Max Planck: reaccionario en la política, revolucionario en la ciencia
Mientras que Albert Einstein tenía un perfil ideológico vanguardista (cosmopolita, pacifista, socialista…), su colega, compatriota y gran valedor, Max Planck, era nacionalista acérrimo, ultraconservador y, sin embargo, creador de la no menos rompedora física cuántica. Esta biografía explora las contradicciones de esta figura señera de la ciencia contra el fondo de la convulsa Alemania que lideraba el avance científico.
Concluida la Segunda Guerra Mundial, los aliados discutieron el destino de la Sociedad Kaiser Guillermo, el núcleo duro de la ciencia alemana. Los americanos querían suprimirla; los ingleses, preservarla.
Triunfó la última opción, y decidieron ponerle el nombre de un científico prestigioso que no se hubiera significado con el nazismo. Y eligieron el de Max Planck, el creador de la física cuántica, cuyo hijo, Erwin, había sido ejecutado por conspirar contra Hitler. De tal modo nació la Sociedad Max Planck, uno de los faros de la investigación actual.
Es precisamente aquel trágico episodio de la vida de Planck el hilo conductor de la biografía (Biblioteca Buridán) escrita por Brandon R. Brown, un profesor de física de la Universidad de San Francisco, en EE UU, y colaborador de New Scientist, Scientific American y otras revistas de divulgación. Con este recurso evita la trillada secuencia nacimiento/educación/logros/vejez y muerte, al tiempo que inyecta acción trepidante en una existencia transcurrida entre claustros académicos.
Asistimos así a los desesperados intentos de un anciano de 86 años por salvar a su hijo ejerciendo la influencia que le daba su condición de “tesoro nacional”. A lo largo de esas gestiones se intercalan capítulos sobre etapas de la carrera de este científico prusiano, nacionalista y conservador.
Un hombre de múltiples facetas
El retrato resultante es el de un físico talentoso, sorprendido por las implicaciones de su teoría cuántica y distinguido por una honestidad intelectual que le llevaría a revisar sus ideas si otras mejores las contradecían; un miembro del establishment que hizo suyo el nacionalismo agresivo de la Alemania imperial; que durante la república de Weimar se alineó con la derecha antidemocrática; y que se portó como un leal aunque poco entusiasta súbito del Tercer Reich que finalmente le arrebataría su hijo.
Y es, asimismo, el cuadro de un burgués de su época: un devoto luterano, músico aficionado y hombre de trabajo y de familia, duramente golpeado por las muertes de su primera esposa y sus cuatro hijos.
Su nombre saltó a la fama en 1901 al calcular la radiación del cuerpo negro, la que escapa de todos y cada uno de los objetos del universo. Paradójicamente, al postular que la energía se irradia en pequeños paquetes de partículas –los cuantos–, este hombre tan apegado al orden establecido dinamitó junto con Einstein los cimientos de la física clásica, abriendo al estudio los niveles atómicos y subatómicos de la materia.
Por sus hallazgos recibió el Nobel de Física de 1918 y fue puesto al frente de la Sociedad Alemana de Física y de la Sociedad Kaiser Guillermo. Pero su historial se vio manchado cuando acató el mandato hitleriano de desjudeizar la ciencia germana, y aunque intentó proteger a algunos judíos, al resto los expulsó de esta institución y de la Academia Prusiana de Ciencias, de la que era secretario.
Sus amigos y enemigos
Fundamental en este itinerario vital son las relaciones con sus colegas, entre las que sobresale su amistad con Einstein, de quien fue amigo, valedor y colega durante toda su vida pese al abismo ideológico que les separaba, y con Lisa Meitner, a la que estimuló y protegió. También desempeñan un papel relevante sus enemigos jurados: los Nobel de Física Johannes Stark y Philippe Lenard, los promotores de la “ciencia aria” y detractores de la “física judía” personificada en Einstein y defendida por Planck, a quien insidiosamente tacharon de “judío blanco”.
El relato alcanza su clímax con la ejecución de Erwin, seguida del fallecimiento de Planck en 1947, después de que recibiera el homenaje de sus compatriotas y de sus colegas ingleses, que le invitaron a impartir en Londres una conferencia con motivo del 300 aniversario del nacimiento de Isaac Newton. Honores que se prolongan en todos los manuales de física y química, donde la constante de Planck es una referencia obligada; y en el satélite lanzado en 2009 con su nombre por la Agencia Espacial Europea con la misión de medir las microondas del Big Bang.
Brown ha escrito un libro para un público amplio, reservando un capítulo final para los lectores familiarizados con los arcanos de la física teórica. En este apartado repasa la radiación térmica –el objeto de estudio del biografiado– a la luz del conocimiento actual, y concluye especulando si su teoría cuántica podría explicar la energía oscura causante de la expansión acelerada del cosmos.
Se trata de un buen colofón para una biografía que sabe conectar los logros científicos con las circunstancias afectivas, las guerras y los atolladeros políticos que marcaron la vida de Planck.