El infame genocidio de Badajoz (14-15 de agosto de 1936)
Los rebeldes una vez conquistada la ciudad, la saquearon, asesinando a miles de prisioneros y civiles. Muchos fueron detenidos y llevados a la plaza de toros, donde o bien fueron ejecutados, o bien esperaron hasta ser ejecutados en el cementerio. Los gritos de las torturas a los prisioneros pudieron oírse en toda la ciudad.
Los sublevados querían ocupar Badajoz para así consolidar la unificación de las dos zonas del territorio rebelde y dejar despejado el flanco izquierdo de su avance, a la vez que cubrían la frontera portuguesa.
El Teniente Coronel Yagüe avanzó hacia la ciudad el 12 de agosto, con 2.250 legionarios, 750 regulares marroquíes y 5 baterías, dejando al Comandante Tella atrás para mantener la ciudad de Mérida. En la ciudad pacense el Coronel Puigdendolas al frente de unos 5.000 milicianos, y aprovechando los restos de la antigua muralla, se aprestaba a su defensa. Cuando el ejército sublevado se acercaba, un grupo de guardias civiles intentó desertar de la ciudad, Puigdendolas logró aplastar la revuelta, pero esta acción minó la confianza de sus hombres.
Antes del ataque, durante dos días, Badajoz fue bombardeada continuamente por la artillería y la aviación de los sublevados. La ciudad estaba inundada por numerosos refugiados de la provincia y la atmósfera imperante en ella era muy pesimista. El bando sublevado lanzó su ataque en la tarde del 14 de agosto. Una unidad de la Legión, cantando y gritando, asaltó la Puerta de la Trinidad. La resuelta resistencia de las ametralladoras y los tiradores republicanos frenó el asalto, triturando a la primera oleada de tropas rebeldes.
Ignorando sus numerosas bajas, los legionarios continuaron avanzando. Una carga conducida por carros blindados logró hacerse con el control de la puerta, y los sublevados superaron a los defensores, entrando a través de la brecha y desarrollándose un combate cuerpo a cuerpo. Pero el coste fue muy elevado: La 16 Compañía de la IV Bandera de la Legión había perdido a 76 de sus 90 oficiales y soldados iniciales. Todos los oficiales de la unidad cayeron durante el primer asalto, excepto un capitán y un cabo. Mientras tanto, los hombres del I Tabor de Tetuán habían entrado en la ciudad a través de una brecha en sus murallas.
En la parte sur unidades sublevadas asaltaron las murallas con menos dificultad. Los regulares marroquíes se abrieron paso a través de la Puerta de Carros, tras lo cual los legionarios barrieron a los republicanos de los cuarteles militares. Una vez dentro de Badajoz, persiguieron a la milicia republicana, pasándola a cuchillo y a bayoneta en su camino al centro de la ciudad, incluso a aquellos que habían arrojado sus armas y se habían rendido. La represión contra los defensores republicanos comenzó en el mismo momento en que los legionarios y regulares entraron en Badajoz. Quedando algunas calles repletas de fusilados o de muertos en combate. Los legionarios capturaron a 43 milicianos heridos en el hospital militar, y los ejecutaron.
Los rebeldes una vez conquistada la ciudad, la saquearon, asesinando a miles de prisioneros y civiles. Muchos fueron detenidos y llevados a la plaza de toros, donde o bien fueron ejecutados, o bien esperaron hasta ser ejecutados en el cementerio. Los gritos de las torturas a los prisioneros pudieron oírse en toda la ciudad. Los asesinatos y violaciones masivas continuaron durante todo el día. Un elevado número de carabineros -que en su mayoría se habían mantenido fieles a la República- también fueron fusilados en el cementerio. Incluso el Comandante del Regimiento «Castilla», el Coronel José Cantero Ortega, corrió la misma suerte poco después de haber sido hecho prisionero.
Después de varias horas de salvajismo, la sangre corría a ríos por las calles de la ciudad, repleta de cadáveres.
El enviado del «Journal de Geneve» Jacques Berthet, enviaba su crónica en la mañana del día 15: «Alrededor de mil quinientas personas han sido fusiladas. Hemos visto las aceras de la Comandancia Militar empapadas de sangre. Los arrestos y ejecuciones en masa continúan en la plaza de toros. Las calles de la ciudad están acribilladas de balas, cubiertas de vidrios, de tejas y cadáveres abandonados. Solo en la calle de San Juan hay trescientos cuerpos».
Entre los represaliados se encontraban hombres y mujeres afectos a la República, obreros, campesinos, militares que participaron en la batalla, autoridades locales o simples sospechosos.
Mario Neves, periodista portugués del «Diario de Lisboa», que alertó al mundo de la magnitud de la ola de terror que siguió a la marcha de las fuerzas sublevadas desde el Sur de España, lo pudo ver con sus propios ojos. La impresión fue tan fuerte que el periodista comenzó su despacho telefónico del día 15, así: «Me voy. Quiero salir de Badajoz cueste lo que cueste, tan pronto como sea posible y con la firme conciencia de no regresar».
Jay Allen, periodista estadounidense del «Chicago Tribune» y «Chicago Daily News», fue otro testigo de la masacre de Badajoz. Fue una crónica, enviada desde Elvas (Portugal), titulada: «Matanza de 4.000 republicanos en Badajoz, ciudad de los horrores», considerada una de las más importantes de la historia del periodismo de guerra.
Fuentes: Francisco Espinosa (La columna de la muerte, el avance del ejército franquista de Sevilla a Badajoz).
Manuel Tuñón de Lara (La España del Siglo XX).