El Cincel •  02/08/2015

La absurda necesidad de publicitarse

Jesús Portillo | La bisagra entre el siglo XX y el XXI ha inaugurado un modelo de comunicación basado en la telemensajería, la publicitación de la vida privada como herramienta de mantenimiento de la autoestima y el consumo de aplicaciones móviles. La compulsiva necesidad de compartir in situ las experiencias con la comunidad de seguidores de las redes sociales está destruyendo la espontaneidad de las vivencias al verse interrumpidas por la captura y la retransmisión de estas. Si no tienes pruebas de haber disfrutado, no es suficiente. Parece que debemos entregar a los demás testigos de la felicidad que experimentamos porque de lo contrario no tiene validez para nosotros mismos. Pueden alegarse diversos motivos, pero esta obsesión cada más frecuente de mantener un diario público y detallado de todas las actividades que construyen una imagen social exitosa tiene sus contras. Además de acabar con la privacidad de las rutinas y exponerse a que desconocidos puedan seguirte y conocer intimidades, están construyendo una identidad digital que perdura en servidores privados y como tal puede venderse a terceros y ser utilizada con intenciones varias. En segundo lugar, la experiencia deja de tener un carácter identitario e intransferible debido a la importancia que se le concede a la aprobación de los contactos. Negar esto supone rechazar la tendencia de no subir información que no interese o sea refrendada por la comunidad en la que se publica. ¿Por qué publicar a cada instante lo que se hace? Supone una gran inversión de tiempo en detrimento del ocio, a menos que concibamos como ocio el hecho de compartir imágenes y videos de lo que hacemos. Si fuera así, cada vez viviríamos menos y publicaríamos más, hasta llegar a un punto en que lo publicado sería ciencia ficción y no un relato biográfico.

Las redes sociales han dado voz a cada uno de los usuarios registrados. Lo que para unos ha sido un avance notorio en la participación democrática en cualquier asunto, para otros ha supuesto la oportunidad de acentuar su narcisismo. Las comunidades virtuales custodian miles de galerías de trofeos, de momentos (reales o simulados) de éxito que enseñar a los demás. Está claro que no todos sienten la necesidad de exhibirse o demostrar algo a sus círculos, lo cual hace que el resto de usuarios usen estas plataformas como medio de interacción social o para intercambiar información (conocimientos, negocios, etc.). El refuerzo de la autoestima cumple un papel fundamental en todo esto, ya que las propias redes sociales han incorporado herramientas para comprobar la aceptación de la información compartida (likes, retweet, share, etc.). Muchos usuarios terminan realizando una escala en la desnudez de su intimidad para mantener su popularidad, el número de seguidores o para sentirse aceptado por su entorno virtual. La progresiva sustitución de las relaciones sociales en vivo por la construcción de una programación de ocio para los demás lleva consigo un desgaste vital que a medio o largo plazo termina siendo insostenible (como ya han reconocido públicamente algunos de los youtubers más conocidos).

Figurín y publidad - Emilio Freixas

Basta con observar las publicaciones y los comentarios de los usuarios para poder esbozar un conjunto de perfiles definidos. Desde la gente que utiliza las redes para compartir sus penas y encontrar refugio en los demás (en lugar de hacerlo en privado y de forma controlada), pasando por las que construyen una imagen a medida de su deseos (distanciándose a veces demasiado de la realidad), aquellos que se suman a la moda de no respetar la intimidad de sus hijos (exponiéndolos sin necesidad y creando una huella digital que les repercutirá en el futuro), hasta los que pretenden crear tendencias de estilo. No debería restringirse en absoluto el uso de estas herramientas siempre que no perjudique a terceros, pero sí deberían las familias involucrarse en la formación del buen uso y los riesgos que conlleva usar de manera inconsciente las redes sociales. El caso de los millones de menores de edad que usan estas plataformas y que publican todo sobre su vida es un problema hasta ahora no abordado de forma coherente. Los formularios de registro de las redes sociales no son capaces de verificar la edad de los usuarios, exigiendo un supuesto nombre real que solo se controla con una base de datos de nombres de hombres y mujeres. La necesidad de publicar compulsivamente todo lo que se hace salta a las nuevas generaciones y puede que no sean capaces de discernir qué es adecuado y qué no. Este problema afecta a personas de todas las edades, pero con la intención de proteger la integridad física y emocional de los adolescentes deberíamos hacer un esfuerzo de concienciarlos.

No quisiera dejar en el tintero el impacto que tiene la constante interrupción (para publicar información) en las conversaciones y en el disfrute de los espectáculos. No cabe duda de que repartir la atención en varias tareas hace que mengüe la intensidad con la que vivimos cada una de ellas, focalizando siempre en una y reduciendo en las otras. El afán de compartir (en lugar de vivir) las experiencias lleva a la gente a no disfrutar un concierto o una obra de teatro por estar prestando atención a la cámara de su móvil para mantener el encuadre. En las conversaciones y comidas de amigos ocurre lo mismo, siendo más importante la photo-finish del evento que la reunión en sí. Por último, como muestra de la ironía y el atrezo de este espectáculo, quisiera mencionar la comercialización de los “brazos selfie”. Se trata de un palo para hacerse autofotos que por un lado tiene un asidero para la cámara y por el otro un brazo de maniquí vestido para simular que alguien te está cogiendo la mano. Al final, como decía Marco Tulio Cicerón, “todas las cosas fingidas caen como flores marchitas, porque ninguna simulación puede durar largo tiempo”. No podemos pretender que los adeptos a estas prácticas reconozcan el perjuicio que les causa, ya que presentarán justificaciones de todo tipo; lo que sí podemos pretender es que al menos lo hagan de manera consciente, que al fin y al cabo en eso consiste la libertad.

http://blogs.tercerainformacion.es/cincel/2015/08/02/la-absurda-necesidad-de-publicitarse/


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Jesús Portillo Fernández

§ Doctor en Filología e investigador del Área de Lingüística en la Facultad de Filología en la Universidad de Sevilla.

§ Miembro del Grupo de Investigación de Lógica, Lenguaje e Información de la Universidad de Sevilla (GILLIUS | HUM-609).

§ Colaborador internacional en Centro de Filosofia das Ciências da Universidade da Lisboa.

§ Colaborador en Centro Cervantes - Refranero multilingüe (CVC).

§ Columnista en prensa digital sobre problemas humanos y concienciación social.

 

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