Redacción •  Vivienda •  21/08/2023

«Construir Sindicato: hacia una nueva fase organizativa»

El Sindicato de Inquilinas de Madrid nació en 2017 con un claro objetivo en mente: construir una herramienta con la que luchar por nuestros derechos como inquilinas a través de la autoorganización y el apoyo mutuo. Llevamos 6 años en este proceso, 6 años de organización inquilina en los que hemos atravesado diferentes etapas y fases, pero siempre orientadas hacia nuestra lucha contra el rentismo y la especulación, centradas en disputarle espacios de poder a los caseros y el capital a través de las múltiples herramientas sindicales que hemos ido desarrollado en cada uno de nuestros conflictos colectivos. Sin embargo, estos años también nos han proporcionado numerosas lecciones y aprendizajes que nos han llevado a replantearnos el modelo organizativo que queremos adoptar, preguntándonos honestamente qué Sindicato queremos construir y cómo vamos a hacerlo.

Tras meses de debates, conversaciones y reflexiones, hemos recogido en este primer documento las premisas e hipótesis sobre las que basamos esta nueva fase organizativa en la que llevamos ya un tiempo adentrándonos, apostando por un sindicalismo de base con la mirada puesta en un sujeto político amplio. Entendemos el Sindicato de Inquilinas como una organización política con gran potencial para mejorar nuestras condiciones de vida y esperamos que estas reflexiones inviten no solo al debate, sino también a acercarse al Sindicato para seguir construyendo juntas el mundo que todas anhelamos.

«Construir Sindicato: hacia una nueva fase organizativa»

Vivimos en una larga crisis marcada por la sobreexplotación de los recursos naturales y del trabajo humano, que pone en peligro tanto la supervivencia del planeta como la dignidad de nuestra propia existencia. A quienes sufrimos las consecuencias más extremas de la degradación de las condiciones de vida, a quienes carecemos de poder, patrimonio, propiedad o privilegios para vivir con ventajas en el capitalismo, se nos invita (una vez más) a delegar nuestras esperanzas en el mercado —que distribuye y concentra la riqueza social en manos de unos pocos—, o en el Estado —incapaz de ser otra cosa que una herramienta al servicio de los más poderosos. La experiencia nos permite saber que sin organizaciones sociales autónomas capaces de generar espacios, reivindicaciones y luchas propias, la situación no puede cambiar a mejor, sino reproducirse o empeorar.

En este escenario de desigualdad crónica que nos despoja de la posibilidad de una vida digna para todas, avanzan las ideas reaccionarias, el individualismo feroz, las políticas de degradación de la vida urbana y los ecosistemas, y el autoritarismo de los Estados para regular las consecuencias de una crisis que es global y permanente.

La situación de la vivienda es una de las consecuencias de esa larga crisis, que va más allá de las crisis inmobiliarias recientes. Hace mucho que la vivienda dejó de ser el lugar donde vivir y se convirtió en una mercancía con la que obtener beneficio, mediante el alquiler o la deuda hipotecaria, a costa del trabajo o del salario de otros. El acceso a la vivienda se ha convertido en la clave del empobrecimiento de muchas y del enriquecimiento de otros1. Las luchas por la vivienda son luchas contra ese sistema de desigualdad y son, inevitablemente, luchas de intereses confrontados, una expresión de la lucha de clases.

El sindicalismo de base también busca dotarnos de una fuerza para determinar cambios sustanciales, partiendo del hecho de que el modelo económico se basa en nuestro expolio y que eso nos puede dar fuerza y capacidad de transformación si nos organizamos como sujeto colectivo.

El sindicalismo laboral surgió en el seno del conflicto histórico entre capital y trabajo, entre poseedores y desposeídos, y fue capaz de torcer el brazo al poder una y otra vez, hasta el punto de representar una alternativa al sistema capitalista, aportando formas de organización fuertes, estables y autónomas a las luchas por mejorar nuestras condiciones de vida. Siguiendo ese ejemplo, en el ámbito de la vivienda, el sindicalismo de base también busca dotarnos de una fuerza para determinar cambios sustanciales, partiendo del hecho de que el modelo económico se basa en nuestro expolio y que eso nos puede dar fuerza y capacidad de transformación si nos organizamos como sujeto colectivo.

Por eso defendemos la importancia de un Sindicato de Inquilinas que dé respuesta organizativa y sirva de encuentro en medio de la dispersión actual. Un sindicato fuerte y estable que asegure que la agenda de cambios respecto a la vivienda no venga marcada por intereses externos o ciclos electorales, sino por un objetivo común que combata los modelos actuales y proponga alternativas, y que será más determinante cuando tenga capacidad de establecer propuestas para la constitución de nuevas mayorías sociales a través de un proceso de organización y politización llevado a cabo por las propias inquilinas en conflicto.

