El hembrismo, ¿una respuesta irracional de balance histórico?
Jesús Portillo | ¿Qué es el hembrismo? Es una palabra, que a día de hoy, no aparece en el diccionario de la Real Academia. Sin embargo, es una postura vital hacia los hombres que nace, al menos en su denominación, como antónimo de la palabra “machismo”. Como cualquier otro tipo de discriminación, el hembrismo tiene su origen en la lucha irracional y generalizada contra un colectivo que no se percibe como un conjunto de individuos, sino como un conglomerado homogéneo. El hembrismo y sus variantes radicales, como las conocidas “feminazis”, no son más que la manifestación de la androfobia (la aversión obsesiva hacia los hombres). Lo que en principio pudiera parecer la equivalencia o el contrapeso del machismo en los varones, se ha convertido en una batalla justificada de diversas formas. Uno de los argumentos más utilizados es la “justicia histórica”, hacer pagar a los hombres todo el daño que ha hecho su sexo a lo largo de la historia. Nada más lejos de la justicia está la imputación de una persona por los daños causados por otra. Sin embargo, esta especie de desquite parece aliviar la rabia de muchas hembristas como si se tratara de la reconquista de estatus, roles y derechos no concedidos en otros tiempos. Otro argumento despreciativo e injustificable es la “no necesidad” del hombre en el mundo actual. Un falso motivo que instrumentaliza a los varones como herramientas obsoletas para la construcción de un mundo que no se quiere.El hembrismo se alimenta del resentimiento de aquellas mujeres que han sufrido de algún modo la minusvaloración, el aislamiento, el desplazamiento o la vejación por parte de uno o varios hombres. No obstante, sus adeptos habitualmente no han sido víctimas de segregación o daños colaterales del machismo, sino combatientes o justicieros que terminan abriendo otra brecha en lugar de subsanarla. Cuando una mujer se declara feminista quiere decir que está buscando la igualdad real, no hacer tábula rasa y demoler a la ciudadanía masculina. El hembrismo, visto desde su causa, tiene la virtud de unir a personas precisamente para lo contrario, separarlas de otras. Jacinto Benavente dijo a principios del siglo XX: “más se unen los hombres para compartir un mismo odio que un mismo amor”. Y en este caso es así, solo que se trata de mujeres odiando exacerbadamente a hombres. El hembrismo tiene su cantera en mujeres rechazadas o dañadas emocionalmente, en una mal entendida homosexualidad (que nada tiene que ver con el amor homosexual entre mujeres, sano y pleno) que percibe a los hombres como competencia despreciable, en casos de frustración resultado de impedimentos machistas, etc. La generalización, en cualquier caso y debido a cualquier razón, es absurda, cuanto más si se le aplica a generaciones incluso venideras.
Un tercer argumento utilizado para persuadir a sus practicantes es “estás contra ellos o contra nosotras”. Proponer semejante disyuntiva fuerza, de forma falaz, a hacer un razonamiento excluyente basado en traducir la tolerancia a los varones como el ataque a la dignidad de la mujer. Finalmente, las personas que promueven el desprecio a otras, terminan despreciando a cualquiera que no comparta su punto de vista; y esto sí que no se puede defender de ninguna forma. Friedrich Nietzsche decía que “no se odia mientras se menosprecia. No se odia más que al igual o al superior”. El hembrismo es consecuencia de un sentimiento de inferioridad no resuelto. Nadie puede decir que los motivos que utiliza el hembrismo para hacer campaña no sean reales (defensa de la dignidad de la mujer y responder al resentimiento acumulado por el menosprecio de su sexo), lo que no es real es dictamen sancionador a los hombres educados en la igualdad.
Son muchas las estrategias, afortunadamente cada vez más investigadas con atención, que se ocultan para incriminar a hombres inocentes en procesos penales. Falsas denuncias de malos tratos (con lo delicado y serio que es la violencia de género que causa miles de muertes de mujeres al año a manos de sus parejas), falsas declaraciones de bienes para desplumar económicamente a su expareja, utilizar a los hijos como vía de reembolso, etc. Debemos cuidar que la igualdad sea bidireccional, igualdad real como base de un modelo de vida equilibrado entre sexos. No podemos estar combatiendo las miserias del machismo y al mismo tiempo caer en el polo opuesto, irracional en igual medida. El hembrismo propone dar a luz un nuevo modelo de humanidad en la que los varones queden relegados a ser reses de carga y empuje, una especie de ganado inferior utilizado en sociedades matriarcales y excluyentes. ¿Qué modelo de ética quieren legar a las generaciones futuras? ¿Cómo se puede pedir respeto faltando el respeto a los demás? ¿Cómo se concibe la igualdad cuando no hay otro grupo al que equiparse?
La activista y política estadounidense Angela Yvonne Davis proponía hace unas décadas una pregunta que deberíamos hacernos todos: “¿Por qué aprendemos a temer el terrorismo, pero no el racismo, no el sexismo, no la homofobia?” Al fin y al cabo, el hembrismo es un neologismo para nombrar coloquialmente la “misandria”, otra palabra aún no aceptada por los académicos de la lengua, odio generalizado a los hombres. Se trata de una realidad que ha emergido desde la oscuridad y la premeditación, se ha ocultado desde la vergüenza masculina de denunciarlo públicamente y se está haciendo grande como cualquier aversión; gracias a la tolerancia de la comunidad. Ser mujer, obviamente, no implica odiar a los hombres.
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