Kepa Arbizu •  Cultura •  15/01/2024

“La sociedad de la nieve”, de Juan Antonio Bayona. La supervivencia como ejercicio colectivo

Retomando la historia conocida -y ya plasmada anteriormente en pantalla y papel- del accidente sufrido en 1972 por un avión que se dirigía desde Uruguay a Chile, Juan Antonio Bayona genera ahora una rigurosa y emotiva mirada sobre aquellos dramáticos hechos.

“La sociedad de la nieve”, de Juan Antonio Bayona. La supervivencia como ejercicio colectivo

Mientras que existen tragedias colectivas que mantienen una escasa duración -poco más allá de lo que tardan en ser sepultadas por las nuevas noticias de cada mañana- en la memoria emocional popular, otras consiguen, por una concatenación de diversos factores, instaurarse de manera indeleble en el recuerdo de diversas generaciones. Posiblemente para la expresión artísticas resulten más apetecibles aquellas que son susceptibles de ser rescatadas del anonimato, pero en el caso de Juan Antonio Bayona, su -acertada vistos los resultados- decisión ha sido la de retomar aquel accidente de avión fechado en 1972 que dejó a una tripulación, en su mayoría joven, abandonada en medio de la cordillera andina. Asumiendo el inevitable riesgo de caer en una formulación reiterativa o incapacitada para aportar nuevos matices a un pasaje ya trasladado a la pantalla y al papel, la opción del director catalán de escoger como guía el libro homónimo de Pablo Vierci, nutrido de las experiencias contadas en primera persona por los protagonistas y allegados, en detrimento del ejercicio más novelado llevado a cabo por Piers Paul Read y que inspiró a «Viven», la realización dirigida por Frank Marshall, en 1993 , le propicia un tacto más emotivo a una muy notable cinta tanto en su calado artístico como en el no menos trascendental envite humanista.

Las primeras y escuetas escenas de «La sociedad de la nieve», donde se refleja en su contexto deportivo a ese equipo de rugby uruguayo que como manera de confraternización decide organizar un viaje de placer destino a Chile, pese a su brevedad resultan los suficientemente aclaratorias a la hora de introducir el espíritu de la película, o mejor dicho en cuanto a mostrar cuál era la condición natural previa de unos jóvenes acomodados, competitivos e individualistas en el campo de juego y determinados a convertir sus carreras universitarias en la proyección de un futuro propio, planes que se verán subvertidos radicalmente cuando el avión en el que viajan colisiona. A partir de ahí, esa “sociedad” a la que alude el título tomará un doble significado: por un lado el de la constitución de un microuniverso donde toda norma moral anterior queda abolida en pos de la subsistencia y por otro el fuerte hermanamiento surgido entre los atrapados en la nieve.

Conociendo el currículum de su director, en el que se encuentran obras como”Lo imposible”, “Un monstruo viene a verme” o “El orfanato”, dicha historia encaja a la perfección en las constantes que han definido su filmografía, poblada de personajes atravesados por un hecho dramático que les obliga a reconfigurar su existencia. Una idea recobrada, pero, y aquí se encuentra la bienvenida novedad, esquivando a la perfección esa tendencia a la sensiblería que acababa por dominar la mirada de su cámara. Del mismo modo su habitual cota de efectismos quedará perfectamente acotada, ya sea en su trama como en el concepto global, llegando incluso a sobresalir el buen y comedido uso que hace de los elementos de acción y aventuras, que sin renunciar a la espectacularidad y la tensión, son tratados con mesura, sabedor de que la propia condición impactante de los hechos contiene el grado suficiente de intensidad sin necesidad de aditivos. Una ejemplar puesta en escena completada por una técnica audiovisual y un enfoque paisajístico majestuoso, transformando esos asombrosos parajes llenos de nieves y cimas inexpugnables en un enemigo a priori imbatible para aquellos jóvenes de ciudad, haciéndonos de esta manera «cómplices» de una culpable fascinación por ese entorno que no es si no el envoltorio de una más que probable lápida.

