El capitalismo se quita la máscara: El Invierno Rojo.
Hrod Mérida
Vivimos una situación de retroceso sin precedentes en los niveles de vida y las conquistas sociales. Este retroceso se plasma en lo material con la bajada drástica de los ingresos de las amplias masas de la población. Viene acompañado, a su vez, por una bajada drástica en el nivel de consumo y por una dificultad cada vez mayor en el acceso a derechos básicos como la vivienda, o el derecho al trabajo, que no es más que el derecho a la “subsistencia” dentro del régimen imperante de esclavitud asalariada que constituye la espina dorsal del capitalismo.
Esto, tiene su impacto en el plano ideológico. Hemos pasado por un período de triunfalismo, por parte del capitalismo, en el discurso dominante, como consecuencia de la disolución de los regímenes de economía burocráticamente planificada del el Este, bien caracterizado por ideólogos como el neoliberal Fukuyama con su célebre Fin de la historia.
Este discurso está comenzando a hacer aguas, ante los ojos de la gran masa de la población, con las embestidas de la crisis, que se traducen en una drástica caída de los niveles de vida, un empobrecimiento creciente y la falta de acceso a derechos básicos como la vivienda.
Sin embargo, nos vemos en el drama de que, mientras la ideología del sistema hace aguas, no existe a su izquierda ninguna gran ideología, ningún gran programa de cambio social bien arraigado en el ideario colectivo, bien ligado a las aspiraciones de las masas y entendido por ellas, con la perspectiva histórica de refundar las bases de la economía sobre otro modelo.
La situación es cuanto menos contradictoria. Carece de antecedentes en que se da a escala global, y se plasma, por un lado, en la ideología reaccionaria, sin base social real, salvo como falsa ideología para anestesiar a los niveles de conciencia más atrasados de las masas, de las altas clases dirigentes y buena parte de la “intelectualidad” que le sirve de mercenario ideológico; por otro, en la apatía reinante en todo lo que concierne a la vida política del grueso de la clase asalariada, la mayoría de la cual, a pesar de hacerle ascos a la política, continúa fluctuando a la hora de acudir a las urnas entre las grandes marcas bipartidistas que convergen entre sí en más de las 4/5ªs partes de su contenido económico.
Socioliberales y neo-cons, son ambas las dos caras más palpables de una misma ideología económica, basada en el máximo aumento de la tasa de ganancia sobre la base del aumento de la tasa de explotación, recortando gastos en todo lo que se refiere a la extensión social del Estado, y reforzando su papel de maquinaria de coerción. Son lo mismo.
Esto lo ha comenzado a comprender bastante bien la mayoría social del movimiento 15-M y de “indignados” a nivel mundial que, por primera vez comienza a popularizar entre el gran público, consignas de desprestigio hacia la casta dirigente, y a introducir elementos de denuncia estructural hacia todo lo que tiene que ver con el carácter profundamente antidemocrático, y autoritario del Estado y del sistema político.
Y es que, como venimos defendiendo históricamente los socialistas revolucionarios, contra todos los prejuicios “democráticos” propios de un ala bienintencionada de la intelectualidad de clase media, el gran abismo existente entre las capas populares, y la casta dirigente, se debe a que, lejos de ser una herramienta democrática, que exprese las aspiraciones del pueblo a través de los comicios electorales, el actual Estado-nación es poco más que una herramienta de dominio, represión, control y administración al servicio de ésta. Es aquel instrumento que se da para sí el conjunto de la clase capitalista, para resolver aquellos problemas que atañen a los intereses colectivos de su clase por encima de las divisiones reinantes entre distintas empresas, monopolios y competidores.
De ahí deriva todo lo que tiene que ver con el carácter represivo del Estado. Esta herramienta represiva, como no cabía esperar que fuese de otro modo, es casi siempre monopolizada por las dos o más grandes fuerzas políticas que se turnan cada pocos años en el ejercicio del gobierno, por la sencilla razón de que ambas cuentan con el apoyo económico, mediático, burocrático y financiero de las élites económicas. Por encima de diferentes disputas personales o de intereses entre facciones, y por encima del circo mediático, ambas o más grandes fuerzas políticas bipartidistas (u oligopartidistas según los casos), representan los intereses colectivos, comunes, de quienes les financian: el capital financiero.
De ahí derivan las bases socioeconómicas para el monopolio político del poder por parte de dos o más grandes partidos que representan, en lo esencial, las mismas políticas económicas.
De la misma manera en que, en virtud del régimen existente de propiedad privada, y de igualdad formal, pero no social ni económica ante la ley, la clase capitalista se procura para sí el control de los grandes medios de producción de la industria, de las grandes áreas de servicios, de los grandes medios de prensa y telecomunicaciones, de las aerolíneas y transportes… también se da para sí el control del Estado y la vida política.
