aprovechamientos del Tajo y sus afluentes”. Son los historiadores Sergio Riesco y Juan Carlos López, en un reciente estudio, quienes dan cuenta de cómo se incuba y remata el oligopolio eléctrico en Extremadura durante el franquismo1.
Durante una década se desarrollará una pugna sorda entre la oligarquía eléctrica y otros sectores del régimen, más partidarios de la nacionalización de la producción. Pero serán los primeros quienes se lleven el gato al agua y el pulso se resolverá con la consolidación de una maciza plutocracia, en la que las eléctricas y la banca en alianza, jugarán un papel central desde entonces hasta nuestros días. El Tajo, el secreto objeto de deseo del lobby eléctrico vinculado al Banco de Vizcaya, pasará a ser el cortijo de Hidroeléctrica. En 30 años, como señalan M ª Ángeles Fernández y Jairo Marcos, la ribera del Tajo dejará de ser un río para convertirse en “una sucesión de embalses hidráulicos”: Valdecañas (1964), Valdeobispo (1966), Torrejón (1967), Azután (1970), Alcántara (1970), Cedillo (1977) y posteriormente Gabriel y Galán-Guijo de Granadilla (1982).
El lugar elegido para la presa de Cedillo es la confluencia de los ríos Tajo y Sever, justo en la frontera portuguesa. Desde 1965 varias empresas como GETASA y Rodio participan en los trabajos previos, eso sí, siempre bajo la dirección de Entrecanales y Távora, que será la empresa constructora principal y la encargada de levantar la presa, que se inicia en febrero de 1968. La vida de Cedillo y de los pueblos de la comarca cambiará a partir de entonces. La localidad pasará “de la agricultura de subsistencia a la industria”, en palabras del alcalde, Antonio González, más conocido por el mote, Botines.
La historia de Cedillo y la comarca, como la de Extremadura en su conjunto, está marcada por la durísima lucha de clases en torno a la tierra, por la perpetuación del latifundio y por el sueño campesino derrotado de la Reforma Agraria. Dos nombres podrían condensar ese conflicto centenario en estos contornos: a un lado Josefa Salamanca Wall, Marquesa de Hinojares y hermana del Conde de Campo Alange, propietaria de miles de hectáreas en los términos municipales de Cedillo, Herrera y Valencia de Alcántara; frente a ella, los ecos del último alcalde republicano del pueblo, Baltasar Robledo, fusilado por los nazis en la localidad francesa de Besançon en 1943 y reconocido allí, en el país vecino, como Mártir de la Resistencia. A partir de los años 50, la catástrofe de la emigración desangra uno a uno a todos los pueblos. Pronto, solo en Portugalete residirán más vecinos de Cedillo que en su localidad de origen. Por un momento, la construcción de este y otros pantanos en Extremadura parece que vienen a taponar y revertir el éxodo, que conecta con las promesas de regadío de las que hablaban los regeneracionistas y la propia República. El espejismo se disolverá rápidamente. No son pantanos para que la gente se quede, sino justamente para lo contrario, para alimentar la energía de las fábricas a las que se verán obligados a emigrar los centenares de miles de extremeños, a quienes se niega la industrialización en su propio territorio.
“Cuando empezaron las obras de la central eléctrica la mayor parte del pueblo de Cedillo cambió su dedicación”, recuerda el alcalde Botines. Quienes no habían picado ya el billete de la emigración, claro. La localidad pasó a tener más de tres mil personas, “en aquellas fechas hasta las pajares estaban ocupados”. Y otros muchos trabajadores llegaban en autobuses, desde Arroyo de la Luz, Membrío, Valencia o Santiago de Alcántara. “El pueblo se llenó de barracones de las empresas principales y de subcontratas, como el de Nervión. E incluso había un barracón que era todo de negros. Yo me acuerdo que éramos muchachos y teníamos miedo de ir allí. No habíamos visto un negro en nuestra vida. Dormían en el suelo. Era gente que venía de las colonias”. De Cabo Verde, precisa el historiador local Manuel Sánchez, que recuerda cómo un guardia civil montó un equipo de fútbol integrado solo por esta población negra, “que paseaba por Valencia de Alcántara y otras localidades”. La fiebre de la construcción de la presa que traía dinero y también perturbaba los hábitos sosegados de un pueblo pequeño: así, Antonio Molina o La Niña de la Puebla acudían a un teatro provisional, organizado al calor del nuevo enjambre. Pero, también, en la parte portuguesa, un autobús semanal de prostitutas.
Memorias obreras ahogadas
El 14 de enero de 1969 se produce el primer accidente con víctimas mortales. “Las aguas del Tajo, al desbordarse la riada y alcanzar un pontón tendido en la presa de Cedillo, en la zona portuguesa, arrastró a diez obreros”. La propia noticia en el diario Hoy y el archivo de la RTP1, el primer canal de la Radio y Televisión pública de Portugal, son indicios claros de la temeridad con la que la empresa ha podido obrar, enviando a un grupo de trabajadores a realizar tareas encima de la pasarela de madera en plena crecida del río.
