Mariano Vázquez •  Opinión •  27/07/2016

La última guerra justa

En toda España, cielo despejado”. Desde Marruecos, Radio Ceuta emitía en clave de pronóstico meteorológico el santo y seña para que todas las tropas sublevadas entren en acción. Fue el 17 de julio de 1936. Había que aniquilar a la República roja.

 

Hacía tiempo que estaban conspirando. Ya iban cinco años de República y las tendencias se radicalizaban. La consigna era clara: eliminar a los rojos. La dialéctica: los puños y las pistolas. La lógica sedimentada por José Antonio Primo de Rivera, creador de la Falange, era ley en el mundo cruzado. Así: “Y queremos, por último, que si esto ha de lograrse en algún caso por la violencia, no nos detengamos ante la violencia… Bien está, sí, la dialéctica como primer instrumento de comunicación. Pero no hay más dialéctica admisible que la dialéctica de los puños y las pistolas cuando se ofende a la justicia o a la patria”, lo dijo el 29 de octubre de 1933. Fue tres años antes del levantamiento promovido por los conspiradores Francisco Franco y Emilio Mola. Hitler y Mussolini darían su apoyo sin restricciones, sin escatimar armas, hombres, tanques, aviones y lo más sofisticado en tecnología para la muerte. La circular secreta del general Mola era elocuente: “Se tendrá en cuenta que la acción ha de ser en extremo violenta, de modo que se reduzca lo antes posible a un enemigo fuerte y bien organizado. Desde luego, serán encarcelados los dirigentes de los partidos políticos, sociedades o sindicatos desafectos al movimiento y se les aplicarán castigos ejemplares para estrangular los movimientos de rebeldía o huelga”.

 

A pesar de que el levantamiento se extendió a todo el país, las fuerzas populares se lanzaron a las calles a defender la República y a reclamar armas. En Madrid el propio pueblo cercó a los militares disidentes en los mismos cuarteles impidiendo cualquier tipo de despliegue de fuerzas. En Galicia fue casi a puño limpio. Muchos tuvieron que huir al monte. Allí, eligieron hacerse guerrilleros, vivieron en el sigilo, optaron por el azar y el desvelo.

 

En agosto del 36 las tropas sublevadas juraron lealtad a la bandera monárquica, la “roja y gualda”. El poeta del “movimiento” José María Pemán expresó mejor que nadie la matriz ideológica de los alzados: “Es nueva guerra de la Independencia, nueva Reconquista, nueva expulsión de los moriscos. (…) La misión providencial de Espala ha sido siempre esta: expulsar árabes, detener turcos, bautizar indios. (…) Ahora unos nuevos turcos, unos nuevos asiáticos rojos y crueles vuelven a amenazar Europa. España es otra vez Gólgota y Calvario”. Las Cruzadas no tienen edad ni tiempo.

 

Las recomendaciones de los mandos eran claras como manantiales, aunque todo se teñiría de negra sangre. “Acción violenta”, “castigos ejemplares”, “depuraciones”. Las 24 horas del día dedicadas a eliminar todo perfume republicano. Fusilaban tanto que algunos quedaban vivos bajo una montaña de ejecutados.

 

Crónica de Jay Allen, corresponsal de Chicago Tribune: “Todos los rojos eran jóvenes, la mayoría campesinos de blusa y obreros en mangas de camisa. Todavía sigue el acoso. La noche de la que hablo, los sacaron al ruedo a las cuatro de la madrugada, por la llamada puerta de los caballos. Las ametralladoras esperaban. Aseguran que al alborear el día, el ruedo estaba convertido en un charco con un palmo de sangre. No lo pongo en duda. Fueron liquidados en menos de doce horas 1.800 personas, hombres y mujeres”.

 

“Se le vio, caminando entre fusiles, / por una calle larga, / salir del campo frío, / aún con estrellas, de la madrugada. / Mataron a Federico / cuando la luz asomaba. / El pelotón de verdugos no osó mirarlo a la cara. / Todos cerraron los ojos. / Rezaron: ¡Ni Dios te salva! / Muerto cayó Federico: / sangre en la frente y plomo en las entrañas. / Que fue en Granada el crimen / sabed -¡pobre Granada!-, en su Granada. Poema de Antonio Machado ante la noticia del fusilamiento del poeta granadino Federico García Lorca. El mundo estaba avisado: no habría piedad para nadie.

