El Cincel •  04/04/2015

La irónica lucha contra la incultura

La irónica lucha contra la incultura

Jesús Portillo | Decía el estadounidense John Ernst Steinbeck que “por el grosor del polvo en los libros de una biblioteca pública puede medirse la cultura de un pueblo”. Podría parecer por los programas de telebasura con índices líderes de audiencia que toda España es un país de ignorantes. Afortunadamente, ni los libros de la biblioteca acumulan polvo, ni la cultura de un país se mide solo por sus índices de audiencia. Desde hace ya tiempo, se le lleva poniendo trabas a la cultura de diferentes maneras: impuestos elevados, emisiones en horarios nocturnos, falta de patrocinio, ataques a la educación pública y gratuita, generación del desinterés mediante imágenes tergiversadas de la cultura, dar igual o mayor audiencia a un ignorante que a un experto, etc.

Debería resultar igual de absurdo ver a un “tertuliano” y a un periodista participando en un evento periodístico, que ver a un carnicero y a un cardiólogo postulando propuestas quirúrgicas en un congreso internacional de cardiología. Sin embargo, cualquier persona afamada (accidental y eventualmente gracias a vender su intimidad) es contratada para opinar sin fundamento ni formación alguna sobre cualquier tema que se ponga sobre la mesa de un debate. En 1934 el compositor argentino de tangos Enrique Santos Discépolo ya advertía en su canción Cambalache: “todo es igual; nada es mejor; lo mismo un burro que un gran profesor. No hay aplazaos, ni escalafón; los inmorales nos han igualao”.

La cultura puede producir beneficios, pero innegablemente supone una significativa inversión, no debiéndose concebir solo como un negocio. Al proyectar una imagen simplista y pragmatista de la cultura y de la importancia del conocimiento, estamos propiciando solo la inversión de medios (por parte de las instituciones y empresas) y de esfuerzo (por parte de los particulares) en aquellas actividades que generen beneficios a corto plazo. De ahí la cultura de la incultura y el deseo de participar en reality shows o tertulias en las que se cotice la grosería y el descubrimiento de la morbosa intimidad de los personajes de moda. A causa de esto, los juzgados se llenan de demandas, los bolsillos de billetes y la conciencia colectiva de varias lecciones de inmoralidad profesional: “son mayores los beneficios de la venta de un escándalo ajeno que la indemnización impuesta por el juez al haber difamado”, “estudiar y tener oficio no es rentable”, “compensa más criticar que proponer”, “la popularidad no se alcanza con el esfuerzo, sino con el escándalo y el escarnio público”, “los gritos se imponen a los argumentos”, “respetar el turno en la conversación es cederle indefinidamente al otro la palabra”, etc.

El hada ignorante - René Magritte

Este caldo de cultivo tiene su origen en una variada y extensa colección de errores de base, entre los que destacaría: falta de reconocimiento, medios y salarios a los intelectuales; pago de sueldos desorbitados a gente sin formación que alimenta el circo de la violencia verbal, falta de programas de concienciación ciudadana sobre la importancia real de los profesionales cualificados (muchos de ellos imprescindibles), falta de regulación en el mercado laboral a la hora de exigir los requisitos de un empleo y descontrol del tráfico de influencias a la hora de encontrar trabajo (el tradicional enchufismo). Otro factor que sirve de agravante, a pesar de formar parte del negocio producido por la cultura, es la incontestable nómina de algunos deportistas, correspondientes a los ingresos millonarios que producen.

Cuando utilizamos la palabra “cultura” nos referimos al conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.; o al conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico. Sin embargo, ¿cómo puede desarrollar alguien un juicio crítico y sensato sobre la importancia real de los diversos oficios cuando los investigadores que salvan millones de vidas ganan entre 20 y 30 veces menos que un colaborador de éxito de televisión sin estudios primarios? Es obvio, la respuesta lógica ante este panorama es “no tiene sentido invertir tanto tiempo, esfuerzo y dinero en formación”.

Desde un punto de vista social, los modales son vistos como un impedimento para ser aceptado en muchos entornos en los que la violencia verbal actúa como ligamento entre los miembros del grupo. Un mundo en el que los conocimientos han perdido su valor al pensarse que basta con rescatarlos de una base de datos cuando sea necesario, efectivamente, no es capaz de distinguir “información” y “conocimiento”. ¿Qué expectativas de crecimiento cultural puede tener un país que acepta impuestos cinco veces mayores a la cultura que al porno o las embarcaciones de lujo? Recapacitando sobre estas cuestiones se entiende que muchos quieran hacer desaparecer de las aulas las asignaturas de filosofía, ética y ciudadanía. Si erradicamos la fuente de reflexión aumentamos el conformismo y la dependencia, disminuimos el peligroso juicio crítico y fomentamos la parte rentable de la cultura. Pese a todo, “los cántaros, cuanto más vacíos, más ruido hacen” (Alfonso X el Sabio), quizás por esta razón parece que todos somos incultos, cuando otros muchos no hablan si no pueden mejorar el silencio.

http://blogs.tercerainformacion.es/cincel/2015/04/05/la-ironica-lucha-contra-la-incultura/


El Cincel  / 

Jesús Portillo Fernández

§ Doctor en Filología e investigador del Área de Lingüística en la Facultad de Filología en la Universidad de Sevilla.

§ Miembro del Grupo de Investigación de Lógica, Lenguaje e Información de la Universidad de Sevilla (GILLIUS | HUM-609).

§ Colaborador internacional en Centro de Filosofia das Ciências da Universidade da Lisboa.

§ Colaborador en Centro Cervantes - Refranero multilingüe (CVC).

§ Columnista en prensa digital sobre problemas humanos y concienciación social.

 

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