El mercadeo de intenciones de género
Jesús Portillo y Flor Mirón* | El novelista francés Alphonse Karr escribió que “la amistad entre dos mujeres comienza o acaba por ser un complot contra una tercera”. Aunque, obviamente, esto no siempre es así, sí que se generan procesos de competencia malintencionada en las mujeres que tienen como objetivo la exclusión social de otras. Parece que el problema de base que subyace bajo la polémica mención de las estrategias femeninas de confrontación no es, ni más ni menos, que el machismo (ese gran desconocido). El machismo, por definición y en primera instancia, es la actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres. Sin embargo, esta postura despreciativa hacia la mujer se ha instaurado en la sociedad a modo de tela de araña, incluso entre las propias mujeres, el mal denominado por el propio machismo consentido, “sexo débil”. La aceptación del machismo y sus condicionamientos hacen aparecer micro-machismos que refuerzan la desigualdad de género. Se trata de comportamientos machistas con los que muchas mujeres justifican o naturalizan actuaciones perniciosas para su propio género; haciéndolos suyo y adoptándolos en todas sus formas.
La escasa toma de conciencia del daño ocasionado por este mercadeo de intenciones de género esconde una doble moral. La reclamación, por parte de una mujer, de discursos o conductas machistas ejercidas por hombres parece desde un punto de vista moral más que aceptable. Es más, es el primer instrumento educacional que debe ponerse en marcha para combatir este tipo de mecanismos de segregación y exclusión social en diversos ámbitos. No obstante, ¿qué ocurre cuando es una mujer la que utiliza discursos machistas? ¿Pierden estos discursos el carácter despreciativo por el hecho de ser el enunciador una mujer? Desgraciadamente, existe una larga lista de exigencias o requisitos procedentes del imaginario machista que ha sido adoptada por parte del colectivo femenino y que aumenta la presión social hacia ellas. Debes estar delgada, maquillada y peinada, sexualmente activa y dispuesta a los acercamientos sexuales socialmente aceptados (heterosexuales); con la paradoja añadida, de que debes ser moderada a la hora de expresar abiertamente tu sexualidad, sin llamar demasiado la atención de otros hombres, ya que sería una provocación por tu parte. Además, debes tener cuidado con las mujeres que a tu alrededor consideren válidas todas estas imposiciones, porque si no las cumples serás rechazada por todo aquel que considere que eres una “inadaptada”. Y es aquí donde comienza la competencia desleal entre mujeres.
La maquinaria pesada para desacreditar a las otras mujeres llega en forma de desviación atencional. Es decir, basándose en criterios machistas, una mujer puede desacreditar a otra desviando la atención de su entorno hacia sus defectos, evitando de este modo que destaque por sus virtudes. Sencillamente se trata de hacer ver a los demás que una fémina está incumpliendo los “requisitos de calidad impuestos por los hombres” y que por tanto debe ser descalificada de la competición (laboral, social, emocional, etc.). ¿De qué modo se realizan estas campañas de desacreditación? Uno de los medios más habituales es la descortesía de género: discursos machistas llenos de frases hechas y estereotipos cristalizados que se utilizan para vejar públicamente y redirigir el interés. Un objetivo que habría que conseguir, de forma simultánea a la erradicación del machismo mediante la educación, es que las mujeres ejemplarizaran con su comportamiento, un comportamiento equilibrado que respete y se haga respetar.
Las paradojas del homosexual homófobo, del racista víctima del racismo, del maltratador hijo de maltratada y del nuevo residente xenófobo, tienen detrás historias de réplica y resentimiento. Sin embargo, la mujer libre que coacciona a otras con clichés importados del mundo machista desata un nuevo eslabón de dependencia dentro de su género, que grava la situación de desigualdad entre hombre y mujeres y entre las propias mujeres. La suma de este nuevo obstáculo hace que haya que luchar contra el machismo residual de los varones y un antiguo, aunque camuflado, machismo nacido de las mujeres. Las preguntas interesantes que deberíamos hacernos son: ¿nos hacen más felices?, ¿nos hacen mejores personas?, ¿hacen felices a los demás?, ¿mejoran de alguna manera nuestra sociedad?
Decía Séneca que “la ira es un ácido que puede hacer más daño al recipiente en la que se almacena que en cualquier cosa sobre la que se vierte”. La violencia verbal y de actos, de mujeres contra mujeres, no deja de ser violencia de género porque el agresor machista sea una mujer. A fin de cuentas, el daño revierte sobre su propia imagen, sobre sus limitaciones cada vez mayores y sobre su enemigo (ella misma); al aceptar como válidas directrices que debería intentar destruir. El mercadeo de intenciones de género termina convirtiéndose en una lucha absurda por demostrar a los hombres que unas son superiores a otras, sin dejar de estar subordinadas a estos. Pese a todo, la conciliación de géneros está al alcance de cualquiera que pretenda crear situaciones de verdadera igualdad, basta con mirar a personas en lugar de sexos.
*Flor Mirón Valle – Psicóloga y sexóloga [UCM].
http://blogs.tercerainformacion.es/cincel/2015/01/28/el-mercadeo-de-intenciones-de-genero/