 

“Venceréis, pero no convenceréis”, sentenció Miguel de Unamuno en una reunión de falangistas en la Universidad de Salamanca. Republicano desencantado se metió en las fauces del león. La respuesta vino del general Millán Astray, fundador de la Legión, quien sacó su arma e intentó ejecutarlo al grito de “¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!”. Se salvó de milagro el filósofo de la futilidad de la vida. Se encerró en su casa y no volvió a salir más. Murió a los poco días. La muerte oyó las vivas.

 

La República quedó sola. Inspirada en las nieblas londinenses se creó un “Comité de no intervención” en la Guerra Civil española, en la que estaban la mayoría de los países de Europa, incluidos la Alemania nazi, la Italia fascista, el Portugal de Oliverio Salazar y la Unión Soviética. Sin embargo Berlín, Roma y Lisboa intervinieron a discreción en la contienda torciendo la balanza a favor de los cruzados. Ante la evidencia, la URSS decidió ayudar a la República, pero no en tropas, solo en armamentos. Queda en la memoria la heroica entrega de las Brigadas Internacionales, hombres de pueblo llegados de todos los rincones para defender una causa justa. “Ha sido una lucídisima muestra del arte de servir en bandeja la víctima de la agresión a los estados agresores, observando las refinadas maneras del gentleman y dando, al mismo tiempo, la sensación de que el único que se persigue al proceder así es conservar la paz”, escribió el dirigente socialista Julio Alvarez del Vayo en su libro La batalla por la libertad. 75 años después las diplomacias de los países occidentales poderosos son un calco de aquellas. Hoy se sientan a negociar en el Consejo de Seguridad de la ONU para que naciones pequeñas y débiles, pero ricas en algún recurso natural, sucumban a merced de la voracidad capitalista, pero siempre en nombre de la democracia, la paz y la corrección política. Manadas de lobos enviadas a cuidar gallineros y corrales de ovejas. Y así la Legión Condor y la Truppe Volontaire fueron las protagonistas de todas las grandes ofensivas de los cruzados.

 

Gernika ‘ko arbola da bedeinkatua (“El árbol de Guernica es un árbol bendito”). A la sombra de ese árbol los vascos resuelven sus problemas, sueñan su futuro, respetan su historia. La ciudad sagrada de los vascos fue arrasada el 26 de abril de 1937 por los aviones nazis. El mensaje: no se resistan, no hay civiles en esta guerra santa, el mundo estaba advertido, un anticipo vívido de cómo sería la Segunda Guerra Mundial. La tarea de corresponsales de guerra sin miedo, como George Steer, permitieron que el mundo supiera la verdad. Dice su crónica del día siguiente: “Guernica, la ciudad más antigua de los vascos y corazón de su tradición cultural, ayer fue reducida a cenizas. El bombardeo de esa ciudad franca, muy retirada del frente, duró exactamente tres horas y cuarto, durante las cuales la más poderosa flota de aviones alemanes (…) no dejaron de descargar sobre la ciudad bombas de a partir de media tonelada, y se estima que más de 3.000 proyectiles de aluminio incendiarios de un kilo. Al mismo tiempo, los cazas bajaban del cielo en picado desde el centro de la ciudad para ametrallar a la población civil que buscaba refugio en los campos”

 

Cuando cayó Madrid, cayó la República. Un 1º de abril de 1939 se libró la última guerra justa. Hoy en España muchos cruzadas mal disfrazados de demócratas persisten en su intento de olvido.

 

Posdata:

 

Este homenaje-recuerdo es para mi abuelo David Vázquez, quien a sus 23 años combatió en las afueras de Madrid en su defensa. Fue apresado por los italianos en 1937 y mantenido prisionero hasta el final del guerra. En 1949 se exilió con su familia en la Argentina. Murió en 1974 este gallego anarquista, que poco y nada le contó a mi padre de aquellos tiempos. También para mi tío abuelo Román Gómez, anarquista, tipógrafo, a sus 18 años tenía clara sus convicciones y defendió a la República, con Franco en el poder fue encarcelado durante 19 años. Resuenan en mi cabeza gritos que nunca oí pero vienen con mi sangre. “¡No pasarán!” “¡Todos a fortificar!”, “¡Madrid será tumba del fascismo!” Más de dos años resistió la ciudad, dejando la sangre en cada piedra. Sí que se moría por algo en Madrid.

 
http://www.alainet.org/es/articulo/178882

 


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