De los diez obreros arrastrados por el aumento del caudal, siete perecerán ahogados. Otro podrá agarrarse a los cables que sujetan el pontón y dos más serán salvados por el barquero Julio González Gudiño.
Aunque el accidente se produce en la zona portuguesa, en un terreno ubicado en la freguesía de Perais -que pertenece al término municipal de Vila Velha de Ródão- la empresa responsable no es otra que Construcciones GETASA, abreviatura del nombre “Gouveia Entrecanales y Távora S.A.”, una sociedad participada y dirigida por Entrecanales, la empresa principal responsable en la construcción de la obra.
El segundo siniestro con consecuencias letales ocurrirá el lunes 31 de julio de 1972. Un desprendimiento de tierras sepulta a un grupo numeroso de obreros, mientras están realizando una excavación. La nota oficial de la empresa cuando ya han transcurrido dos días del accidente no puede ser más parca y elusiva: “Ha habido un desprendimiento de tierras, cuyas causas son desconocidas y que ha sepultado a varios obreros. Las labores de rescate exigen más medidas previas para evitar más desprendimientos, que se están tomando con la mayor diligencia ”, afirma. La crónica del diario Hoy durante las jornadas posteriores al accidente, a cargo del periodista Fernando García Morales y del fotógrafo Fernando García Múñez, será crucial para burlar la ocultación y aproximarse a lo realmente ocurrido. En la misma edición, unas líneas más abajo de la nota corporativa, el reportaje del periódico sostiene: “El lugar del accidente ha sido en la ladera izquierda de la presa, donde se construía, a cielo abierto, un cajero para uno de los aliviaderos de la misma. Se trata de un enorme cortado, con más de cuarenta o cincuenta metros de altura, cuyas tierras al desprenderse han sepultado a los hombres que se encontraban trabajando en la ladera baja, tanto los que estaban a su pie como a otros que parece ser que trabajaban sobre una plataforma a media ladera”.
La noticia de la tragedia corre como la pólvora. “Yo tenía trece años pero lo recuerdo como si hubiera ocurrido ayer mismo. Empezamos a escuchar el griterío cuando llegaron los autobuses. De aquí iban todos los días dos autobuses llenos, como mínimo. Los obreros se bajaban llorando aquella tarde: ¡Ha habido un derrumbe, ha habido un derrumbe! Y las mujeres y los hijos, preguntando por quién faltaba. Y la voz de uno de los obreros templada, pero temblando, hablando de un chaval, de un joven que era aguador y casi se escapa pero que al final le cogió el alud, rogando inútilmente: ¡No se lo digáis a la madre!”. Es Antonio, de Santiago de Alcántara, recordando hace dos días aquella fecha maldita, con lágrimas en los ojos, hablando de la gran herida que ha marcado el pueblo desde entonces. Cinco muertes en un pueblo que entonces tenía 1.600 habitantes son muchas muertes. Un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal lo ha derribado.
Desde el primer momento la empresa y las autoridades políticas se dedicarán a minimizar las dimensiones de la catástrofe. Actuarán con la mala conciencia de quienes se saben responsables pero con la brutalidad y sangre fría de quienes intuyen que nadie se atreverá a incriminarles. José María de Oriol Urquijo, dueño de Hidroeléctrica, primer alcalde franquista de Bilbao, procurador en Cortes, en activo; José Entrecanales Ibarra, dueño de Entrecanales y Távora, al que hace apenas tres años, el 18 de julio de 1969, se le ha concedido la Gran Cruz de la Orden Imperial del Yugo y las Flecha: ¿quién sería el loco de reclamarles alguna responsabilidad? Además, se han esmerado en prever y reprimir cualquier atisbo crítico en la empresa. En la inauguración de la presa de Valdecañas, en 1965, Oriol declaraba ufano, delante de Franco, presumiendo de paz social: “Desde el año 1941 hasta nuestra fecha, en que hemos pasado por diversos momentos más o menos fáciles o difíciles, no hemos tenido en Hidroeléctrica Española ni un solo día de conflicto laboral”.
