Redacción •  Memoria Histórica •  12/10/2024

Construcciones de relatos nacionales: La Hispanidad, una fiesta inventada a finales del siglo XIX atravesada por complejos

  • La ahora ‘Fiesta Nacional’ se inventó en Nueva York y solo fue adoptada por España a principios del siglo XX en un contexto marcado por la pérdida de Cuba y Puerto Rico.
  • España adoptó la celebración del 12 de octubre para impedir que la fecha fuese instrumentalizada por los Estados Unidos y, para más detalle, los inmigrantes italianos a Norteamérica.
Construcciones de relatos nacionales: La Hispanidad, una fiesta inventada a finales del siglo XIX atravesada por complejos

Que todos los relatos de construcción nacional están atravesados por mitologías, exageraciones o directas falsedades es algo conocido desde que la documentación escrita permitió a la humanidad contar con un legado histórico. Desde la construcción de las ciclópeas murallas de Uruk a la loba amamantando a Rómulo y Remo, las sociedades humanas han sido conscientes de que sus mitos fundacionales no tienen más verosimilitud que un cuento para niños. Sin embargo, en todas las etapas de la historia, no falta quién, por incapacidad de juicio crítico o por fanatismo, se empeña en fingir que son reales.

El ‘Día de la Hispanidad’, fecha establecida como Fiesta Nacional de un país con demasiados conflictos soterrados y procesos inconclusos como es España, no iba a ser menos. ¿De dónde viene esta celebración?

El 12 de octubre de 1492, la primera expedición de Cristóbal Colón a bordo de tres caravelas financiadas con dinero de la Corona de Castilla, llegó a lo que actualmente son la Bahamas. A lo largo de las décadas siguientes, la fecha se identificó como el primer hito de la llegada europea al continente americano, abriendo el camino a las sucesivas expansiones territoriales.

Sin embargo, la fecha tampoco fue objeto de ninguna celebración especial más allá del reconocimiento en el anaquel. No sería hasta el siglo XIX cuando se estableció de forma instrumental para tratar de reivindicar a un colectivo. Y ni siquiera era de origen español.

En Nueva York, el Tammany Hall, residencia del poder administrativo municipal, la corrupción del primigenio Partido Demócrata y vehículo del creciente papel de los inmigrantes irlandeses en el ámbito local, se celebraba un ágape todos los 12 de octubre desde 1792, cuando les dio por hacer una fiesta con motivo del 300 aniversario de la expedición colombina. En la segunda mitad del siglo XIX, los conflictos entre irlandeses e italianos llegaban a los frecuentes estallidos de violencia en las calles neoyorkinas. Y la comunidad italiana, entre sus exigencias de un papel representativo, exigieron su propio día, tal como los irlandeses tenían San Patricio (otra festividad que tal baila, más relacionada con los Knicks que con Dublín).

Con la premisa de que Cristóbal Colón era italiano y los irlandeses no podían usurpar su figura en Tammany Hall, l’italianitá asentada en Manhattan, proclamó la figura como propio y celebró el 12 de octubre de 1866 por todo lo alto. Un elemento que no impidió a la comunidad irlandesa, identificada con «el catolicismo de la empresa colombina» constituir a los Caballeros de Colón. En 1869 la fiesta se extendía a San Francisco.

Así, durante los siguientes 26 años, el Día de Colón comenzó a expandirse como celebración en todos los Estados Unidos, también a la búsqueda desesperada de su propia mitología fundacional.

He aquí que llegó el 4º centenario, en 1892, llegando a barajarse en Washington el establecimiento del festivo a nivel nacional, incorporándolo a su acerbo. Ese año, el entonces presidente de los Estados Unidos, Benjamin Harrison, animó a celebrar la fecha del 12 de octubre como fiesta nacional. Y esa propuesta llegó a oídos del Gobierno de España en manos de Cánovas del Castillo. Y la maquinaria de complejos empezó a funcionar a todo vapor.