I. De dónde venimos: la vivienda y las luchas por la vivienda

Durante el franquismo, España se diseñó como un país de propietarios2. A finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, la industrialización y el éxodo rural produjeron una situación de hacinamiento y chabolismo en las afueras de las ciudades. En un contexto de crecimiento del movimiento obrero y vecinal, el franquismo apostó por la construcción de miles de viviendas mediante un sistema público-privado que transfería enormes recursos públicos a promotores y constructores privados. Este es el origen corrupto de algunas de las grandes fortunas españolas. Sin embargo, el objetivo político de esas intervenciones públicas era transformar la forma de acceso a la vivienda de las rentas bajas como herramienta de moralización y disciplinamiento: una vivienda en propiedad, con la correspondiente deuda para pagarla, implicaba menos conflictos laborales —¿vas a arriesgarte a hacer huelga si puedes perder tu casa?—, así como un refuerzo de la familia nuclear y la división sexual del trabajo que encerraba a las mujeres en el trabajo doméstico, fomentando la creación de un “hogar nacional” que siguiera la moral de la dictadura y facilitara el disciplinamiento de la población. Todo se resume en la mítica frase del Ministro de Vivienda, José Luis Arrese: “queremos un país de propietarios, no de proletarios”.

Con la muerte del dictador, después de un corto ciclo de promociones públicas —luego privatizadas— derivado de luchas vecinales, se continuó favoreciendo la vivienda en propiedad, fomentando la construcción sin medida de vivienda privada y su creciente financiarización, mientras que el Decreto Boyer de 1985 liberalizó el mercado del alquiler para eliminar los contratos indefinidos, conocidos coloquialmente como renta antigua. Así, se dio comienzo a una serie de reformas encaminadas a fomentar burbujas inmobiliarias que han marcado nuestra historia reciente y que se llegaron a denominar “el milagro español”, centrado en la liberalización del suelo, la construcción sin límites y el excesivo endeudamiento de la población.

La crisis de 2008 hizo saltar por los aires ese “milagro”. Después de décadas en las que el valor de los salarios y las rentas del trabajo no hacían más que bajar, la economía española se sostuvo gracias al endeudamiento de las familias. En los siguientes años, centenares de miles de personas tuvieron que abandonar sus casas: los bancos les habían estafado y, además de perder la casa, seguían teniendo que pagar la deuda. En este contexto nació la Plataforma de Afectadas por la Hipoteca (PAH), que desde hace más de diez años ha planteado un conflicto que ha logrado múltiples victorias en torno a la crisis hipotecaria: miles de desahucios fueron parados en las mismas puertas, miles de viviendas fueron recuperadas de las garras de los bancos, y se construyó una gran legitimidad en torno al derecho a la vivienda. Si nosotras estamos hoy aquí, es gracias a ellas.

En 2013, las condiciones de acceso a la vivienda estaban cambiando: los bancos tenían una ingente cantidad de viviendas —consideradas activos tóxicos de los que tenían que deshacerse para sanear sus cuentas—, en un contexto en el que el acceso a las hipotecas se había endurecido. Fue entonces cuando por un lado se rescató a los bancos con la creación de la SAREB, y por otro comenzó la venta de vivienda a fondos buitres y grandes rentistas, que aprovecharon la situación para comprar viviendas a precio de saldo y ponerlas en alquiler, propiciando que los precios empezasen a subir como nunca antes. Este proceso no ocurrió por cuestiones naturales o inevitables, sino que fue el propio Estado —con el apoyo de las instituciones europeas— el que colocó una alfombra roja para que España continuase siendo el paraíso de la especulación3. De esta forma, comenzó a forjarse un nuevo ciclo inmobiliario en el que la explotación a través del alquiler sería una de las fuentes de “la recuperación de la economía”, es decir, de los beneficios de las grandes fortunas. En todo este proceso de reestructuración capitalista global, España jugó y juega un papel fundamental.

