Íñigo Errejón, Podemos y los significantes vacíos
- «La corriente posmarxista a la que se suma Íñigo Errejón prescinde de los símbolos que condensan historia de lucha, pensamiento y emoción para crear identidad popular, y prescinde de categorías que ordenan nuestro mundo, que nos permiten comprenderlo y transformarlo».
Podríamos decir que no nos sorprende, pero estaríamos mintiendo. El escándalo Errejón desborda lo imaginado. Podríamos decir también que su comportamiento personal excede lo político, pero igualmente estaríamos falseando la realidad.
No nos vamos a centrar aquí en las recientes revelaciones sexual-depredadoras del susodicho. En estos días se están escribiendo muchas líneas, algunas necesarias, otras lamentables, sobre el fenómeno Errejón. Lamentable el antiperiodismo caníbal y amarillo que busca el morbo, reproduce el patriarcado y no tiene reparos. Importantísimos los relatos de las víctimas y algunos trabajos periodísticos que dan credibilidad a los mismos. Necesarias las miradas que desde un feminismo al que, más tras la actual hecatombe, debemos poner apellidos, señalan el trasfondo estructural latente tras tanto ruido. El patriarcado y su incidencia en el sentido común, en formas de hacer y pensar, nos penetra a todos y todas, pero especialmente a nosotros, porque en su desigualdad nos favorece. Impugnamos desde nuestro campo las conductas patriarcales pero las reproducimos cada día. Consciente e inconscientemente, se insertan en nuestro quehacer cotidiano. Hay sin embargo límites intolerables. El fenómeno Errejón nos permite identificar algunos.
El caso Errejón es político no porque se trate de un personaje dedicado a la política electoral. Tampoco solo por aquello de que lo personal es político, y porque la dominación patriarcal sea un hecho político, que por supuesto.
El caso Errejón es un fenómeno político porque nos permite abordar lo que debería ser el principio número uno de la izquierda: el de la ética y la coherencia, el de la comunión entre lo que se dice y lo que se hace, entre la teoría y la praxis. Entre la persona y el personaje. La persona al servicio de las ideas frente al personaje encubridor de la persona, antítesis de sí mismo. ¿Pero qué ideas y para qué las ideas? Las ideas como horizonte común o como excusa para propósitos individuales. Las ideas como legitimación o impugnación de un orden social de explotación y dominación. Las ideas como trampolín al poder o como potencia transformadora. Las ideas de la emancipación o de la depredación. Las ideas del Yo o del común. La persona al servicio de las ideas, pero ¿las ideas, al servicio de quién? De las clases dominantes o de las mayorías oprimidas. Las ideas al servicio del patriarcado o de la liberación en la relación social hombre-mujer. Podríamos caer en la pregunta fácil: ¿a qué ideas tributaba Errejón? Pero nos quedaríamos cortos de miras.
Nos resistimos a no tratar de encontrar algún pequeño hilo que conecte a la persona con el personaje. ¿Tiene el Errejón oculto alguna conexión con el Errejón público? ¿La persona real se desprende tanto de las posiciones políticas y las ideas del personaje? ¿Se descuelga totalmente su faceta de dominación de la pantalla política? ¿No existirá algún tipo de conexión invisible entre ambas esferas? Nos resistimos también a no visualizar vínculos entre el comportamiento de Errejón y la razón hegemónica que campa a nuestro rededor.
El caso Errejón es expresión desmesurada y burda de una forma de hacer y entender la vida y la política que no es patrimonio único de Errejón. Las dirigencias político-electorales nacidas al calor del periodo de ascenso de la lucha popular iniciado en 2011 con el 15-M o movimiento de los indignados, llegaron decididas a “asaltar los cielos” y acabaron asaltando las páginas del ancho libro del entreguismo y la antipolítica.