Ese año, un decreto establecido por el artífice del sistema de turno y la restauración borbónica decretaba el 12 de octubre como fiesta nacional para reivindicar la ‘españolidad’ de la ‘americanidad’, en un momento de tensión y drama marcado por el colapso del dominio colonial en Cuba y Puerto Rico, que escaparían del control español poco más de 5 años después. Es fácil comprender el peso de reivindicar ese concepto en una coyuntura de conflicto tan marcado con Estados Unidos.

Todo puede ir a peor: El ‘Día de la Raza’

Como quiera que fuese, la depresión generalizada de las administraciones españolas tras la pérdida de Cuba, Filipinas y Puerto Rico en el llamado ‘Desastre del 98’ hizo que se mantuviese la efeméride aunque sin demasiado entusiasmo.

Hasta que en 1913, un año mágico de exaltación ultranacionalista a nivel continental, atravesada por delirantes teorías raciales elaboradas ‘ad hoc’ para justificar el imperialismo en África y Asia, uno de los políticos más mediocres de la historia de España (¡Palabras mayores!), el ex alcalde de Madrid y exministro de Hacienda, Faustino Rodríguez-San Pedro Díaz-Argüelles, por entonces presidente de la ultramontana Unión Ibero-Americana (un lobby que defendía los intereses de los inversores españoles en Latinoamérica tras perder todo control sobre el continente), planteó a Alfonso XIII, monarca siempre abierto a las peores decisiones que se podían tomar, que se recuperase la festividad como Día de la Raza.

¿El sentido? Pues el de celebrar «la Fiesta de la Raza Española, que ha tenido providencialmente la fortuna de llevar la bandera de la civilización y del progreso en aquella memorable empresa, realizada por Colón bajo los auspicios de la gran resina Isabel la Católica», en palabras del propio Faustino en su discurso en la primera celebración del nuevo significante en 1915.

Mantenida durante los siguientes años, a finales de los ’20 Ramiro de Maetzu impugnó la idea de Día de la Raza y planteó cambiar el nombre a Día de la Hispanidad. Tras la Guerra Civil, el franquismo volvió a la denominación racial, en consonancia con las modernas ideas de sus patrocinadores extranjeros (es un chiste: nos referimos a las teorías raciales de la Alemania Nazi de Adolf Hitler, aliada y principal patrocinadora de la España de Franco).

Y ahora con un nuevo componente. En orden a la exaltación del militarismo en el nuevo régimen, la fiesta se solapaba con una creciente adoración a la Virgen del Pilar, patrona del ejército, que por una absoluta y llamativa casualidad, coincide en fecha. Ahí empezó el tema de los desfiles de las fuerzas armadas.

La cosa no acaba, viene la Expo de Sevilla

Continuando con el oportunismo coyuntural, tras la muerte del dictador y el periodo de la Transición, el país permanecería durante una década sin saber muy bien cuando celebrar su fiesta de exaltación patria. La aprobación de la Constitución de 1978 era demasiado cercana como para darle fuste de fiesta y todas las demás fechas tenían connotaciones que desagradaban por uno u otro motivo, a la nueva España basada en la convivencia y esconder debajo de la alfombra todo lo que pudiese perturbar a golpistas exaltados.

En 1987 el Gobierno de Felipe González, con la vista puesta en el quinto centenario de 1992, decretó que el 12 de octubre fuese la Fiesta Nacional a través de la Ley 18/1987 que en su exposición de objetivos planteaba que la «fecha elegida, el 12 de octubre, simboliza la efemérides histórica en la que España, a punto de concluir un proceso de construcción del Estado a partir de nuestra pluralidad cultural y política, y la integración de los Reinos de España en una misma Monarquía, inicia un período de proyección lingüística y cultural más allá de los límites europeos».

Y eso es todo. Esa es la verdadera historia del 12 de octubre. Para que vengan a hacer exaltaciones…


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