Con la subida de precios del alquiler llegaron las expulsiones de nuestros barrios, los desahucios invisibles, y los múltiples abusos a los que nos enfrentamos cada día quienes no tenemos una vivienda en propiedad. Si tenemos en cuenta el aumento de personas viviendo en alquiler, la falta de organización y derechos del inquilinato, y la ofensiva de los caseros por aumentar sus rentas —especialmente tras la llegada de los fondos buitre y de la expansión de las inmobiliarias como “intermediarios”—, nos encontramos con un contexto de pérdida de derechos y de empobrecimiento brutal de todas las clases populares, y en especial de aquellas que no poseemos una vivienda en propiedad, sectores altamente feminizados y compuestos principalmente por población joven, migrante y racializada.

La resaca de la crisis del 2008 nos ha dejado claro que no volveremos a una situación donde el horizonte sea tener una vivienda en propiedad, y somos cada vez más las personas para las que el alquiler es, actualmente, la única opción para garantizar nuestro derecho a la vivienda4. Para hacer frente a esta situación, en mayo 2017 se lanzó la iniciativa de construir tanto el Sindicato de Inquilinas en Madrid como el Sindicat de Llogateres en Barcelona.

II. hacia dónde vamos: profundizando la lucha

Este ciclo llegó para quedarse y parece evidente que la propiedad es un factor cada vez más excluyente en nuestra sociedad. La creciente ruptura de la sociedad de propietarios y, con ello, la idea de una clase media universal en el Estado español5, ha provocado que hayamos ido madurando tanto en el análisis del contexto como en nuestra forma de intervenir políticamente. Comenzando por la crítica a la especulación del mercado y a las subidas de precios del alquiler, hemos comprendido que necesitamos organizarnos de forma sostenida para ir más allá del contexto concreto y enfrentarnos al problema estructural. El sistema inmobiliario es uno de los pilares fundamentales sobre los que se sostiene el capitalismo contemporáneo y un elemento central de la reestructuración financiera desarrollada en los años posteriores al 2008. Ser inquilina es un conflicto en sí mismo que perpetúa el sistema de dominación.

Nuestro objetivo no puede ser generar unos cuantos conflictos para ganar legitimidad social y plantear cambios legislativos. Nuestra organización tiene que construir poder emancipador allí donde se genera el conflicto.

Por ello, nuestro objetivo no puede ser generar unos cuantos conflictos para ganar legitimidad social y plantear cambios legislativos. Nuestra organización tiene que construir poder emancipador allí donde se genera el conflicto: en las propias viviendas, en los bloques, en los barrios y pueblos, en los espacios donde se reproduce la relación social que llamamos capitalismo. Y esto es una tarea a largo plazo para la que debemos ir acumulando fuerza y generando estructuras estables en cada bloque y en cada barrio.

Somos conscientes de que desmercantilizar la vivienda no es posible dentro de los marcos del sistema de dominación actual y que, por lo tanto, no podemos afrontar el problema de la vivienda de manera aislada. Para ello, también es esencial construir alianzas entre las organizaciones sindicales y sociales que compartimos estos análisis, generando un nuevo polo social que constituya nuevos horizontes que surjan al calor de nuestras propias luchas. Necesariamente estas alianzas tienen que darse de forma diferente a la que se han venido dando hasta ahora —por ejemplo, a través de coordinadoras para reivindicaciones concretas—, para fortalecer las organizaciones existentes y plantear elementos que comiencen a superarlas, como pueden ser sistemas de doble afiliación, apertura de centros sociales de forma conjunta, o la creación de federaciones y redes de instituciones de contrapoder más amplias.

III. Cómo queremos construir el Sindicato: Hacia una nueva fase organizativa

1. Poner la acción sindical en el centro

El Sindicato nace con la idea de que para plantar cara al capital inmobiliario tenemos que organizar conflictos colectivos, en vez de ir solucionando caso a caso. Nuestra acción sindical se ha caracterizado por el uso de nuevas herramientas sindicales —como Nos Quedamos—, la organización de Bloques en Lucha y los conflictos organizados por propietario, orientados a conseguir negociaciones colectivas.

El modelo organizativos que hemos seguido —centrado en la asamblea inquilina— ha revelado límites de operatividad a la hora de potenciar la gran cantidad de conflictos, contra rentistas de todo tipo, que llegan al sindicato: dejándonos sin tiempo suficiente para desarrollar una visión estratégica y profundizar en la politización de cada uno de ellos, y propiciando que las soluciones sean pensadas por las personas más activas. Para transformar esta dinámica, creemos que es necesario redoblar nuestra apuesta por los Bloques en Lucha y llevar al Sindicato allí donde surge el conflicto, es decir, a los propios bloques. El objetivo es facilitar al máximo el proceso de organización del bloque que, en muchas ocasiones, hemos querido mediar poniendo más obstáculos que facilidades. Esto requiere de una constante formación sindical en cada bloque, fomentando y posibilitando la organización desde los mismos. Por ello, estamos desarrollando diversas herramientas en torno a las Brigadas Inquilinas, nueva estrategia de acción sindical que sigue una metodología concreta: mapeo de bloques, puerta a puerta, formación de delegadas de bloque, etc. Así, también seremos capaces de potenciar de diferente forma algunas de nuestras prácticas previas al introducirlas dentro de un método más sistemático que permita organizarnos a todas las inquilinas del mismo bloque.