“Podemos nace para ganar”, pregonaron. Fuimos muchos quienes lo concebimos como posibilidad y herramienta. Y podía haberlo sido. Discutíamos acaloradamente con quienes en ese momento nos alertaban de las personas detrás de los personajes. Argumentábamos que Podemos era mucho más que su dirigencia. Puede que hubiera algo de cierto en ello, pero lo cierto es que nos equivocamos. Las cabezas visibles pintaban mucho más de lo que prometían, y lo que presentaban como un movimiento era más el capricho privativo de unos jóvenes astutos que jugaban a hacer política y a reinventar lenguajes y sentidos. Pese a nuestra simpatía, nunca militamos en Podemos. Otras compañeras y compañeros no corrieron la misma suerte. En el momento de su irrupción y su momento álgido, decidimos marcharnos unos años a donde pensamos había mejores condiciones para aprender sobre vida, política y comunicación: América Latina. Desde allí escribimos algunos textos en apoyo a Podemos que no nos avergüenzan pero que, desde la retrospectiva de lo acontecido, tampoco representan nuestra mirada de las cosas. Precisan de una continuidad y “ajuste de cuentas” que comenzó con el texto 10 años indignados. Del 15M al “ayusismo”. ¿Fin de un ciclo?, donde abordamos fortalezas y debilidades del 15M y la irrupción de Podemos, con sus derivas y mutaciones políticas. El caso Errejón nos anima a detenernos en las personas y los personajes.
El fenómeno Podemos y la saga que le continuó, con Unidas Podemos, Más Madrid, Más País y Sumar, es la historia en secuelas de un naufragio. Pero no de cualquier naufragio, de un naufragio anunciado. Las señales de humo se evidenciaron en los primeros años de navegación. Si ese barco en algún momento partió hacia buen puerto, prontamente extravió su rumbo. Hoy sabemos que quienes atesoraron el timón y se apalearon en público y sin recato por controlarlo portaban en su manera de concebir la vida y la política la causa principal del hundimiento.
Parafraseando a un maestro y amigo que refiriéndose a uno de estos personajes afirma que en su apellido lleva su penitencia, podríamos decir que las dirigencias de Podemos llevaban su penitencia en su extracción social de clase, que no pudieron o no quisieron superar. Habiendo podido desclasarse en su praxis política, como tantas y tantos en la historia, acabaron ´enclasándose´. La mayoría universitarios, estudiantes y profesores de ciencias políticas, hijos de sectores medios cualificados, algunos cargos públicos y con formación o participación política, aprovecharon sus ventajas formativas, su militancia temprana y su carácter abierto, acostumbrado a la toma de la palabra para asomar la cabeza y destacarse, más en espacios mediáticos que organizativos. Respecto a la organización, inventan una hecha a su imagen y semejanza. Entre las virtudes del ascenso, manejar con destreza el plano comunicacional, los nuevos espacios de las redes sociales y conectar tanto con sectores populares organizados como con una gran masa de gente despolitizada a la que lograron ilusionar y mover emocionalmente. En un inicio, sin un programa definido, su narrativa y sus propuestas muestran radicalidad y valentía, poniendo el dedo en la llaga abierta de los grandes poderes y planteando propuestas de transformaciones básicas fundamentales. Ocurre que una vez nacido, Podemos no ganó. Y en el momento de ir aterrizando, dando forma programática a esas propuestas necesarias, construyendo proyecto y planteando un trabajo de largo aliento, las propuestas se fueron diluyendo y desdibujando en pos de un posibilismo transversal y un pragmatismo entreguista mediado por el cálculo de votos.
En definitiva, a los grupos de amigos e influencias, amores y desamores, batallas intestinas difundidas sin pudor en las redes, le acompaña una bajada constante de líneas bajo el mantra de la transversalidad, pérdida de la brújula política y mucho malabar argumentativo como excusa. El recorte de ideas, discurso y programa, puede condensarse en el refranero popular: donde dije digo, digo Diego porque Diego hoy dice más que digo. Y si no lo ves es que no sabes de política y comunicación para ganar. Así hasta llegar a la más bochornosa de las concesiones, ya no “para ganar”, sino para conservar nichos de poder personal: el pacto de coalición con el PSOE.
Uno de los principales partidarios de bajar líneas y traspasar límites fundantes fue precisamente Íñigo Errejón. Hábil, astuto y locuaz, basaba su argumentario en una corriente teórica del otro lado del charco. Gran parte de la dirigencia de Podemos se formó y tuvo como referencia a América Latina porque sus años de formación académica coincidieron con la época de ascenso del llamado ciclo progresista latinoamericano, proceso regional de gran importancia pero a la vez cajón de sastre con experiencias de todo tipo. El mismo Errejón realizó su tesis sobre el proceso de cambio en Bolivia. De poco les sirvió el fenomenal acumulado teórico y político latinoamericano de carácter marxista y combativo. Su principal referencia intelectual la encuentra en Argentina, encandilado con el peronismo progresista del teórico Ernesto Laclau y su compañera Chantal Mouffe. Compró los planteamientos posmarxistas del populismo y los significantes vacíos y trató de aplicarlos en Podemos. He ahí el mayor oprobio de Errejón al horizonte transformador.