Esto, debe hacernos tomar conciencia del verdadero carácter de dictadura social y económica de este sistema, y hacernos romper de una vez por todas toda ilusión vaga de aspiraciones “democráticas” dentro del actual sistema de derecho; en tanto no cuestione este, pilares básicos como la propiedad privada, o la palmaria desigualdad que emana de las fuentes mismas del derecho y que consiste en una desigualdad económica. Quien tiene el dinero, es libre de contratar mejores abogados y asegurarse una mejor defensa en un juicio, es libre de comerciar, de especular, invertir en bolsa y ser de esta forma partícipe de los resortes, de las grandes decisiones que se toman en la economía… Es libre de despedir, contratar, generar la opinión desde los grandes medios de prensa… presentar y dar a conocer a sus candidatos de cara a las elecciones… y controlar así, el contenido económico de las leyes, y las políticas de Estado, llegando a comprar, en última instancia, aquellos bienes de que el Estado va prescindiendo, abriéndolos a la lógica del mercado.
Este consenso bipartidista u oligopartidista, ha comenzado a presentar fisuras. Vivimos en una crisis generalizada del sistema capitalista vigente, que se traduce, por un lado, en el ataque generalizado a las conquistas y derechos básicos sociales de la población asalariada. Pero que se traduce, también, en el desprestigio abierto, de la política… que poco a poco, empieza a mostrar cada vez más su rostro más abierto de política por y para los intereses de unos pocos capitalistas. De Estado por y para la financiación de la deuda de los ricos, y la expoliación de los recursos de los pobres.
Poco importan, en el fondo, pues, que los gobiernos y partidos tienden a monopolizar las instituciones parlamentarias, y que deciden y ejecutan las políticas orientadas a una mayor y mejor explotación y coerción sobre los pobres, en el ejercicio del lucro por parte de los capitalistas, sean votados por nosotros; o designados a dedo desde una cumbre del Banco Central Europeo. Todo lo más, esto no hace sino llamar de una vez por todas las cosas por su nombre; eliminar la careta, arrebatar sin tapujos el velo “democrático”-abstracto que camufla y embadurna el carácter de dictadura social y económica capitalista del Estado, ante la gran masa despolitizada.
Contribuye, pues, a sentar las bases para la escuela de la lucha de clases entre las masas asalariadas de la población, quitando el antifaz a su enemigo y poniéndolo de una buena vez al desnudo.
Así, en un sector cada vez más amplio de la juventud y la masa asalariada, surge un sentimiento mayor de rechazo a las estructuras del régimen, del sistema.
La palabra régimen, deja de ser un término maniqueo, privativo de los ideólogos burgueses de la transición, para ser la tónica dominante de un sistema regentado por los grandes grupos de poder económico.
Este sector comienza a cuestionar instituciones como los partidos mayoritarios, la clase política o, cada vez, con menores tapujos, la dictadura social de lo que llaman “mercados”, el poder de grandes élites financieras, que controlan a las agencias de prensa y televisión, y a los partidos políticos mayoritarios, y elaboran todo tipo de leyes para coartar la partición de las opciones con propuestas políticas radicales, o alternativas a la lógica imperante del sistema; para proscribir, en una palabra, del grueso de las instituciones parlamentarias a los partidos con base obrera.
Vemos así, que la política se cocina desde determinadas instancias, por parte de un séquito de banqueros, socios y grandes accionistas de Sociedades Anónimas transnacionales, y dueños de medios de prensa.
Este este el poder al que debe atacar la juventud indignada y la clase trabajadora.
En una situación en que el capitalismo ha alcanzado un nivel de desarrollo industrial y tecnológico nunca antes alcanzado por la civilización humana, se disparan en el mundo subdesarrollado, y aun en buena parte del desarrollado, los índices de explotación, precariedad, insalubridad, hambre y miseria.
El capitalismo, rinde así, de este modo, honor a su carácter de maquinaria insaciable, que en su constante pugna por la obtención y concentración de poder y riqueza, en base a los beneficios, en torno a cada vez menos manos, termina expoliando y devorando las fuerzas productivas de la misma sociedad, que descansan sobre los hombros de los asalariados modernos, llevándolos a la extenuación y aun hasta al exterminio físico cuando comienzan a producir más costes que las ganancias que generan, y el capital, ya no los necesita, amenazando así, con convertirse en un constante foco de agitación.
Es sobre esta base que debemos contextualizar el actual proceso de post-industrialización, de destrucción y desinversión masiva en ramas enteras de la industria, generando la destrucción masiva de puestos de empleo.
Las instituciones están tan unidas a los grandes grupos de poder económico, que casi no permiten el menor resquicio para que las clases subalternas, grupos de oposición al régimen, u organizaciones con capacidad de defender los intereses de las masas explotadas, tengan opción de expresar políticamente su descontento, o desarrollar ajenas a la lógica depredadora del sistema.
Semejante situación de asfixia política y económica, en la mayor etapa de decadencia conocida del capitalismo, hace necesario un cambio drástico.