La territorialidad es una de las claves para pasar a la ofensiva y generar comunidades en lucha capaces de politizar cuestiones más allá de la vivienda.

Además, para que una vez acabado un conflicto concreto no se diluya la organización y el vínculo con el Sindicato, apostamos por la territorialidad. El Sindicato abarca toda la Comunidad de Madrid, lo que se ha traducido en una alta capacidad para generar conflicto organizándonos por propietario —entre inquilinas que compartimos casero—, pero al mismo tiempo ha supuesto, en conjunto, una baja densidad organizativa. En estos años hemos comprendido que aunque es fundamental ir más allá de la organización barrial en una ciudad como Madrid, estar ancladas al territorio es esencial para construir una base fuerte y sostenible. Consideramos que la territorialidad es una de las claves para pasar a la ofensiva y generar comunidades en lucha capaces de politizar cuestiones más allá de la vivienda. Por ello, en esta nueva etapa, es una prioridad para el Sindicato y estamos desarrollando nodos que se centren en desplegar una actividad propia en su territorio, como ya está ocurriendo en Arganzuela o Ciudad Lineal. Apostamos también por el desarrollo de secciones sindicales de grandes propietarios que piensen y ejecuten estrategias con el objetivo de ampliar el conflicto y ser más las inquilinas las que pasemos a la ofensiva, con la mirada puesta en organizarnos no solamente a nivel regional sino también estatal e internacional. Este tipo de organización responde a una creciente concentración de la propiedad y de la gestión inmobiliaria, porque no debemos perder de vista la importancia cada vez mayor que tienen las agencias inmobiliarias como agentes que radicalizan el mercado del alquiler en beneficio de los rentistas. .

Si hoy lo que imaginamos y somos capaces de conseguir es que, a través de la organización colectiva, podemos frenar las expulsiones y subidas de alquiler, ¿por qué no empezar a imaginar, y poner en marcha, una acción sindical dirigida a organizarnos como bloque contra el rentismo, a dinamitar el rentismo inmobiliario como pulmón del capitalismo contemporáneo? Esto es lo que defendemos cuando nos proponemos que organizarse con el Sindicato sea sinónimo de mejorar nuestras condiciones de vida. Tenemos que tomarnos en serio la tarea de desarrollar otras tácticas teniendo como horizonte a medio plazo la convocatoria de huelgas de alquiler que nos permitan generar un poder propio que, a su vez, nos animará a imaginar y construir modelos de vida y vivienda alternativos en los que el rentismo y la mercantilización de la vivienda hayan sido abolidos.

2. Una organización estable y sostenible, de gran implantación y participación

Para avanzar en esta dirección debemos apostar por ampliar el sujeto de la lucha por la vivienda, lo que implica que todas las personas no propietarias nos organicemos. Necesitamos potenciar y politizar todos los malestares que sufrimos en torno a la vivienda, ampliando miras para incluir a personas jóvenes —que no podemos emanciparnos— o a personas migrantes —que sufrimos enormes trabas para acceder a una vivienda, muchas veces en condiciones nefastas—, pero también a quienes no se encuentran en la situación más grave. Creemos que este ha sido uno de nuestros principales límites en el movimiento por la vivienda de los últimos años, lo que se ha llamado sindicalismo de último recurso. La centralidad de la inmediatez de los problemas más urgentes nos ha impedido construir en el medio-largo plazo.

Para comenzar a cambiar estas prácticas, hemos decidido poner el foco en dos aspectos. En primer lugar, terminar con la diferencia entre afectadas y militantes que construye una barrera que nos retiene en posiciones estancas cuando no lo son. Aunque tengamos diferentes niveles de participación e implicación —y sin olvidar la importancia de la diversidad entre las personas que más participan— en el Sindicato todas compartimos la vulnerabilidad implícita de vivir de alquiler o no tener una vivienda en propiedad, que es en sí mismo el conflicto que nos hace sentirnos más fuertes siendo parte de esta organización.

