Los saharauis, nuestros refugiados
El 20 de junio es el Día Mundial de las Personas Refugiadas, de todas aquellas personas que huyen del horror y el espanto de la guerra. Los bombardeos, la persecución, el odio, la muerte, el exterminio. No se conmemora nada, no se celebra nada, no tenemos nada que celebrar: Se grita al mundo y, en particular en nuestro entorno, a los gobiernos europeos y, más directamente, al Gobierno español, para exigirles que cumplan sus obligaciones con la legalidad internacional, que no tiene por qué ser una utopía, y asuman la responsabilidad del cargo para el que fueron elegidos y por el que se les paga; para que dejen de mirar a otro lado con excusas falaces, salidas escapistas y torticeras, y se pongan manos a la obra en esta acuciante tarea de acoger, dar protección y encauzar en una vida digna a las personas que imploran y merecen asilo y refugio.
En este día –y no sólo en éste- tan importante para la Humanidad entera, el Movimiento Solidario con el Pueblo Saharaui tiene que estar presente y activo en los actos convocados , y exigir a nuestros gobernantes lo que es de justicia y de cumplimiento insoslayable ante los miles y miles de ciudadanos sirios, iraquíes, libios o afganos que llegan a nuestra Europa en busca de refugio. No podemos olvidar que el pueblo saharaui lleva ya más de cuarenta años exiliado, expulsado, huido de su tierra por el horror perpetrado por el invasor marroquí. La propia Administración militar de entonces cercó con alambradas de espino las poblaciones saharauis y les cortó el suministro de gasolina y gasoil para que no pudieran escapar cuando entrase el invasor marroquí (¡!). Resulta difícil imaginarse la situación, cómo pudieron escapar de la muerte y el exterminio aquellas masas aterradas y desarmadas. Escaparon, huyeron como pudieron, a tientas, de noche, en la soledad, calzados o descalzos, sin provisiones, sin mapa ni brújula, a través de un desierto inmenso e interminable.
Caminaban de noche y se escondían de día para no ser descubiertos y atacados por el invasor. Mujeres, niños y ancianos, indiscriminadamente, fueron ferozmente ametrallados y bombardeados, una y otra vez, por la aviación marroquí, desde sus flamantes Jaguar de fabricación francesa, en una borrachera espeluznante de sangre y muerte. Muchos quedaron en el camino. ¡Cuánto dolor y llanto! Sin testigos. ¡Barra libre!
Había ya una larga y exitosa experiencia de exterminar saharauis: la persecución de Ma-el- Ainin, el arrasamiento de la ciudad santa de Smara por los franceses, la Operación Ecouvillon en 1958. Sí, una larga y fructífera experiencia, sin olvidar la matanza de Zemla (el Gdeim Izik español en El Aaiún, en junio de 1970), perpetrada por la Legión española, y la detención, tortura y “desaparición” de Basiri, el dirigente pacifista saharaui, lo que llevaría tres años después –dada la negativa española a la descolonización por vía pacífica- al nacimiento del Frente Polisario, representante del pueblo saharaui reconocido por Naciones Unidas, que viene defendiendo a su pueblo desde entonces. Argelia, un pueblo fraternal y solidario, recién salido de su guerra de liberación contra la Francia colonial (¡un millón de muertos! ¡Cuánto cuesta la libertad!), acogió en su recién liberada tierra a cuantos extenuados saharauis lograron llegar vivos a la hamada –lo más duro del ya de por sí duro desierto- tras esa larga marcha errante sin destino. ¡Cómo no van a estar agradecidos al pueblo argelino! ¡Cómo no van a estarle eternamente agradecidos!: “Dar de beber al sediento, dar posada al peregrino”, dicen todas las religiones o el simple sentimiento humanitario.
