In dubio pro alius
Jesús Portillo y Rafael Báez* | Durante nueve meses va a gestarse en España un cambio direccional, que dará lugar al nacimiento de una nueva forma de entender la política en nuestro país. Los meses de marzo a noviembre, en los que tendrán lugar las elecciones municipales, algunas autonómicas y las generales, van a ser tiempos de bombardeo propagandístico electoral. Pero no es algo nuevo, ya que desde las elecciones al Parlamento Europeo del pasado año se viene prestando especial atención a los nuevos movimientos políticos que han ido surgiendo, fruto de las discordancias sociales con las clases dirigentes. La eclosión de nuevas fuerzas políticas, que nacen del enconamiento de la precariedad, supone una promesa incierta que debe definirse y posicionarse. El cansancio de los votantes, la desilusión y el resentimiento latentes en momentos de necesidad, la maraña de corrupción indiscriminada en sindicatos, patronales y partidos; así como la imperiosa necesidad de cambio o revolución, empujan a la sociedad a querer creer en nuevos iconos que de algún modo se diferencien de lo conocido.
Hasta ahora eran los actores principales del ámbito político los que causaban la desafección colectiva y la animadversión. La sociedad pide tener más voz y voto en todo lo que afecta a la vida comunitaria, así como en la participación interna de los propios partidos. Necesitan que se pase de esa democracia representativa -sólo hay que recordar el lema principal de muchos de los movimientos: “no nos representan”- a una más participativa. Y es en este nicho de población en la que los partidos políticos de nuevo cuño han visto su oportunidad, que es ofrecer a la gente lo que quiere, situándose de esta manera como una auténtica alternativa al bipartidismo presente en casi todo el territorio español. Sin embargo, debemos ser cautos y tener en cuenta aquella lapidaria afirmación que hizo el poeta italiano Arturo Graf: “la política es demasiado a menudo el arte de traicionar los intereses reales y legítimos, y de crear otros imaginarios e injustos”. Las mejores promesas son esas que se hacen desde la oposición, cuando aun no se tiene la potestad para cumplirlas y cualquier reproche sirve de arma arrojadiza. Siendo mayores las ganas de agradar y conciliar a una sociedad fragmentada, que los esfuerzos para diseñar un plan de regeneración viable, deben preguntarse los votantes si de hecho las supuestas alternativas políticas son una apuesta definida o una respuesta reactiva.
La ambigüedad que, en muchos casos utilizan los partidos políticos “de nueva generación”, hace que se abra todo un abanico de posibilidades a la hora de gobernar en las distintas Comunidades Autónomas y municipios. Si “el poder político es simplemente el poder organizado de una clase para oprimir a otra”, como decía Karl Marx, deberíamos preocuparnos por la definición de la identidad política del grupo al que votamos y ser conscientes de la variada casuística que puede tener lugar desde el voto en la urna hasta el nombramiento de los cargos electos. La inexistencia de un voto directo para elección de alcaldes y presidentes hace que, en un año electoral tan cargado y previsiblemente cambiante, los pactos de gobierno hayan de ser numerosos. Cada ciudadano vota una lista, sobre la cual los alcaldes y presidentes son elegidos en Plenos municipales, Asambleas Legislativas Autonómicas o el Congreso de los Diputados. La democracia representativa podría generar nuevos escenarios en los que gobiernos de coalición fueran decisivos en acuerdos mayoritarios puntuales.
La falta de concreción en un programa electoral sobre lo que se hará o no se hará una vez acaecidas las elecciones es alarmante, y máxime cuando, desde los partidos “de nueva generación” se propugna una total transparencia en cada una de las acciones tomadas. La creciente expectación de los votantes ante las estrategias de diferenciación o asimilación con las fuerzas ya conocidas del bipartidismo serán quizá las claves interpretativas de los resultados de los próximos comicios. Las campañas de desacreditación de las fuerzas hasta ahora mayoritarias, la focalización de la corruptela que hacen los nuevos partidos, la gestión de la imagen política, el paquete de medidas propuestas y la captación de los indecisos revelan claros indicios de la indefinición de los planes estratégicos. Esa falta de concreción, con la consabida pregunta del «¿qué harán?» realizada por muchos de los votantes indecisos, puede hacer perder peso a las nuevas formaciones. Ante esto, por regla general, no se atreven a hacer una manifestación tajante, que se ha ido moderando con el paso del tiempo, ante lo que se abre como una posibilidad de gobernar.
A fortiori, la ignorancia de los votantes sobre las coaliciones que pudiera llevar a cabo el partido al que vota, configura otra variable siempre abierta que no puede controlar. Muchos se plantean, más allá de la victoria del partido al que eligen, la posible elección de pacto que tomaría su partido si no consigue alcanzar la mayoría absoluta. Del mismo modo, otro grupo de electores sueña con la pluralidad parlamentaria resultado de una coalición obligada al repartirse los escaños de manera homogénea, lo que constituiría el verdadero espíritu democrático. Todo lo que se vaya a hacer en próximas elecciones afecta al conjunto estatal del partido. Lo que se haga en un municipio de 10.000 habitantes repercutirá en las elecciones generales. Es el doble filo de las campañas mediáticas y la proximidad de los medios informativos y sociales a los ciudadanos.
Finalmente estará en nuestras manos, como no podía ser de otra forma, el atender a las llamadas de pretendidas revoluciones, confiar en manifestaciones ambiguas o con declaraciones de buenas intenciones por parte de aquellos que después de tantos años piensan que aún no les conocemos por tratar de hacer algunas cosas buenas in fine; en el sprint final de este maratón que no es el ciclo político, sino la vida misma. Y, “como la dicha de un pueblo depende de ser bien gobernado, la elección de sus gobernantes pide una reflexión profunda” (Joseph Joubert), el colectivo de ciudadanos no queremos otra cosa que no sea lo propio garantizado por nuestra Constitución: nuestra participación en los asuntos públicos (art. 23), algo que los poderes públicos han de facilitar (art. 9.2), con el fin de lograr un pluralismo político real (art. 1.1). Aunque en la arena política el reproche sea con demasiada frecuencia el medio que gane votos, solo un proyecto que haya sido pensado para solucionar los problemas y no para ganar simpatizantes/militantes conseguirá arrancar el voto del indeciso que sabe que no se puede ganar el favor de todos.
*Rafael Báez Serrano – Profesor de Derecho en UNED Sevilla.
http://blogs.tercerainformacion.es/cincel/2015/03/02/indubioproalius/