Se cumplen 50 años del asesinato del sacerdote de la teología de la liberación Carlos Mugica a manos de la ultraderechista Triple A en Argentina
- Cinco balazos terminaron con la vida de Carlos Mugica el 11 de mayo de 1974 a manos de la organización ultraderechista Triple A.
Argentina rememora este sábado el 50 aniversario del asesinato del sacerdote Carlos Mugica, fundador del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, una iniciativa enmarcada en el desarrollo de la Teología de la Liberación que recorría Latinoamérica en los ’60 y ’70. Un 11 de mayo de 1974, pistoleros de la organización ultraderechista Alianza Anticomunista Argentina (Triple A) acabaron con su vida a la salida de la iglesia de San Francisco Solano, en Villa Luro.
La biografía de Mugica sigue como un manual el desarrollo de cientos de portavoces que, a lo largo de toda Latinoamérica y, en menor medida, en otras partes del mundo, recorrieron durante las décadas de los ’60 y ’70, en consonancia con el giro social planteado en el Concilio del Vaticano II y los levantamientos populares del continente, el camino desde posiciones conservadoras a revolucionarias en la Iglesia Católica.
Mugica, perteneciente a una familia de clase alta, marcadamente anticomunista, se trasladó a las denominadas villas, zonas periféricas marginales de Buenos Aires, en sus primeros años como sacerdote, tras su ordenación en 1959. Allí tuvo la oportunidad de tomar contacto con la realidad social del país, basculando progresivamente hacia posiciones más activistas.
Tan solo 5 años más tarde, Mugica acogía en su entorno a los fundadores de Montoneros, e impulsaba las Jornadas de Diálogo entre Católicos y Marxistas en la Facultad de Filosofía y Letras. El asesinato en Colombia de Camilo Torres en 1966, terminaría de precipitar a Mugica hacia posiciones activamente revolucionarias, abogando por la resistencia popular activa contra los regimenes dictatoriales.
En 1967, Mugica acudía a Bolivia a exigir la devolución de los restos de Ernesto ‘Che’ Guevara, desaparecidos tras su asesinato a manos de la CIA. Ese mismo año, participó en la fundación del Movimiento Internacional de Sacerdotes del Tercer Mundo, en París, impulsando su sección en Argentina, que agrupó al 10% de los sacerdotes del país sudamericano.
Su acción social continuaría en 1968, con su participación en el desarrollo del movimiento conocido como «curas villeros», mitad caridad cristiana, mitad prédica revolucionaria, en las villas miseria de Buenos Aires, pero también en otras ciudades del país, como Avellaneda, o una Córdoba en plena efervescencia obrera liderada por el sindicalista Agustín ‘Gringo’ Tosco.
Ese mismo año, destituido por la Conferencia Episcopal Argentina y desplazado de su parroquia, Mugica aprovechó la ocasión para trasladarse a la Villa 31 de Retiro, la que sería su base de actividad durante el resto de su vida, fundando la capilla Cristo Obrero.
Los primeros años ’70 vienen marcados por el creciente conflicto social en Argentina, la violencia política y la represión. La dictadura militar impuesta en el país desde el Golpe de Estado de 1966, afectada asimismo por una crisis interna que llevaría a la sustitución del general Onganía por Alejandro Lanusse, era respondida por una intensa actividad de resistencia popular, que adoptaría la forma de lucha armada, encabezada por organizaciones como el marxista Ejército Revolucionario Popular (ERP), las guevaristas Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) o el peronista insurgente del Movimiento Montonero.
Sería en este último en el que Mugica articulase su apoyo a la resistencia armada a la represión. Convencido de la imposibilidad de alcanzar el establecimiento de un sistema de derecho en Argentina sin presentar una respuesta armada al ejército, el sacerdote abrazó abiertamente la defensa de la lucha guerrillera, si bien, consciente de su escasa posibilidad de aportación (aprendida a través de la desastrosa experiencia de Torres en Colombia), no tomó parte en las acciones.
Tras la caída de la dictadura, durante los difíciles años 1973 y 1974, Mugica tomó, en un principio, con entusiasmo, el regreso de las libertades políticas y la celebración de elecciones, aunque rechazando de plano participar como candidato, a pesar de las insistentes ofertas para encabezar varias listas del FREJULI.
El 20 de junio de 1973 se produce la Masacre de Ezeiza, un enfrentamiento armado entre sectores peronistas de derecha y de izquierda en pleno regreso de Juan Domingo Perón a Argentina, que representaría el giro reaccionario del militar a su regreso al país, obtenido gracias al apoyo de los sectores juveniles revolucionarios, a los que ahora daba la espalda. Este acontecimiento provoca la alarma y la denuncia de Mugica, que protagoniza un enfrentamiento abierto con el ministro de Bienestar Social y líder en la sombra de los sectores más reaccionarios del peronismo, José López Rega.
Este enfrentamiento, con el, a la postre impulsor del grupo paramilitar Triple A, probablemente le costaría la vida. El 11 de mayo de 1974, a las 20:00 de la tarde, fue interceptado cuando se disponía a marcharse con su coche Renault 4 de la puerta de la iglesia en la que había dado misa en Villa Luro, junto a su colaborador Ricardo Capelli. Dos hombres armados, uno de ellos identificado posteriormente como el agente de la Triple A y guardaespaldas personal de López Rega Eduardo Almirón, abatieron de cinco balazos a Mugica, hiriendo gravemente a Capelli.
A pesar de los llamamientos que Mugica había realizado a los sectores que mantenían la lucha armada tras el reestablecimiento del sistema parlamentario en Argentina, el paramilitarismo ponía de manifiesto con su asesinato que no haría prisioneros en su voluntad de establecer un giro reaccionario. El sacerdote sería uno de los 19 militantes asesinados en los siguientes dos años de violencia. Tras el nuevo golpe militar de 1976, los asesinados serían muchos más, incluido Ricardo Capelli, desaparecido por las fuerzas militares en 1978.
Sin embargo, Mugica continuó en la memoria colectiva de Argentina. A lo largo de esta semana, decenas de actos, civiles y eclesiásticos, conmemoran su figura y su compromiso con la lucha social. Una posición tan enmarcada en su época, como quizá inspiradora, ante la deriva de un país que sufre los efectos de ser víctima, por enésima vez, de los experimentos para tratar de mantener un sistema capitalista en colapso que tanto criticó el sacerdote asesinado, una tarde de mayo de 1974.