Y allí siguen los refugiados saharauis, en los campamentos de Tinduf, después de 40 años, construyendo su propio Estado, separados de los suyos por un Muro de 2.700 km -5 millones de minas, artillería pesada, tecnología de última generación- que Marruecos construyó con la inefable ayuda de Arabia Saudí, Israel y el amigo americano, y que divide en dos el Territorio No Autónomo (TNA) del Sáhara Occidental; padeciendo las inclemencias del clima, con variaciones de temperatura de entre 20 y 30 grados entre el día y la noche, con unos escasos litros de agua por persona y día, con un horizonte plano, árido e ilimitado que se extiende, de forma imaginaria, hasta su patria arrebatada, a la que anhelan poder liberar y retornar.
Son los refugiados que España creó, allá en 1975, con la dejación de sus responsabilidades internacionales, su incumplimiento de la legalidad internacional, faltando al honor de los acuerdos pactados con los hijos de las nubes para asentarse en su tierra (España no invadió el Sáhara Occidental en 1884), faltando a su obligación y a su palabra dada de defender el territorio y proteger a su población: ¡ No, Majestad, España no cumplió sus obligaciones ni protegió al pueblo saharaui!
Ellos son los refugiados saharauis, los transterrados y desplazados. Son “nuestros” refugiados.
España los fabricó, entregándolos al enemigo. ¡Qué deshonor! ¡Qué crimen tan atroz! ¿Cómo podremos limpiar tamaña mancha? El enemigo se ceba con ellos en los Territorios Ocupados (la aplicación de la jurisdicción militar alauita en un TNA invadido y ocupado, Gdeim Izik, Aminatu Haidar, Brahim Saika, los condenados a cadena perpetua, los juicios-farsa, la Cárcel Negra de El Aaiún,…), mientras expolia sus recursos naturales en provecho propio. Todo ello en flagrante violación de las Convenciones de Ginebra, las leyes de la guerra, el derecho internacional humanitario, las ya incontables resoluciones de Naciones Unidas.
Mas, con todo el tiempo transcurrido y cuanto se pretende que sean hechos consumados, el problema de raíz del pueblo saharaui sigue siendo el mismo que el primer día, cuando la ignominiosa Marcha Negra de 1975 por hordas marroquíes manipuladas y engañadas: la ocupación militar de su tierra por el enemigo invasor, la violación flagrante de la legalidad internacional. Mientras el Gobierno español -desaprovechando irresponsablemente su actual condición de Miembro No Permanente del Consejo de Seguridad de la ONU- y la comunidad internacional no exijan al Gobierno de Marruecos el cumplimiento de la legalidad internacional (si preciso fuere, mediante la aplicación del Capítulo VII de la Carta de la ONU, esto es, la amenaza del uso de la fuerza, como en Kuwait, por ejemplo), seguiremos sin creernos que haya un intento serio de acabar con el problema de “nuestros” refugiados. También aquí tenemos que decirlo alto y bien claro: “¡No nos representan!”
Son perfectamente aplicables a la causa saharaui las palabras de personas de reconocida aceptación y prestigio como Adela Cortina y José Ignacio Torreblanca, refiriéndose a la tremenda situación hoy de los refugiados (“Decálogo para la crisis de los refugiados”, El País, 10/03/2016): “Hasta la fecha, España ha sido un protagonista muy marginal en esta crisis.
Nuestras cifras de asilo y refugio son vergonzosas, y el incumplimiento de los acuerdos de reubicación, flagrante. La sociedad civil, los municipios y las comunidades autónomas han ido por delante del Gobierno, que no ha realizado un esfuerzo equivalente. Debemos recordar que la marca España también se construye desde una posición de compromiso ético con la justicia y la solidaridad en nuestro entorno, por lo que instamos a este y al próximo Gobierno a que asuman un papel de liderazgo en esta cuestión que esté a la altura de las circunstancias”.
España debe ser sencillamente responsable en su actuación ante la Unión Europea, ante la Unión Africana y ante Naciones Unidas; y la sociedad española, más beligerante y exigente con el Gobierno de turno; y los partidos políticos, más sinceros y valientes en sus planteamientos programáticos, y no ocultar un problema tan grave como éste en la campaña electoral. Los ciudadanos, españoles o saharauis, ya somos mayores de edad, y los saharauis, que tienen la legalidad internacional de su parte, no van a seguir esperando a Godot.