«La palabra subversiva, o la potencia de nombrarse para desalambrar»
El otro día leí un breve concepto que me pareció sumamente esclarecedor.
Lo escribió alguien a propósito de la presentación de un libro de historia.
Decía: “Nombrarse es desalambrar”.
En ese mismo sentido, podríamos expresar que lo que se nombra, adquiere un contenido único porque desmaleza lo que no se nombra.
La palabra es mucho más que un símbolo; es la posibilidad de hacer visible lo invisible.
Hoy, que todo es imagen, cabe reflexionar sobre el significado de lo que se nombra como elemento de comunicación, pero además, de quebrar el silencio de lo que, pareciera, no existe.
Y ahí está la palabra para nombrar y nombrarse.
A su vez, resulta necesario que lo que se nombra sea un contenido con potencia, con sentido, para desalambrar lo que está sujeto.
Cualquier palabra dicha no puede desalambrar; es ahí donde los seres que bregamos por un mundo más justo, igualitario y diverso redoblemos la apuesta no tan sólo para nombrarnos, sino para subvertir lo establecido por el oscuro poder.
Si la palabra es leída o escuchada, cada uno la asimila con su tono propio y le da una significación a la altura de la historia personal del que lee.
La modulación corre por cuenta del que habla, pero de igual manera, es recibida con los valores y sentidos del que escucha.
Hoy en día, es común que muchos sintamos que nos han arrebatado ciertas palabras: libertad, por caso, o democracia. Y esto es parte de una batalla cultural más profunda en donde nos han cambiado los roles.
Para los ultras, por caso, la democracia progresista es sinónimo de tiranía, y la libertad es la que ellos pregonan, condimentada con elementos xenófobos y supremacistas.
En tiempos depredadores, la palabra adquiere mayor importancia porque desde el poder se atenta contra ellas, que nacieron libres y tienen vuelo propio.
Por eso se silencian voces en los medios.
No es casual que entre los miles de despedidos, los que trabajan con la palabra ocupen un lugar no menos importante.
No sorprende que los que tenemos, todavía, un micrófono a nuestro alcance, o una computadora, tengamos cada día más dificultades en llegar al oyente o al lector; las razones económicas también son formas de limitar la palabra; aun así, siempre hay corredores para hacer circular la voz y compartir lo que se nombra.
La palabra liberadora siempre encuentra su lugar en el mundo para llegar, incluso, en idiomas que no entendemos, pero el símbolo, lo nombrado, hace su aparición en medio de la desaparición que fomenta el sistema.
Por eso es habitual encontrar en las cárceles, paredes escritas con consignas, retazos de canciones o poemas.
De hecho, en las cárceles o centros clandestinos usados por las dictaduras, se han fotografiado escritos que intentaron sobrevivir al genocidio y vieron la luz en otro tiempo.
Las palabras que nos nombran son subversivas; se rebelan contra el diccionario de museo, o del márketing, o de la banalidad.
No hacen de la estupidez una virtud.
Nombrarse es desalambrar.
Es bueno darle forma a esa idea, para que el silencio solo sea un remanso elegido y no una normativa del poder de turno para hacer invisible lo que molesta.
Néstor Tenaglia Álvarez
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