La cada vez más utilizada técnica de la voz en off, lejos de estériles y supuestamente revolucionarias formas de narración, va a constituirse como un inteligente, e intimista, vehículo para descargar a los personajes de ciertas cavilaciones o situaciones que podrían recargar el contenido, siendo igual de meritoria la idea de conceder esa palabra omnisciente a uno de los viajeros (Numa Turcatti) no pertenecientes, sólo en calidad de amigo, al equipo de rugby y reticente hasta el último momento a emprender dicho viaje. Personaje que en el doble rol que desempeña, carismático en su interacción con los compañeros y reflexivo en su relato, sostendrá una buena parte del pulso de la cinta. Pero sería contranatural a la propia esencia de la película señalar actuaciones individuales que, aunque identificativas en ciertos rasgos y especializaciones, no hacen ostentación de jerarquía alguna, paridad en cuanto a representatividad a la que contribuye un reparto (semi)desconocido y de nacionalidad uruguaya o argentina, un aspecto determinante a la hora de apuntalar el mimetismo con los protagonistas reales y de transmitir un sentimiento comunal, sin líderes ni rostros reconocibles, acicate del guion y de la fábula contenida en él.

Uno de los elementos que sirvió a esta tragedia para asomarse a lo más hondo de nuestra psique, fue desvelarnos de primera mano los episodios de canibalismo que se desarrollaron en aquellos interminables laderas. Un elemento morboso al que el ser humano no hace nuca desprecio y que sin embargo aquí es tratado con una especial delicadeza, trasladando al enfoque de la cámara el resultado de una diatriba moral que, aunque termina por aceptar la “profanación” de los cuerpos fallecidos bajo el único objetivo de encontrar algún sustento en su larga “estancia”, no deja de realizarse bajo una actitud renegada. Escabrosa determinación que no lo es tanto precisamente por la absoluta y acongojante verosimilitud con que observamos el paulatino deterioro, corporal y anímica, de unos personajes a los que sus labios amoratados, sus ateridas articulaciones y su endeble complexión cuesta situarlos en el plano de la ficción, aun siendo conocedores de los estragos que supuso el duro rodaje y que estamos frente a la producción española con un mayor presupuesto en la historia. Condiciones pecuniarias a las que es difícil recurrir cuando a cambio son capaces de hacer sentir al espectador, desde la cómoda butaca del cine o embutido en la manta que le arropa frente al televisor, ese paisaje helador y claustrofóbico, percibido como una angosta cárcel a pesar de la incalculable extensión al aire libre que ocupa.

Y es que «La sociedad de la nieve» es por encima de todo una película sensorial, tanto en lo que respecta a un ámbito intimista como externo, capaz de escapar de su esqueleto de celuloide y adherirse directamente a nuestro organismo. Porque aunque sabedores en todo momento del nudo y desenlace de los acontecimientos, las habilidades cinematográficas expuestas en estas más de dos horas de duración logran deshacer cualquier información previa instándonos a compartir la punzada por cada intentona de rescate baldía, a unir nuestras manos a las suyas implorando ayuda divina o llorar en una misma sintonía cuando aseveran que no existe mayor deidad que el compañero que vela desinteresadamente por uno.

Como bien se indica en un momento del largometraje, nada hay más voluble que el recuerdo del pasado, y más cuando éste es tan horroroso y quizás su alteración sea el único aliento para no volver a desfallecer cuando se recrean viejos fantasmas. A pesar de la inevitable incógnita que acompaña a cualquier episodio particular convertido en leyenda, del que sólo son conocedores los implicados, y quizás ni ellos completamente, Bayona se sirve de aquello que ha trascendido para entronizar la tenacidad humana, a modo de homenaje al encomiable ejercicio de supervivencia que supuso, pero también para describir la forma de relacionarse que se instauró en un lugar donde la esperanza escaseó tan rápido como los víveres. Y es que lo paradójico y verdaderamente estimable de la cinta es que en ese contexto, donde más que pasar los días se avanzaba hacia a una muerte anunciada, brotó un modo de confraternización rebosante de solidaridad, donde el ser humano descubrió -involuntariamente- en esa esencia más primigenia, y donde sólo existe una preocupación, la más importante, (sobre)vivir, que la única fuerza existente para mantenernos a salvo, incluso de todo aquello que parece un destino inevitable, es la resultante de observar las huellas dejadas en el camino por el prójimo como el rastro de un trayecto compartido.

Kepa Arbizu.


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