Muerte del ángel

Esta noche, mientras cocinaba, escuchamos este trabajo del enorme Astor Piazzolla, y es Piazzolla, pensé en estos días particulares para nuestra tierra, otro orgullo de los argentinos.
Aquí, en esta grabación, está con el aclamado Quinteto.
Osvaldo Tarantino, Antonio Agri, Horacio Malvicino, que falleció hace unos días, y Kicho Díaz.
Y mientras pasaban los temas de esta edición que es de 1997, pensaba qué música que supo hacer Astor, cómo nos representó en el mundo, cómo se lo respetó y evoca todavía.
Y no sólo a él, claro.
Somos el país de Borges, de Cortázar, de Favaloro, de Homero Manzi, de Niní Marshall, de Antonio Carrizo, de Atahualpa Yupanqui, de Nora de Cortiñas, de Osvaldo Bayer, de Enrique Santos Discépolo, de Vicente Zito Lema, de Norma Aleandro, de Alfredo Alcón o de Miguel Ángel Solá.
Somos el país de Mercedes Sosa y Spinetta.
Y sí, podría seguir con la lista, pero es imposible resumirla.
Esta «Muerte del Ángel» conmueve, la interpretación conmueve, y cuando termina, uno tiene la sensación de quedar un poco vacío, o a mitad de camino, o con ganas de más, pero medio abandonado a la suerte, entre la música y el silencio.
¿Será el mar que nos separa?
Una especie de derribo del alma que se asoma a las fotos de lo que fue y ya no reconoce casi nada.
Derribos
Por cierto, esta grabación fue realizada en vivo, en 1973, en el recordado Teatro Odeón de Buenos Aires, esa reliquia arquitectónica que supo ser orgullo de los porteños y que había sido construida en 1891 y por el que pasaron muchísimos artistas nacionales e internacionales de considerable prestigio.
Una tal Margarita Xirgu representó allí a Lorca, por ejemplo.
Un teatro, valga decirlo, que fue derribado en 1991 durante el gobierno neoliberal peronista de Carlos Menem para construir una playa de estacionamiento.
Caramba, digo, con los gobiernos que se olvidan de la cultura, y privilegian el mercado y los negocios por sobre el interés colectivo.
Y, parece mentira, que esos gobiernos vuelvan con tanta facilidad y con otras caras o con las mismas a saquear los bolsillos y la esperanza, mientras que nuestros hacedores, aquellos sembradores de nuestra herencia emocional, formen parte de nuestros espacios amados, tan lejos de nuestro río marrón, tan poco celebrados por una mayoría desesperada, embrutecida y llena de frustración y resignación.
Ojalá la memoria no sea la alcantarilla de la historia, y les pase por arriba para que vuelvan a crecer las flores.
Néstor Tenaglia Álvarez