¿Quién es el beato Rutilio Grande?
Beatificado como mártir de la Iglesia Católica el 22 de enero de 2022, Rutilio Grande fue un jesuita salvadoreño asesinado junto con dos campesinos, contribuyó a un giro contracultural en todo el país, su muerte precedió a una de las guerras civiles más cruentas de América Latina y su mensaje, centrado en denunciar las injusticias, fue considerado subversivo y revolucionario.
“El amor, que es conflicto y que exige en los creyentes y en la Iglesia como cuerpo, la violencia moral… La violencia está en la Palabra de Dios, que nos violenta a nosotros y que violenta a la sociedad, y que nos une y nos congrega, aunque nos apaleen. Por lo tanto, el código se resume en una palabra, amor” Rutilio Grande.
Asesinado el 12 de marzo de 1977, mientras se dirigía en un vehículo a celebrar una misa en el pueblo que lo vio nacer, El Paisnal, ubicado al norte de la capital de El Salvador. Fue ametrallado por los Escuadrones de la Muerte, grupo paramilitar de extrema derecha. Junto a él fallecieron dos campesinos, Manuel Solorzano, de 72 años, y Nelson Rutilio Lemus, de 16.
Rutilio Grande García nació en 1928, descubrió su vocación al sacerdocio desde muy joven, tímido pero comprometido, promotor de las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs). Un jesuita salvadoreño, fue profesor en el seminario San José de la Montaña, también pasó un tiempo estudiando en España. Amigo de Oscar Arnulfo Romero, el obispo asesinado por tomar una opción preferencial por los pobres.
Grande sería su legado, el «Padre Tilo» –como era conocido- durante su conocido «Sermón de Apopa», en misa en la parroquia de Aguilares, en respuesta al hostigamiento y expulsión del país del sacerdote jesuita Mario Bernal por parte del gobierno salvadoreño, hizo una clara reflexión:
“Prácticamente el sacerdote y el simple cristiano que ponen en práctica su fe, según las sencillas y simples líneas maestras del mensaje de Jesús, por fidelidad ha de vivir entre dos polos exigentes: la Palabra de Dios revelada y el Pueblo, el de siempre, el de las grandes mayorías, el del margen del camino, el enfermo que clama, el esclavizado, el que está al margen de la cultura -60 por ciento de analfabetos-, el que tiene mil alienaciones, el que vive en un sistema feudal de hace siglos”.
Rutlio Grande siempre denunciaba, a la luz del evangelio y del Concilio Vaticano II, la pobreza como una injusticia estructural. “En ciertos lugares de nuestro país no son dueños de la tierra ni de la vida. Tienen que treparse a los conacastes -ni esos son de ellos, ¡Ni los conocastes! Las chiltotas pueden volar y poner trepadas allá en las ramas, los nidos. El pobre salvadoreño es esclavo de esta tierra, que es del Señor, según la Biblia”.
El tiempo que le tocó vivir al Padre Grande, fue un tiempo intenso, con las primeras manifestaciones guerrilleras salvadoreñas, un sistema de injusticia social, fraudes electorales, descontento popular y represión estatal de los gobiernos militares y oligárquicos.
“¡Este hombre es pobre! Las estadísticas de nuestro pequeño país son pavorosas. Ya dijimos que también existe en el país una falsa democracia nominalista. Mucho se habla, la boca se llena de «democracia»” decía Rutilio Grande.
“El poder del pueblo es el poder de una minoría, ¡No del pueblo!, ¡No nos engañemos! Las estadísticas de nuestro pequeño país son pavorosas a nivel de salud, a nivel de cultura, a nivel de criminalidad, a nivel de subsistencia de las mayorías, a nivel de tenencia de la tierra. Todo lo arropamos con una falsa hipocresía y con obras suntuosas”.
Como un auténtico profeta, sus denuncias siguen vigentes en nuestra época. Ahora, aunque se han suprimido los gobiernos de corte militar en El Salvador, quien domina siempre es un grupo de la oligarquía que defiende sus egoístas intereses personales.
“Mucho me temo, mis queridos hermanos y amigos, que muy pronto la Biblia y el Evangelio no podrán entrar por nuestras fronteras. Nos llegarán las pastas nada más, porque todas sus páginas son subversivas. ¡Subversivas contra el pecado, naturalmente!”.
Y esas páginas subversivas son las que movieron, después de la muerte de Rutilio, a muchos cristianos y no cristianos, a defender y luchar por la justicia, como el valor por excelencia del Reino de Dios, aquel Reino que predicó Jesús en su tiempo.
“Entonces, hermanos queridos, yo me temo que si Jesús entrara por la frontera, allá por Chalatenango, no lo dejarían pasar. Allí por Apopa lo detendrían. Quién sabe si llegara a Apopa, ¿verdad? Mejor dicho, por Guazapa, ¡Duro con él! Se lo llevarían a muchas Juntas Supremas por incostitucional y subversivo”.
“Al hombre-Dios, al prototipo de hombre, lo acusarían de revoltoso, de judío extranjero, de enredador con ideas exóticas y extrañas, contrarias a la «democracia», es decir, contrarias a la minoría. Ideas contrarias a Dios, porque lo son del clan de caínes”.
Décadas después de su asesinato, el mensaje del Padre Rutilo sigue siendo grande. Su sangre mezclada con la sangre de miles de campesinos y campesinas nos sigue llamando y comprometiendo hacia la lucha de la liberación colectiva. “Nos tenemos que salvar en racimo, en mazorca, en matata, o sea, ¡En comunidad!” nos diría Rutilio Grande. Nos tenemos que liberar colectivamente.
Tres ataúdes fueron sacados de Catedral de San Salvador, en uno iba el cuerpo inerte de Rutilio Grande. La multitud se había reunido no para despedir al mártir, sino que se había reunido para acompañar a Rutilio en su camino a la cruz, firmes en la convicción de que quien muere por la vida no muere, solo renace en la esperanza del pueblo que cree en otro mundo, en otra vida aquí en la Tierra.
“Vamos todos al banquete, a la mesa de la creación; cada cual con su taburete tiene un puesto y una misión”, dijo el Beato Rutilio Grande.