Hay teorías que presentándose como transformadoras son tan inofensivas al sistema que acaban siendo funcionales. El mantra de los significantes vacíos se vale de categorías políticas ambiguas incorporándolas en el discurso supuestamente para construir hegemonía. ¿Qué tipo de hegemonía?, habría que preguntarse. Gramsci es otro de los grandes manoseados de la historia. En manos de esta corriente, muta en un Gramsci descafeinado y manso, despojado de su pensamiento revolucionario, de su filosofía de la praxis.
El discurso de la versión española de Laclau bebe de la ambigüedad ideológica del 15M y sus expresiones más difusas, manoseando aquella frase del “no somos ni de izquierdas ni de derechas, somos los de abajo y vamos a por los de arriba” o “más importante que la unidad de la izquierda es la unidad del pueblo”. Errejón cuestiona “el eje izquierda-derecha” definiéndolo como “lo viejo”. Un desdibujamiento de ideas-fuerza y conceptos históricos que acaba ocultando las relaciones de clase, sus antagonismos y conflictos.
De ahí a la “competencia virtuosa” con el PSOE había solo un paso. Un pequeño paso para la persona, un gran salto para el personaje. Por eso su insistencia tensando la cuerda con el sector de Pablo Iglesias para pactar con el PSOE, motivo por el cual aparentemente se quiebra Podemos, quedando fuera la corriente de Errejón, que instantáneamente monta su partido, Más Madrid y Más País. Los motivos eran otros, y tenían más que ver con una limpia de tipo estalinista del sector arrimado a Pablo Iglesias que con el propio Errejón. La cosa iba más de batalla intestinal y lucha de tronos. Lo denunció Carlos Fernández Liria en un texto que molestó sintomáticamente a Iglesias. Que no importaba tanto lo político quedó en evidencia cuando poco tiempo después Unidas Podemos no tuvo reparos en pactar con el PSOE para formar gobierno, aupando en sus horas más bajas al histórico Partido antiSocialista y antiObrero Español. En los primeros tiempos de Podemos, nadie hubiera osado siquiera plantear semejante cosa. Pero como Podemos nació para no ganar, ya no decimos digo sino Diego. En la coalición con la fuerza política que en sus orígenes definían como uno de los partidos del Régimen, se consolida el entreguismo histórico de Podemos.
Para la corriente de los significantes vacíos, existen conceptos viejos que restan más que suman, propios de “políticas de trinchera” de la “izquierda tradicional”. Para Errejón, la derrota histórica de la izquierda demuestra que hay que reinventar el lenguaje y el discurso dinamitando conceptos y categorías de vitalidad histórica y combativa. Sustituyéndolas por otras vacías y ambiguas que permiten resemantizar el discurso político para atraer y seducir a sectores amplios. Adoptar conceptos fetiche para crear emoción compartida. No es nada nuevo. El márquetin y la publicidad juegan a su manera con esto. Lo importante es conectar con el sentir de la gente dotando de nuevos sentidos a conceptos difusos para conformar identidad colectiva. Se pretende así crear nueva hegemonía. Ocurre que la identidad y la emoción, construida de esta forma, se parece mucho a sus significantes, y se parece mucho a la que construyen los actuales poderes hegemónicos. Estos atajos políticos pueden dar frutos electorales inmediatistas, pero a largo plazo, como se ha demostrado, los votos se esfuman en su vacuidad indefinida. Y lo peor, hacen un daño inmenso porque contribuyen al vaciamiento de contenido al que tanto empeño dedican los grandes poderes. Por poner un ejemplo, sustituir el antagonismo de clase por el de “pueblo-oligarquía”, tributa al espacio vacío de la política emocional del que se valen las expresiones neofascistas que hoy toman el relevo de estos paladines del pueblo. Paradójicamente, esta travesía lingüística que confunde lo “popular” con el “populismo”, huye con crítica mordaz de los viejos conceptos y categorías mientras tolera sin sonrojo los conceptos creados en los laboratorios de los centros de pensamiento de las clases dominantes, en especial de Estados Unidos, que inundan las universidades y las investigaciones académicas de todo el planeta.