Dicho cambio, debe pasar por elaborar una obra consciente, de refundar las bases de la economía sobre otro sistema, cuya lógica no sea la máxima obtención de beneficios, sino el satisfacer las necesidades y aspiraciones sociales y humanas.
¿Qué nombre debemos darle? Eso lo decidirán próximos ciclos de luchas. Pero podemos retomar algunos referentes del pasado cercano.
Referentes históricos que nos hablan de la rebelión de los hambrientos, de la emancipación de los esclavos asalariados modernos, de la llegada al poder de los exprimidos.
Epiodios como el ciclo clásico de revoluciones obreras que va desde la Comuna de París de 1871, el primer episodio en la historia en que los hambrientos, los exprimidos, se hacen en bloque con el control de la maquinaria de Estado, demoliendo desde sus cimientos el viejo orden y tipo de Estado al servicio del control, gestión y represión por parte de una minoría adinerada, para sustituirlo, en su lugar, con una nueva clase de maquinaria política, basada en asambleas que van desde los barrios y fábricas hasta los centros de las ciudades, apta para la participación de las amplias masas de la población en la vida política. Este nuevo tipo de ente político, no fue llamado gobierno, fue llamado Comuna.
Un ciclo que pasa por la oleada de revoluciones soviéticas en Europa del Este y Central, cuya obra más culminante es la Revolución de Octubre de 1917, en que por primera vez, las masas asalariadas y campesinas se hacen con el poder de la maquinaria de Estado no en una sola ciudad, sino en los vastos territorios de todo un Imperio, concediendo el derecho de autodeterminación a las nacionalidades oprimidas y elevando a organismos de control y gestión democrática sus propias organizaciones asamblearias, los Soviets, constituyendo una Federación de Repúblicas Socialistas en lo que antes era Rusia.
Este ciclo, llega a su momento culmen tras la subida y afincamiento del stalinismo en el poder, con el sometimiento de la III Internacional a las directrices del Kremlim y la derrota, planificada, de los procesos de revolución obrera en China en 1927, Alemania desde 1923, hasta la llegada al poder del Fascismo en 1932, facilitada por la decisión del KPD de no pactar, bajo el menor concepto, un Frente Único con la socialdemocracia, y en España, en el ciclo iniciado por la proclamación de la II República, la insurrección y represión de Casas Viejas por la coalición republicano-socialista, la represión de la Revolución Asturiana de 1934 bajo el gobierno reaccionario de la CEDA con el abandono de las direcciones reformistas del PSOE a nivel estatal, y el golpe de Estado, insurrección obrero-campesina y guerra civil, desarme por retaguardia (sucesos de Mayo) y destrucción militar por vanguardia de las fuerzas obreras, en el contexto de la Revolución Social Española de 1936.
Mientras vemos, a un 15-M de críticas abiertas y despiadadas pero alternativas, programa, tácticas y planteamientos confusos, entrar en declive, nuevos movimientos sociales, sindicales y obreros, comienzan a tomar su lugar en la palestra pública. Son las nacientes oleadas de lucha obrera, por parte de sectores de base del sindicalismo y la clase trabajadora: reacciones como las de los trabajadores de la sanidad y enseñanza, y estudiantes de enseñanza media y superior (huelga del 17-N), en defensa del interés público.
Fruto de esto, son episodios como las últimas semanas de movilizaciones en la enseñanza pública y la sanidad en diversas comunidades autónomas, en el Estado español. En la palestra internacional, vemos a su vez fenómenos como las oleadas de huelga general autogestionada al margen de las burocracias sindicales en Grecia, o la huelga general del sector público de Gran Bretaña, sin duda la más importante desde la Huelga General de 1927, hechos todos estos, sin precedentes, desde la Gran Depresión y la II Guerra Mundial, exceptuando quizá, el Mayo Francés en Europa, y la batalla de los Cordones Industriales, bajo el gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende en Chile (1969-73).
Asistimos, por otro lado, al nacimiento de procesos revolucionarios en todo el Norte de África y Oriente Medio. Episodios como las revoluciones inacabadas de Túnez y Egipto, que luchan ahora por derrocar a la Junta Militar post-Mubârak, y a los gobiernos formados por antiguos elementos asociados a la dictadura; o el estallido de revueltas populares contra los regímenes en los países de Libia, Siria o Yemen, que generaron fuertes convulsiones y divisiones entre las mismas bases y aun en la jerarquía del ejército, conduciendo en muchos casos, como el de Libia, o amenazando, como en los de Siria o Yemen, con la perspectiva de la guerra civil; procesos estos que planean ser hábilmente desviados y controlados desde adentro por toda un ala de la oligarquía en estrecha colaboración con el imperialismo, con ayuda de la intervención, vía bombardeos aéreos, de las potencias capitalistas intervencionistas, en torno al eje Francia-Gran Bretaña-EE.UU.-España y, recientemente, Italia, en clara disputa con el bloque Alemania-Rusia-China-India-Irán-Bloque del ALBA.