Ay, Lorca vivo, oro en sus labios
“Con tres heridas yo/ la de la vida/ la de la muerte/ la del amor”. Miguel Hernández Gilabert
“Quiero dormir un rato/ un rato, un minuto, un siglo;/ pero que todos sepan que no he muerto/ que hay un establo de oro en mis labios”. Federico García Lorca.
Cada año, ustedes me perdonen, intento boicotear la celebración de los años del asesinato de Lorca, celebrando los años de su nacimiento. Frente a la herida de la muerte, la herida de la vida que triunfa con la herida del amor. Podemos estar muriendo cada año junto a su inhallable cuerpo o podemos estar reviviendo junto a sus interminables años cultivados con riquezas a mil, con enigmas sin fin.
Empezamos con una cita de Miguel Hernández que sintetiza -y nos une a Lorca- esa esencia que nos puebla. A Lorca le pobló la viejísima y compleja sustancia de España. Y Lorca nos pobló con su inmensa sabiduría de conciencia emocional. Por eso, porque está vivo, por eso, Lorca nos sigue poblando.
“Pero yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa”
Y Lorca añade en su Alocución al pueblo de Fuente Vaqueros: “Porque es necesario que sepáis todos que los hombres no trabajamos para nosotros sino para los que vienen detrás, y que éste es el sentido moral de todas las revoluciones, y en último caso, el verdadero sentido de la vida”.
Porque su duende peregrino alimenta el espíritu de todos los que reviven los quehaceres lorquianos tan tempranamente cercenados, sangrientamente, por manos heladas de hombres fríos; y cultiva su inmensa obra, cultivar su profunda riqueza, su viva y rítmica conciencia, porque “¿Dónde está mi sepultura? / En mi cola, dijo el sol/ En mi garganta, dijo la luna/ Por las ramas del laurel/ vi dos palomas desnudas/ La una era la otra/ y las dos eran ninguna”.
Y ya nos avisó que “la luz de la poesía es la contradicción (…) La poesía no quiere adeptos, sino amantes”. Por eso “pone ramas de zarzamora y erizos de vidrio para que se hieran por su amor las manos que la buscan”. Y ahí está el duende que “es un poder y no un obrar, es un luchar y no un pensar. (…) Es decir, no es cuestión de facultad, sino de verdadero estilo vivo; es decir, de sangre; es decir, de viejísima cultura, de creación en acto”.
Por ello “al duende hay que despertarlo en las últimas habitaciones de la sangre”. Porque “la verdadera lucha es con el duende”. Y Lorca nos avisa que “para buscar al duende no hay mapa ni ejercicio. Solo se sabe que quema la sangre como un tópico de vidrios, que agota, que rechaza toda la dulce geometría aprendida, que rompe los estilos”.
Lorca puebla España
Con esa relación íntima de la vida y la muerte que vence el amor. “España está en todo tiempo movida por el duende, como país de música y danza milenaria, donde el duende exprime limones de madrugada, y como país de muerte, como país abierto a la muerte. En todos los países la muerte es un fin. Llega y se corren las cortinas”. Nuestra indivisa relación entre el amor y la muerte. “En España, no. En España se levantan. (…) Un muerto en España está más vivo como muerto que en ningún sitio del mundo: hiere su perfil como el filo de una navaja barbera”.
Y sobre nuestro país “podríamos hacer un mapa melódico de España y notaríamos en él una fusión entre las regiones, un cambio de sangres y de jugos que veríamos alternar en la sístoles y diástoles de las estaciones del año. Veríamos claro el esqueleto de aire irrompible que une las regiones de la Península, esqueleto en vilo sobre la lluvia, con sensibilidad descubierta de molusco, para recogerse en un centro a la menor invasión de otro mundo, y volver a manar, fuera de peligro, la viejísima y compleja sustancia de España”.
No sólo de pan sino de conciencia revolucionaria
Lorca revolucionario denuncia que “de la esfinge a la caja de caudales hay un hilo de oro que atraviesa el corazón de los niños pobres”. Y que “no sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan, sino que pediría medio pan y un libro”. Y “bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio del Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social”.
Ahora ya no quiero amarte, sólo quiero poblarte.
Eduardo Madroñal Pedraza