Compartimos la crítica a la izquierda dogmática que insulta y desprecia a la gente por asumir el sentido común construido desde arriba. Muy habitual, también en sectores progres y socialdemócratas, eso de dar lecciones desde una atalaya político-elitista. Pero hay diversas formas de practicar eso, aunque el discurso simule lo contrario. Hacer política desde una atalaya es no hacer un carajo para construir poder popular, poder desde abajo, combatiendo el sentido común desde la teoría y desde organizaciones insertadas en él para transformarlo. Insertándose de forma abstracta y discursiva en el sentido común, éste te engulle y acabas reproduciéndolo, tolerándolo, siendo parte de él, jamás cambiándolo. El sentido común hegemónico, penetrado de la ideología dominante, es también nuestro sentido y se combate, entre otras cosas, identificando sus formas de dominación, reeducándonos colectivamente, desnudando tanto significantes vacíos como significados de clase, tratando de construir otros sentidos de clase, que solo pueden ser antagónicos al actual sentido hegemónico. Y para eso no podemos desechar la historia, el acumulado de lucha, la memoria popular.
Una cosa es el folklore y el autoconsumo de izquierda, que también vacía de contenido significantes históricos, y otra muy distinta renunciar a los referentes que construyen la identidad y el horizonte de las y los oprimidos. La corriente posmarxista a la que se suma Íñigo Errejón prescinde de los símbolos que condensan historia de lucha, pensamiento y emoción para crear identidad popular, y prescinde de categorías que ordenan nuestro mundo, que nos permiten comprenderlo y transformarlo, suplantándolas por otras inofensivas para el antagonismo social que origina nuestros males, porque en su discurso lo invisibiliza y en su quehacer convive con él y lo alimenta.
Lo nuevo no era tan nuevo. Nuevas caretas y formas que camuflan con mucha verborrea la coincidencia en la práctica con una vieja corriente política. Se llama socialdemocracia y encarna el abandono de la potencia popular y transformadora, la convivencia y connivencia con las relaciones sociales de opresión y la administración progresista del estado de cosas imperante. El cuento de la gestión amable del sistema con medidas sociales que en tiempos de crisis tratan de cambiar algunas cosas para que todo siga igual. Errejón era el niño mimado de los medios hegemónicos porque sus ideas y su acción tributaban a una corriente política domesticada. He ahí una conexión entre la persona y el personaje. Sin meternos a analizar las actitudes y el carácter tanto de la persona como del personaje público, que arrojan síntomas preocupantes desde el minuto cero. Insistimos, las actitudes prepotentes -podríamos decir patriarcales- y las líneas teóricas del “populismo progresista” no son patrimonio exclusivo de Íñigo y sus seguidores dentro de Podemos. Unas y otras son asumidas y practicadas, en mayor o menor medida, por Podemos a lo largo de su travesía. Recordemos aquello de “la casta”, luego abandonado en pos de políticas identitarias en su versión más elitista y de consumo. Mucha máscara y poco contenido. Mucha coyuntura y poca historia. Mucho discurso y poco proyecto. Mucha seguridad y poca cautela. Mucho ego y poca entrega. Mucho personaje y… en fin.
La política como ejercicio del poder individual, del poder que me da poder, que le otorga poder al Yo, es quizá el más viejo estercolero de la historia política de la humanidad. Pueden ser novedosos los envases y significantes vacíos con los que se camufla, pero el contenido, el significado, sabe a vino rancio.
Nos rasgamos hoy las vestiduras porque descubrimos que el propio Íñigo fue un significante vacío que colmó con la construcción mediática de su personaje. Pero, ¿no había señales que indicaran el abismo entre la persona y su máscara? ¿No había en lo político comportamientos de continuidad? En definitiva, ¿no pudo verse antes? ¿Tan bueno era el disfraz que ocultó los indicios políticos? ¿O se trata de otra cosa y resulta que el disfraz es colectivo?
