La Pulcra Podredumbre
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El goteo no cesa y, aún así, es insuficiente pues tiene que llover, digo más, tienen que abrirse los cielos y diluviar para que la vida pública española deje de despedir el hedor que ahora despide. En la casta política española se han alcanzado tales niveles de putrefacción, se ha producido tan nauseabunda gusanera, que se diría que la situación ya es irreversible y no sólo de “corrupción endémica” como sentenció el Parlamento Europeo al aprobar el Informe Auken.
El último caso, el del pueblo almeriense del Ejido, ya no es más que otro incidente en la rutina habitual. Otro caso más en el que los mismos mecanismos que en Malaya, Gúrtel, Ninette, Jade-Limusina, Totem, Astapa, que en el caso de la presidenta del parlamento balear, en el del ex presidente del mismo gobierno regional, en el del Palau de la Música Catalana… se han estado desplegando durante lustros a la vista y paciencia de todos, esperando que un juez con dignidad y el valor suficiente como para arriesgar en el envite su carrera, tomara la decisión de intervenir comunicaciones, ordenar registros y, en consecuencia, llevar presas a unas cuantas alimañas.
Y aún así el Estado de Derecho fracasa y se muestra como un alfeñique penoso, porque esta miasma, esta gusanera, esta descomposición escatológica, tiene la cualidad de la pulcritud. Alrededor de los secuaces locales, bohemios del despojo y la usurpación, bestias de vientre dos veces insaciable, pingajos fungibles venidos a mejor fortuna con el rapto de lo ajeno; siempre gravita la “Pulcra Podredumbre”.
Los serviles y desechables, los que despuntan en este ayuntamiento, en aquella diputación, en no sé qué mancomunidad, en esta o en la otra entidad pública, trabajan siempre para causas de mayor calado. Financian a sus partidos, garantizan los votos a sus jefes, infectan la res publica de devoción lacayuna, garantizan la madeja de adjudicaciones públicas a corporaciones que de temblar harían resquebrajarse los cimientos económicos del Estado y, a cambio, no sólo obtienen su parte en el botín, sino la protección de unos elementos que han descubierto que el poder les nutre generosamente de alpaca, tafilete y corbatas de seda con nudo windsord que no deshacen cuando se las quitan porque serían incapaces de volverlas a anudar igual.
La Pulcra Podredumbre legisla, y por eso la Ley es magra y endeble contra la putrefacción. La Pulcra Podredumbre integra el círculo de fuerzas vivas de la nación y no sólo altera el poder de los jueces, sino que a fuerza de adulaciones y lisonjas de especie diversa, traban entrañables amistades en los Tribunales Superiores, de forma que si llega el caso, quienes juzgan y ejecutan sentencias tengan que elegir entre hacer violencia a un amigo mandándolo preso o hacérsela a sí mismos dando carpetazo a la causa.
Y si todo eso falla, la Pulcra Podredumbre tiene medios y botín suficiente como para poner a su servicio a las más distinguidas firmas de leguleyos, mercenarios virtuosos en el arte de enredar y dilatar los procedimientos hasta que mueren de senectud; y si aún así también esto fracasa, a la Pulcra Podredumbre todavía le queda el silencio del sicario prescindible.
Ninguno de ellos ha “cantado”, ninguno “ha tirado de la manta”, todos han guardado reverencial discreción porque en caso contrario se incriminan más y porque saben que cuando se vuelvan a abrir las puertas de la ergástula, más temprano que tarde, los despojos de sus saqueos o la mayor parte de estos, les estarán esperando en alguna zahúrda financiera de la Isla de Man, de Gibraltar o de las Antillas Holandesas.
Sólo la judicatura resiste ya a esta embestida, débilmente, pero resiste. La sociedad civil hace tiempo que se disolvió en el cinismo y en el gusto por la limosna. Por no quitar, la corrupción no quita ni votos.