Invisible
Ayer nomás
Cuando mis abuelos y mis padres me hablaban de «su época», a mí me parecían unos viejos amargados que querían quedarse en el pasado porque, pensaba yo, era una forma de detener el tiempo, de no aceptar «lo nuevo» y renegar del camino a la vulnerabilidad, vejez o como se llame.
Hoy creo que, en algunas cosas, tenían razón.
No siempre se mira hacia el pasado con nostalgia, sino, e incluso, con ánimo de comparar lo vivido y lo que se vive.
No todo pasado es nostalgia, a veces, es una estampita milagrosa que nos puede advertir de cierta degradación, involución o vaya a saber qué deriva.
Evocaciones
Entendí que en aquel pasado evocado, había aromas, juegos, costumbres, músicas, que tenían un significado fundacional.
Las palabras estaban menos desvalorizadas, aunque siempre hubiera por ahí, una excepción a la regla.
Hoy me veo, tal vez, interpelado por los jóvenes, en el mismo sitio en donde estaban mis abuelos y mis padres.
Me pregunto qué es lo que muchos consumen hoy como cultura, cuáles son sus palabras, sus diccionarios, y en qué consiste la amistad, el encuentro, el arte, los aromas.
Un presente
Lógicamente que lo que se ve en las redes no es toda la humanidad, pero es un gran recorte que modifica, crea tendencia y hace ruido; sobre todo, hace ruido.
Preguntas
¿Qué quieren decir muchos jóvenes hoy cuando rechazan la política?, ¿no es lo que nos enseñaron que estaba prohibida cuando las dictaduras arrasaban tierras, pueblos, teatros y generaciones?
¿Lo que llaman «música urbana» tendrá que ver con la naturalización del maltrato, el fin de los sueños, la rebeldía entre pandillas, la atomización de las ciudades o el fin de la melodía?
¿Hacia dónde van las nuevas generaciones, en medio de la guerra y la poesía, en medio de un retorno a las cavernas, a la nueva Inquisición, a las cancelaciones que decretan qué está bien y qué está mal?
Ante los ojos de abuelos y padres, ¿yo no habré formado parte también de esas tribus que venían con intenciones de «cambio» y a romper estructuras?
Entre las pocas cosas que tengo claras, es que deseo creer que algo de todo aquel pasado (el de ellos y el mío) valorable, perdurará, aunque lo sepa muerto.
Y que haremos honor a aquellos que, en ciertas circunstancias, nos hablaban de «su época» con orgullo.
Un tiempo de meriendas con cascarilla, de carnavales en las calles, mojándonos a baldazos de agua entre vecinos, de salir a la vereda a tomar algo fresco o un mate, y charlar de vaya a saber qué historias.
Una época en donde los enemigos estaban claramente definidos, la mayoría de los artistas eran dignos de ser llamados artistas y donde importaba más su arte que lo que hacían en sus camas o con sus cuerpos.
Un espacio de sueños, que también es deseo, que también es milagro, en medio de la sobre oferta de egos y mediocridades recortadas.
INVISIBLE
Y que también, detrás de lo que se ve en las redes, o mezclados en ellas, están los brotes de una humanidad que siembra otra manera de crear y vincularse, pero que, a diferencia del resto, no hace ruido.
Entre aquellas estampitas milagrosas en la cultura argentina, por ejemplo, está INVISIBLE; un grupo de rock que supo ser la síntesis perfecta y sublime de todo lo que nos atraviesa como sociedad sensible.
Ellos hicieron música y poesía en los años 70 que todavía es nueva, que todavía no sucedió, que es futuro.
El género musical que abordaron, giró por el jazz, el rock, el pop, guiños al tango y al folclore y la lírica de las letras que contienen bellas metáforas literarias.
Su trayectoria se extendió por pocos años: desde 1973 hasta 1977; durante ese período editaron tres álbumes adelantados para la época y para hoy mismo por su riqueza musical.
Hace poco, se editó un álbum en vivo, una presentación del grupo liderado por Luis Alberto Spinetta en el Teatro Coliseo de Buenos Aires en 1975 que había estado inédita hasta ahora.
Para confirmar lo dicho, uno de sus clásicos, extraído de su tercer disco: EL JARDÍN DE LOS PRESENTES.
Néstor Tenaglia Álvarez
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