La gravedad del caso Errejón no está en que sus hechos de acoso, agresión sexual y dominación psicológica calculada sean delito o no, cuestión que deberá dirimir una justicia que por otra parte sabemos patriarcal. La gravedad está en lo que deja en evidencia moral y éticamente. Está en el abuso de poder. Un poder que exige de toda la responsabilidad y honestidad habida y por haber. ¿Habría podido la persona hacer lo que hizo sin el personaje, sin el poder de la máscara?
Con el concepto de poder podríamos emular las preguntas que nos hicimos con las ideas: ¿qué tipo de poder? Poder privativo o poder compartido. Poder secuestrado o poder multiplicado. Poder de unos pocos o de las grandes mayorías. Poder representativo o participativo. Poder impostado o poder protagónico. Poder que explota y oprime o poder que libera de la opresión. Poder de las élites o poder del pueblo. Poder fálico o poder orgánico. Poder carnal o poder popular. ¿Poder para qué? Para beneficio individual o para despliegue comunitario. Poder como provecho o como servicio. Poder como fin o como medio. Poder para y por el poder o poder para transferir poder.
Seamos sensatos. La gravedad de este abuso de poder no está solo en que se trate de un representante político. La gravedad del caso Errejón, del que la derecha y sectores interesados se ensañan hipócritamente y sin reparo, se multiplica porque la incoherencia y el abuso se produce en nuestro campo, al menos así lo percibe el sentido común. Pero en este campo, definido tan ampliamente, nos guste o no, Errejón no es una especie única. Que la razón egoísta del actual modo de producción de cosas y sentidos penetra en nuestro territorio es cosa sabida. Que muchos irrumpen en este territorio para desplegar sus anhelos individuales depredadores, también.
Hay, especialmente en sectores urbanos medios, y especialmente en Europa, un tipo de militancia que concibe la política como una fiesta porque para su visión de mundo lo político no representa la lucha por la dignidad histórica de las y los oprimidos de la tierra; tampoco, como en otras latitudes, lo político es cuestión de vida o muerte; ni de resolver los problemas de las mayorías depende que se resuelvan los propios. La apropiación de lo político es la apropiación individual de un espacio común. La política muta así en postureo progre, autoempoderamiento e intelectualismo cool.
En un texto reciente sin nombres ni apellidos, el pensador José Manuel Naredo afirma que “la cultura occidental sigue proponiendo como algo universal e inamovible una idea tan mezquina y asocial de naturaleza humana que coincide con el perfil del psicópata integrado”, normalizándose este comportamiento de manera tal que “junto a esa idea perversa y equivocada de naturaleza humana surgió la idea de individuo concebido como algo al margen de la comunidad, que se supone capaz de segregar y priorizar la razón sobre la emoción y el interés propio frente a los vínculos afectivos y la inserción comunitaria”.
El caso Errejón nos sigue llenando de preguntas. ¿Es necesario practicar la política caníbal para acumular liderazgo? ¿Por qué nos seducen determinadas personalidades? ¿Por qué quienes se supone representan los más altos ideales utilizan su poder para beneficio propio? ¿Tenemos tan naturalizados estos comportamientos que no somos capaces de identificar su naturaleza malsana? ¿No se multiplican en nuestros entornos las incoherencias y los posibilismos? ¿No estaremos tolerando y reproduciendo los comportamientos de una sociedad enferma? De ser así, ¿No deberíamos enfrentar la contradicción para superarla?
Si algo enseña el fenómeno Errejón a quienes nos ubicamos sin complejos en la trinchera histórica de la izquierda -socialista, comunista, marxista o anarquista- es que necesitamos revisar nuestros modos de entender y practicar la vida y la política. Que es urgente abordar la cuestión ética. No solo del vínculo entre teoría y praxis. Es prioritario revisar nuestros marcos teóricos y pasarlos por el filtro de la ética y la acción combativa. Porque podría pasar, digo… podría, que estos comportamientos y corrientes teóricas, como ocurre con el patriarcado, estén más incorporados de lo que creemos en nuestros marcos culturales, en nuestros modos de hacer y pensar.
¡Ay, la política! ¿Qué es para nuestro campo la política?
Raúl García es maestro, antropólogo y comunicador de Vocesenlucha. Artículo publicado originalmente en Vocesenlucha.