En segundo lugar, para que el sindicato sirva como herramienta para mejorar nuestras condiciones de vida solo hay una vía: el conflicto con el rentismo. Esta tarea es la que requiere más imaginación porque supone el territorio más inexplorado. La última década nos ha dejado muchas imágenes de lo que significa un desahucio, pero aún no hemos extendido en el imaginario social la imagen de un bloque de viviendas que organiza una huelga de alquiler para mejorar sus condiciones, o un bloque que se declara en lucha para no ser expulsado de su barrio, o una inquilina haciendo Nos Quedamos porque se niega a aceptar una subida.

Para llevar a la práctica estas reflexiones y que no se queden en buenas intenciones, hemos tratado de adaptar algunas de las herramientas del sindicalismo revolucionario a la lucha por la vivienda. Consideramos fundamental dotarnos de recursos propios e independientes para crear una estructura estable y sostenible que nos permita desarrollar nuestra lucha, por ello consideramos clave la afiliación —que hace posible además nuestra caja de resistencia—. Pero lo esencial será que todas las afiliadas —con más o menos tiempo disponible, con más o menos experiencia previa— participemos activamente en el sindicato: organizando nuestro bloque, apoyando y acompañando los conflictos de nuestras compañeras, aportando análisis, ampliando el repertorio de herramientas sindicales, dando a conocer el Sindicato en nuestro barrio, participando en las Brigadas Inquilinas, en acciones y movilizaciones… dar a conocer el Sindicato en nuestro barrio, hacer acompañamientos,…. Sin estas dos premisas, será difícil construir una organización con una implantación y capacidad de acción determinantes. Pero también será fundamental otra tercera: dotarnos de una discusión política colectiva y conseguir que sea lo más participada posible, para evitar caer en las lógicas de la inmediatez y la autorreferencialidad.

3. ¿Y mientras tanto?

En un momento en que la crisis capitalista permanente agudiza las desigualdades en términos sociales, ecológicos y económicos, en el Sindicato de Inquilinas creemos que es necesario y posible dar un salto organizativo que nos lleve a una nueva forma de lucha de clases capaz de adaptarse a una coyuntura, tanto global como local, en la que la vivienda/mercancía es central en el régimen actual de acumulación de capital.

Somos conscientes de que el mundo que deseamos es muy diferente del que vivimos. No nos referimos solamente a la explotación que sufrimos cada día, sino también a las dificultades que encontramos para generar organización debido al proceso de individualización y precarización en la sociedad. Por ello, al tiempo que se impulsan procesos de transformación social y se levantan medidas de contención contra la acumulación de capital, necesitamos victorias que, aunque puedan parecer menores, son imprescindibles para reavivar y canalizar la rabia interior que todas acumulamos. En el Sindicato, sabemos que nuestro camino es arduo y por eso creemos que es importante aprovechar todas las herramientas a nuestra disposición que posibiliten una lucha en mejores condiciones, teniendo una mayor incidencia social, mediática e institucional.

Los rentistas llevan mucho tiempo organizándose en cámaras de propiedad, colegios de administradores, inmobiliarias y fondos de inversión para continuar enriqueciéndose a nuestra costa. El primer paso para afrontar la lucha por una vivienda digna —una vida digna— para todas, es construir capacidad de acción colectiva, formas de lucha y espacios de colectividad que nos permitan superar los marcos establecidos y organizarnos frente al poder desde la vivienda. Que no estemos solas sino organizadas ante la incertidumbre, la desposesión y la desigualdad, es la tarea del Sindicato de Inquilinas para disputarle espacios al poder.

Llevamos tiempo creciendo en todos los términos: conflictos, afiliadas, recursos, militantes… Creemos que todas y cada una de nosotras podemos aportar a la lucha que acabará con el rentismo para cambiarlo todo. Nos necesitamos más que nunca para hacerlo real.


  1. Para desarrollar más esta idea puedes consultar este libro.
  2. La historia de nuestro movimiento es más antigua, probablemente el ejemplo más famoso sea la Huelga de Alquileres de Barcelona de 1930, puedes leer más sobre esta experiencia aquí.
  3. Hablamos del conjunto de cambios producidos por la reforma de la Ley de Arrendamientos Urbanos de 2013, que redujo la duración de los contratos de alquiler a 3 años, la creación de las SOCIMIS, instrumentos de inversión inmobiliarias exentos de pagar impuestos y la venta de vivienda pública en la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid a fondos buitre.
  4. En este artículo podéis ver está idea más desarrollada.
  5. En el capítulo 5 de este libro puedes ver esta idea más desarrollada.

Sindicato de Inquilinas e Inquilinos /