En la crónica antes mencionada, los enviados del diario Hoy, apuntan que “la empresa no dio muchas facilidades informativas a los periodistas”, señalan que no se les proporcionó el nombre del único fallecido que se reconoce hasta el momento ni tampoco se les permite acercarse a las ambulancias, situadas a doscientos metros, y a las que se condujeron tres cuerpos muertos. Mucho años después, en abril de 1994, el fotógrafo Fernando García Múñez, en una entrevista que le hace Pablo Calvo, recordará aquellos hechos de este modo: «Cuando los obreros muertos en las obras de la presa de Cedillo un guardia de seguridad me intentó tirar por un barranco en presencia de las autoridades para que no fotografiara aquello. Tuvo que intervenir mi compañero Fernando García Morales para salvar el carrete y salvarme a mí”
El miércoles 2 de agosto se realizan funerales en Santiago de Alcántara, Valencia y Arroyo de la Luz por las ocho primeras víctimas y al día siguiente se recuperan por fin los tres últimos cadáveres. Pese a que se preveía muy ardua la tarea, el hedor que emana de los cuerpos permitirá localizarlos fácilmente. La lista definitiva de damnificados la componen 5 trabajadores de Santiago de Alcántara (Antonio Batalla Guillén, de 32 años, casado y con dos hijos; Francisco Pablo Flores Flores, de 26 años, soltero; Juan Manuel Flores Vital, de 36 años, casado y tres hijos; Graciano Rico Batalla, de 46 años, casado y con cuatro hijos; y Juan Guillén Galavís, de 46 años, casado y con tres hijos), 3 de Valencia de Alcántara (Fernando Araujo Sierra, 41 años, casado y con tres hijos; Francisco Jaroso Coronel, casado y con un hijo; y Manuel Fernández Núñez, soltero), dos de Arroyo de la Luz (Ildefonso Márquez Holguín, de 49 años, casado y con tres hijos; y Julio Bonilla Berrocal, casado) y uno de Salorino (Eduardo Mendo Cañas, casado).
Las autoridades están visitando a las familias afectadas y anuncian la entrega de cantidades para socorrerlas. El secretariado de Asuntos Sociales ha acordado conceder a cada una de las familias 15.000 pesetas, pero alguien debe advertirles sobre la inconveniencia de mostrar cicatería en estas circunstancias y al día siguiente la Mutualidad de la Construcción eleva las cantidades a 200.000 pesetas por viuda y 150.000 para los padres de los obreros solteros, una “ayuda graciable” dicen, atendiendo a la trascendencia del caso. Y con celeridad, junto a la ayuda económica a las familias, establecen medidas para los hijos en lo relativo a empleo y educación. “El futuro de los huérfanos de Cedillo, resuelto”, rezan los titulares de la prensa el domingo 6 de agosto.
El alcalde Antonio Botines cree se advirtió por parte de los responsables técnicos “de que no se debía excavar aquello en esas condiciones, en un terreno de pizarra como ese, bastante inestable”, pero no tiene ninguna constatación oficial de ello. Pero “se tapó, se indemnizó a las familias y se dijo corramos todos un tupido velo”.
El 21 de agosto de 1975 se produce el tercer accidente mortal en la construcción de la presa de Cedillo. Dos trabajadores pierden la vida en otro espantoso siniestro: son destrozados por la hormigonera que intentaban reparar, cuando esta no había sido previamente desconectada. Felipe Martín Hernández, de 51 años, natural de Almenara de Tormes (Salamanca) y Santos Villarinos Marcos, oficial de primera, de 26 años, natural de Fermoselle (Zamora) fallecían a pesar de los intentos de sus compañeros de trabajo por salvarles.
La presa terminará de construirse en 1976 y empezará a funcionar sin que sea inaugurada oficialmente. Son años ya de intensa movilización popular y en la retina crítica de la sociedad ha quedado desacreditada la imagen de “Paco, el rana” y su proverbial frase de propaganda: Queda inaugurado este pantano. La esperanza de una ruptura democrática que cuestionara la política energética y el poder de las familias del régimen franquista tardaría poco tiempo en esfumarse. Las nuevas raíces en la energía nuclear, el giro atlantista de los gobiernos de Felipe González y las puertas giratorias sentarían las bases de un reforzamiento del oligopolio eléctrico.
En nuestros días desazona comprobar la impunidad de Iberdrola y la soberbia con la que exhiben sus beneficios mientras millones de personas sufren la escasez. Produce rabia constatar qué barata cuesta la traición, con la facilidad que las puertas giratorias se convierten en paisaje, y el garbo con el que se visten de verde los mayores depredadores del planeta. Quizás el descaro con el que se muestran persigue precisamente reforzar aún más nuestra impotencia, aquella paradoja de nuestro tiempo de la que hablaba Marina Garcés: Lo sabemos todo, pero no podemos nada.
Este escrito quiere ser una pequeña contribución a la memoria, contra la impunidad y contra la impotencia. Necesitamos juntar la fuerza para que un día, más temprano que tarde, nos atrevamos a desafiar su poder, a nacionalizar los bienes públicos que parasitan y nos han robado. Memoria contra el crimen de las eléctricas, coraje para recuperar lo colectivo.
*Manuel Cañada
En homenaje a todos los trabajadores fallecidos en la construcción de la presa de Cedillo.
Para escribirlo me he valido de textos elaborados por Mª Ángeles Fernández y Jairo Marcos, Sergio Riesco y Juan Carlos López, Manel Márquez, Andrés Bilbao y Manuel Sánchez, así como de noticias relacionadas con los accidentes en Cedillo aparecidas en los periódicos Hoy, Abc y El País. Agradezco su colaboración a Carlos Bermejo Castro, de Valencia de Alcántara; a Antonio Botines, Rufo López y Manuel Sánchez, de Cedillo; y a Antonio y demás vecinos de Santiago de Alcántara. La responsabilidad de lo que se afirma en el artículo es, claro está, exclusivamente mía.